Los equívocos de la memoria

Amado del Pino
2/3/2017

Un acercamiento inicial a la obra de Reinaldo Montero puede evidenciar que se trata de un sostenido narrador y poeta que ha ido evolucionando hacia la literatura dramática. Pero si se revisa el contenido de sus cuentos —especialmente el libro Donjuanes, Premio Casa de las Américas 1991— se aprecia con cierta facilidad que su prosa reúne diversos elementos teatrales y que muchos de sus personajes, a la vez que se alejan de lo literal, se tornan histriónicos. Por otra parte, Montero ha trabajado durante más de una década como asesor dramático de Teatro Estudio y ha formado parte del equipo creador de teatristas tan importantes como Abelardo Estorino, Berta Martínez y Vicente Revuelta.

El hecho de que se le tenga más por narrador que dramaturgo obedece a que hasta ahora los textos que el autor ha escrito expresamente para el teatro se han visto muy poco sobre las tablas. Con tus palabras, Premio David 1984, ha sido representada solo parcialmente, y Memoria de las lluvias, publicada en 1989, tampoco ha subido a escena. Mientras tanto, Aquiles y la tortuga (1987) se publicó en la revista Tablas un año después y es más recordada por su versión televisiva, bastante infiel a los propósitos del autor.

Sin embargo, sus cuentos han corrido mejor suerte cuando han sido puestos en escena. En el Festival de Teatro de La Habana de 1991 resultó espectáculo inquietante Fabriles, una yuxtaposición de tres cuentos de Montero, concebida por Carlos Pérez Peña. En esta puesta Teatro Escambray consolidaba una línea de trabajo con la narrativa cubana que arranca con los cuentos de Onelio Jorge Cardoso (una de las primeras obras del repertorio del grupo) y tuvo otro buen momento con Tu parte de culpa, versión escénica de tres cuentos de Senel Paz. Pedro Vera, por su parte, obtuvo Mención en uno de los últimos Festivales del Monólogo con una inteligente puesta en escena de La noche del Pinto, una de las narraciones de Montero que porta elementos dramáticos.

Otra prueba de su vocación dramatúrgica es la vinculación del autor con el cine y sus guiones de Vals para la Habana Vieja, dirigida por Luis Felipe Bernaza, y Bajo presión, de Víctor Casaus. Con todos estos antecedentes se podrá apreciar que el Premio Castilla la Mancha, que ahora ha recibido Los equívocos morales, es el resultado de una carrera intensa y laboriosa para el teatro.

No es casual que el primer texto de Montero para las tablas se titule Con tus palabras. Estamos ante un autor que adora su instrumento expresivo; juega con él, lo manipula, lo descompone. En su teatro, como en buena parte de su narrativa, Montero se fascina con el habla popular cubana, pero a diferencia de otros grandes dialoguistas, como Brene o Quintero, el dramaturgo lo mezcla con giros mestizos y voluntarios anacronismos.

Este trabajo con el lenguaje y el empleo pertinaz de la ironía está en Los equívocos morales, pero por un camino inverso al que sigue en Con tus palabras o en Memoria de las lluvias. En las piezas anteriores el habla cotidiana se tiñe de español impecable; en Los equívocos… la época y los personajes parecen obligarlo por momentos a la corrección, pero el duende travieso del habla monteriana salta de vez en cuando con refranes, frases callejeras o trabalenguas y canciones infantiles, tan magistralmente insertadas que hacen recordar el espléndido ensayo de Lorca sobre la teatralidad de las canciones de cuna en España.

Otro elemento muy presente en la dramaturgia de Montero (si exceptuamos Aquiles y la tortuga) es el teatro dentro del teatro, la constante vocación de poner al desnudo las convenciones. La forma en que juega con los códigos teatrales remite al Estorino de Ni un sí, ni un no y sobre todo al de La dolorosa historia del amor secreto de Don Jacinto Milanés. Montero, como Estorino, rehúye lo artificial o ingenuo cuando juega al teatro; la convención es parte orgánica del discurso escénico y más que “distanciar‟ puramente a la manera de Brecht, se produce un juego de entradas y salidas a lo convencional, donde el espectador se hace cómplice y hasta partícipe.

En los personajes de Pardiez, Rimbombante y Resoples hay un evidente homenaje a la gente de teatro, a la vez que conducen la acción, son ellos los que iluminan los sucesos históricos. El autor parece recordarnos que no está contando la historia, sino su variante. Es muy interesante, por ejemplo, cuando en las entrevistas del intermedio recomienda que el vestuario no sea ni el de 1989, ni el actual para evitar literalidad y redundancia. Estos periodistas y sus encuestas del intermedio rememoran claramente los personajes de Chiquitina y Gilberto de Con tus palabras y funcionan como un elemento distanciador que Montero también utiliza en Memoria de las lluvias.

Con todo, Los equívocos morales es, a su manera, una obra histórica, y su interés desde ese punto de vista no es solo para el proceso social cubano, pues hay referencias y alusiones a conflictos y hechos que incluyen a España, Estados Unidos y más indirectamente puede adivinarse una reflexión bien honda sobre las guerras, los imperios y las nacionalidades.

Claro, que en Reinaldo Montero todo es como en broma. El autor disimula la carga conceptual con ligereza. Parece ser un buen lector de Mañach y su Indagación al choteo. Solo que para Montero la antisolemnidad del cubano no significa evasión, sino cuestionamiento, lucidez.

En Los equívocos… hay un exquisito manejo de los giros dramáticos. Montero es aristotélico, brechtiano o lausoniano alternativamente. Entra en la acción y sale cuando se le antoja y después se desentiende elegantemente de la situación o pasa directamente a parodiarla. A pesar de su fino intelectualismo, de su incesante evasión de cualquier retórica, no podemos dejar de emocionarnos cuando Cervera se despoja de todo militarismo y asoma su paradójica humanidad: “Señores del Consejo, nunca he envidiado el placer del sacrificio, nunca he deseado ni para mí, ni para nadie, la gloriosa cruz del calvario. Debí desobedecer, debí abrir las válvulas de la inundación en la Bahía de Santiago de Cuba y salvar a mis marinos. No lo hice. Madrid había decidido que mis marinos eran más útiles a la patria muertos, y yo obedecí. ¿Para qué sacrificar esas vidas? ¿Por qué nos dejamos arrastrar por los equívocos morales?‟.

No resulta sencillo ubicar a Montero entre los dramaturgos de su generación. Se acerca a Alberto Pedro en cuanto a la vocación indagadora en lo social, pero su mirada es más oblicua, menos ortodoxo estructuralmente en el planteamiento del conflicto. Como Abilio Estévez gusta de la intertextualidad, pero donde en Estévez abunda la nostalgia, en Montero se impone la ironía. Su parentesco más discernible es, insisto, con Estorino. No es nada casual que ambos acumulen muchos trabajos juntos y hasta que Montero haya reflexionado más de una vez sobre la dramaturgia estoriniana. No se trata de una influencia, sino de una legítima y nutricia coincidencia.

Cuando el lector tenga entre sus manos estas páginas, Los equívocos morales debe haber subido a escena, dirigida por Carlos Pérez Peña con Teatro Escambray. Confío en que será un buen espectáculo porque ya en el texto laten las posibilidades escénicas. Por lo demás, es esta una obra que no se traicionaría con puestas diversas y no dudo que las tenga en el futuro. Montero se nos presenta como un continuo enemigo de los absolutos. Parece decirnos que esta es una versión posible, pero mañana podemos reconstruirla de otro modo o como dice con agudeza un personaje de Memoria de las lluvias: “Recordar es inventar”.

 

Texto tomado de la Multimedia de la revista Tablas, número 3-4, 1994.