Luces de la ciudad

Alfredo Prieto
23/6/2016

Los autos norteamericanos de la década de 1950, pintados con vivos colores, convertidos a diesel y reparados por  mecánicos cubanos, dan una idea de lo que Cuba debe haber sido antes de la Revolución.

Eric Schmidt, presidente de Google.

Viaje a La Habana,  julio de 2014.

 

En los años 50 La Habana atravesaba por un nuevo ciclo de modernidad, iniciado a principios del siglo XX cuando se alzó en el Morro la bandera de la estrella solitaria y se arrió la de las barras y las estrellas [1]. Como lo ha establecido el arquitecto Mario Coyula, la ciudad no miró nunca al Caribe, sino a Europa y en especial al Norte, con un eclecticismo que es, por fortuna, su peculiar y distintivo  modo de ser [2].

En 1955 Fulgencio Batista promulgó la Ley 2070 para facilitar/estimular la construcción de hoteles, casinos y night clubs en su empeño por hacer de La Habana “el Monte Carlo del Caribe”, para lo cual contó con la participación de socios del crimen organizado como Meyer Lansky ―con quien se había conectado desde la época de la Ley Seca― y de otros capos como Santo Trafficante Jr. Uno de los resultados de la movida fue La Rampa, versión local de los downtowns norteamericanos iniciada por Goar Mestre, un santiaguero graduado de Business Administration en la Universidad de Yale, quien al poner la primera piedra del edificio Radio Centro, en 1946, dijo algo que funcionó como el oráculo de Ifá: este sería “el corazón de La Habana”.

La arquitectura moderna ingresó al panorama visual con estructuras diseñadas, en lo fundamental, por profesionales cubanos que pusieron muy en alto sus nombres y dignificaron su oficio y condición nacional, quizá como nunca antes. En efecto, a tres cuadras de ese nuevo corazón, en 17 y N, el edificio Focsa (1956), de Ernesto Gómez Sampera, fue el pionero de los rascacielos de la línea costera, una de las siete maravillas de la arquitectura local; luego sobrevinieron el hotel Capri (1957), de José Canaves; el Retiro Médico (1958), de Quintana, Beale, Rubio y Pérez Beato; y el Havana Hilton (1958), encabalgamiento de Welton Becket Associates con la firma cubana Arroyo y Menéndez, obra monumental sin paralelo en la América Latina del momento a cuya inauguración asistió el propio Conrad Hilton, no sin dejar de retratarse con Batista detrás la maqueta [3].

Siguiendo la rima, y en competencia con Goar Mestre —más tarde conocido como “el zar de la TV cubana”— y con Amado Trinidad, de RHC Cadena Azul, el 24 octubre de 1950 Gaspar Pumarejo logró lanzar al aire Unión Radio TV Canal 4. Cuba se convertía así en uno de los primeros países del hemisferio en disponer del medio de difusión masiva por excelencia de los nuevos tiempos [4]. Ocho años después, al inaugurar el Canal 12, el mismo Pumarejo introdujo la televisión en colores bajo el manto protector de Batista.

Decidieron iniciar La Rampa en las calles 23 y L con un complejo cultural y de negocios diseñado tras el famoso Radio City de Nueva York, y en particular con el cine Warner, después Radio Centro, que tenía capacidad para 1 700 personas y en el cual se llegó a exhibir la primera película en Cinerama, tecnología salida al ruedo en el vecino del Norte en 1952. Más abajo, antes de llegar a Infanta y L, donde casi termina La Rampa, colocaron otro cine, diseñado por el arquitecto cubano Gustavo Botet, inicialmente un local de Boleras Tony, pero readecuado en poco tiempo para su utilización como tal. En 1957 allí se dio a conocer en Cuba el sistema Todd-AO, hecho para competir con Cinerama, con la exhibición de La vuelta al mundo en 80 días (1956), protagonizada por David Niven y Mario Moreno, Catinflas. Bancos, restaurantes y oficinas de líneas aéreas reforzaban el carácter cosmopolita del área y, por extensión, de la misma Habana [5].

Al cierre de la década en esta zona se podía pasear, comer en buen un restaurante chino, polinesio, francés o criollo; merendar en una cafetería al estilo de Nueva York. Los noctámbulos podían darse tragos y bailar en los sótanos hábilmente adaptados para cabarets, oír mejor el filin, comprar objetos exóticos en la tienda Indochina ―ubicada en la planta baja del Retiro Médico―, adquirir finas porcelanas o cristales daneses en la Casa Dinamarca, comprar libros de moda. También era posible oír a los excelentes conjuntos musicales españoles que pasaban por Cuba, como Los Chavales, Los Xeys y Los Bocheros, o a los cantantes italianos Ernesto Bonino y Tina de Mola, que actuaban en el Radio Centro. Se podía, en cualquier momento, caminar “Rampa arriba y Rampa abajo” [6].

El proyecto de expansión hacia el este, otra novedad histórica, posibilitaría inaugurar en 1958 un túnel por debajo de la bahía a cargo de la empresa francesa Grands Travaux, de Marsella, con la participación del  ingeniero cubano José Menéndez. También se construyó la Vía Monumental vinculando al ala derecha con el casco histórico, un símbolo perfecto de continuidad y ruptura. En esa expansión/modernización de la infraestructura, tan necesaria para el vuelo, se demolieron dos viejos puentes —el de los Tranvías y el de Pote— para conectar mediante túneles el oeste de la ciudad con la calle Línea y el Malecón, por debajo del río Almendares.


Fotos: Internet
 

La Habana se había convertido, al fin, en la Perla del Caribe, y daba para mucho más. Automóviles norteamericanos de último modelo rodaban por sus calles y avenidas, el peso tenía paridad con el dólar, había más cines que en París o Nueva York, las clases vivas mandaban a sus hijos a estudiar en universidades élites del Norte y viajaban a Miami a comprar valores de uso para robustecer esa modernidad largamente anhelada, también disponible en tiendas con aire acondicionado como El Encanto, Fin de Siglo y Roseland. 

Pero era como un espejismo luminoso. En julio de 1951 el Informe Truslow, a cargo de una comisión de expertos del Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, convocada por el gobierno de Carlos Prío Socarrás (1948-1952), había alertado sobre los peligros de la dependencia al azúcar y otros problemas estructurales de la economía cubana. Según esos técnicos orgánicos del capital, el primero era este: “No hay evidencias de que en años recientes Cuba sea menos vulnerable a una seria caída de los precios del mercado mundial”, el corsi e ricorsi o molestísimo mantra de la República a partir de vacas gordas, flacas y otras concurrencias. “De hecho ―planteaban― la economía está más a merced de las fluctuaciones de los precios mundiales del azúcar que nunca antes. Esto causa constantes sentimientos de inseguridad, los que, a su vez, disminuyen la confianza en los negocios y tienden a restringir la iniciativa”.

Sin embargo, había más, una especie de alerta proyectada hacia mediano y largo plazo: “el crecimiento de la economía cubana no ha cubierto las necesidades de su población, y menos aún las de generaciones futuras”. Recomendaba entonces “incrementar la diversificación de la economía (…) mediante esfuerzos concentrados en muchas esferas y la mejoría diligente de sus instituciones y nuevas actitudes en su gente”. También caracterizaba al capital humano acumulado por la clase media: “El pueblo cubano es inteligente, capaz y rápido al absorber el conocimiento moderno; sus médicos y cirujanos están entre los mejores del mundo; sus arquitectos son sólidos e imaginativos”. A la vez, daba fe de un problema para la reproducción del modelo: “Solo la mitad de los niños en edad escolar asisten a las escuelas” [7]. Ello se verificaba en medio de un aumento en los precios de los alimentos y del costo de la vida. Un ama de casa dio al periódico El Mundo el estado de la cuestión en la mesa: “El dinero ya no vale nada. La manteca, el arroz, el costo de todo ha subido muchísimo. Lo que antes podía hacer con tres pesos, hoy no lo puedo hacer con seis” [8].

El 16 de octubre de 1953 un joven abogado holguinero, hijo de un terrateniente gallego y diplomado de leyes tres años antes en la Universidad de La Habana, exponía el lado oscuro de la Fuerza durante un juicio celebrado después de asaltar una fortaleza militar en el Oriente del país, un ejercicio de sociología y a la vez de política. En Cuba había 500 mil obreros agrícolas habitando en bohíos miserables, 400 mil obreros industriales y braceros con retiros desfalcados —algo de lo que también hablaba el Informe Truslow—, 100 mil pequeños agricultores trabajando en tierras que no eran suyas, 20 mil comerciantes endeudados, 30 mil maestros mal pagados, y precaristas y aparceros en abundancia del Cabo de San Antonio a la Punta de Maisí [9].

Los reportajes de Oscar Pino Santos con fotografías de Raúl Corrales, publicados a partir de 1954 por la revista Carteles, apuntaban en dirección al embudo y a los problemas del capitalismo dependiente y subdesarrollado. El nivel de vida de los cubanos era, a pesar de todo, peor que a inicios de la República; con devastación ecológico-forestal en puntos diversos de la geografía y con realidades dantescas como la Ciénaga de Zapata [10]. En esa misma tesitura, el documental El Mégano (1955), con guión de Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Alfredo Guevara y José Massip, producido por el Laboratorio Cinematográfico CMQ, mostró las deplorables condiciones de vida de los carboneros de esa localidad a solo 180 kilómetros al sudeste de La Habana, de hecho, una metáfora sobre el campo cubano, el otro lado del espejo de esas portentosas construcciones de El Vedado, La Rampa y el Malecón [11].

Ahí estaban sentadas las bases de dos discursos, las dos caras de Jano: el de la nostalgia de quienes se fueron tras de esa modernidad y el de los que se quedaron de verde olivo y milicias con Patria o Muerte.

Notas:
1. Marial Iglesias Utset: Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902, Ediciones Unión, La Habana, 2003.
2. Mario Coyula: Conferencia en Harvard Graduate School of Design, www.gsd.harvard.edu/events/gsd-talks-mario-coyula.html. Véase también Lee Cott: “Development Culture and Identity”, ReVista, Harvard Review of Latin America, Winter 2002.
3. Thomas G. Patterson: Contesting Castro. The United States and the Triumph of the Cuban Revolution, Oxford University Press, New York and Oxford, 1994, en particular el capítulo 4, “Curve Balls, Casinos and Cuban-American Culture”,  pp. 46-57.
4. Claudio Fernández y Andrew Packman: El Tigre: Emilio Azcárraga y su imperio televisivo, Editorial Grijalbo, Chapultepec, 2000. México la tuvo oficialmente el 31 de agosto y Brasil el 19 de septiembre. En rigor, Cuba fue entonces el tercer país latinoamericano en tenerla.
5. Para un cuadro general de La Habana de entonces, véase Dick Cluster y Rafael Hernández: The History of Havana, Palgrave Macmillan, New York, 2006,  capítulo 12, “The Fabulous Fifties”, pp. 189-202. Y para una valoración de La Rampa desde lo arquitectónico, véase Isabel Rigol y Ángela Rojas: “La Rampa. Nostalgia y rescate”, en Isabel Rigol y Ángela Rojas: Conservación patrimonial: teoría y crítica, UH Editorial, La Habana, 2013, pp.181-192.
6. Isabel Rigol y Ángela Rojas: ob. cit., p. 182.
7. Report on Cuba. Findings and Recommendations of an Economic and Technical Mission Organized by the International Bank for Reconstruction and Development in Collaboration with the Government of Cuba in 1950, Francis Adams Truslow, Chief of Mission, International Bank for Reconstruction and Development, Washington, DC, 1951.
8. Cit. por Louis A Pérez: On Becomming Cuban. Identity, Nationality, and Culture,The University of North Carolina Press, Chapel Hill and London, 1999, p. 490.
9. Fidel Castro: “La Historia me absolverá”, en La Revolución Cubana, 1953-1962. Selección y notas de Adolfo Sánchez  Rebolledo, Ediciones Era, México DF, 1972,  pp. 40-44.
10. Oscar Pino Santos: “Los años 50”,  www.lajiribilla.co.cu/pdf/libropinos.html.
11. Un interesantísimo documental de Victor Pahlen, con la participación del actor Errol Flynn, documenta la paradoja: The Truth about Fidel Castro Revolution (1959). Estuvo perdido durante casi medio siglo hasta que fue rescatado y restaurado por Kyra Pahlen, la hija del director. Según esta, solamente se llegó a exhibir en el Festival de Moscú.

 

1