Misterios de fe

Maikel José Rodríguez Calviño
1/12/2017

Marta María Pérez Bravo cuenta entre las pocas artistas que a finales de los años ochenta marcó un punto de giro significativo en la historia de la fotografía cubana. La constante auto-representación, la violencia simbólica, el cuerpo herido por los rituales del embarazo o transformado en objetos de culto, el espiritismo de mesa kardesiano, las consecuencias de la trata negrera y las principales figuras teológicas al interior de los sistemas religiosos cubanos de origen africano conforman los temas y procedimientos más explotados por esta creadora, quien acaba de protagonizar una suerte de regreso a La Habana mediante Peticiones, exposición personal que por estos días acoge la capitalina galería La Acacia.


 

Serie “Solo no se vive”, 1997. Foto: Maité Fernández

Marta María tiene una capacidad innata para representar los misterios de fe. Sus obras transpiran una sacralidad muy peculiar, aunque no constituyen objetos sagrados en sí mismos ni han sido creados para cumplir funciones votivas o procesionales. Ella prefiere concentrarse en la confección y representación fotográfica de artefactos religiosos no sacripotentes, en el estrecho diálogo entre dichos artilugios y el cuerpo del creyente, y en el lirismo, la violencia, la belleza y el misticismo propios de las dinámicas religiosas. Transmigración de almas, entelequias espíritas manifestándose en el plano terrenal, veneraciones paralelas que diferentes culturas han efectuado a los gemelos, sistemas de adivinación yorubá, pataquines, vírgenes y santos del panteón católico, orichas y sus equivalentes cristianos: el mestizaje religioso inherente a la cultura cubana es sine qua non en su trabajo y se manifiestan con claridad en Peticiones.

En primer lugar salta a la vista que estamos en un proyecto retrospectivo que toma como punto de partida las series Solo no se vive (1997), Donde tengo mi confianza (1998) y más de una docena de piezas realizadas entre 1992 y 2000, ya conocidas en Cuba. Esculturas antropomórficas de Elegguá, piernas llagadas, fluidos corporales, armas y herramientas del belicoso Oggún, fragmentos anatómicos ofrecidos en sacrificio y «caballos» prestos a ser montados por el muerto protagonizan estas propuestas que nos conducen a otras, prácticamente inéditas en nuestro contexto, entre las que encontramos las series Apariciones tangibles (2011), Un camino oscuro (2013) y Peticiones no escuchadas (2017).
 

Serie  “Un camino oscuro”, 2013.  Foto: Maité Fernández

La primera explora los procesos religiosos que permiten el contacto de los seres humanos con entelequias espirituales cuya presencia se manifiesta mediante rituales cotidianos. El espíritu del fallecido es aquí una presencia familiar y constante, que aporta sabiduría, consuelo y protección. Las otras dos series parte de las velas como leitmotiv iconográfico para reflejar las estrategias devocionales del creyente, la teatralidad implícita en las ceremonias religiosas, y la eterna lucha entre luces y sombras (el Bien y el Mal, Infierno y Paraíso, Dios y el Demonio) que constituye el núcleo ético, místico y filosófico de casi todas las religiones a nivel mundial. La consumición de las velas, las rosetas de cera o parafina que dejan, el humo que desprenden, la claridad que emiten y el fervor del practicante construyen un puente entre los creyentes y la divinidad. Sin embargo, este vínculo devocional no produce frutos; paradójicamente, el luminoso ritual no se revierte en beneficios tangibles, en escucha, en resultados sobrenaturales. Así, la sed de milagros, sentimiento inherente a muchos cubanos de hoy, no siempre haya respuesta: por consiguiente, el acto religioso se transforma en una experiencia estéril y malograda, pero hermosa en ejecución y sentidos.    

Con Peticiones, Marta María regresa a una ciudad mestiza y transculturada cuyos paisajes cotidianos son reconfigurados diaria y constantemente por las prácticas religiosas. Una vez más, esta consumada fotógrafa nos ofrece una visión personalísima, respetuosa y rica en símbolos, ritos y mitos que en gran medida definen nuestra identidad. He aquí ruegos perdidos, anhelos consumidos hasta la empuñadura, misterios palpitando tras las veladuras, frases susurradas por la luz, y la obra de una artista visceral cuyo dúctil cuerpo no cesa de transformarse en deidades, exvotos, ruegos y esencias.