Mucho más que Covid-19 en blanco y negro: George Wallace está otra vez a cargo

Nicolás Hernández Guillén
10/6/2020

Desde que fueron publicadas las primeras estadísticas relacionadas con la pandemia del Sars Cov 2 en los Estados Unidos de Norteamérica, resultó visible que negros y blancos eran afectados de manera diferente por la enfermedad. Era mucho peor entre la población negra. Ya para el 20 de mayo se calculaba que la tasa de mortalidad de los afroamericanos era de 50.3 por cada 100,000 personas frente a 20.5 de sus compatriotas blancos [1]. No era una sorpresa. Los indicadores de salud de la población negra han sido históricamente muy inferiores a los de la población blanca, con mucha mayor prevalencia de casi todas las enfermedades, incluidas las crónicas que son consideradas comorbilidades importantes para la Covid-19. Por otra parte, sus también históricas desventajas económicas se han traducido en condiciones de vida material en las que resulta mucho más difícil adoptar las medidas requeridas para prevenir el contagio, comenzando por el distanciamiento físico entre las personas.

A medida que los estragos del virus se diseminaron por todo el territorio norteamericano, se fueron remarcando esas diferencias, no solo en el número de enfermos y muertos, sino también en el recuento de víctimas del amplio entramado de consecuencias sociales que la pandemia ocasionaba. Tal vez no se publiquen estadísticas sobre cuánto miedo han sufrido los afroamericanos al ponerse un nasobuco al atardecer, ante la posibilidad de que algún civilizado y atemorizado compatriota blanco lo tomase por un delincuente presto a cometer cualquier crimen y, enfrentado a su temor, optase por dejarlo tendido de un balazo. Se ha dicho que entre los trabajadores obligados a continuar sus labores, necesarios para mantener la vitalidad de la sociedad, pero que les exponen en mayor medida al riesgo de contraer la enfermedad, los hombres y las mujeres negras están sobrerrepresentados. Quién podrá contar el stress y las angustias. De todos modos, pese al riesgo a que se exponen estos hombres y mujeres negros, probablemente se consideren afortunados frente a los que han visto esfumarse sus empleos en la debacle económica ocasionada por la enfermedad.

En las principales ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica tienen lugar multitudinarias manifestaciones de protesta, originadas por la muerte de George Floyd, un hombre negro norteamericano de 46 años de edad, arrestado por cuatro oficiales de policía y sometido por el policía blanco Derek Chauvin, durante más de 8 minutos, mediante la presión de la rodilla del agente contra el cuello y la cabeza del detenido, hasta ocasionarle lesiones que le causarían la muerte, poco más de una hora después.

El asesinato de George Floyd por un policía norteamericano. Foto: Internet
 

Es terrible lo que ha ocasionado la pandemia del Sars Cov 2 en los Estados Unidos para sus ciudadanos de cualquier color, aunque sin duda los pobres han llevado la peor parte y entre ellos los negros la han pasado aún peor. Pero la violencia que se vive hoy en ese país nos recuerda que, para la historia de esa nación, los más de dos millones de infectados a los que seguramente llegarán, y los más de 100,000 muertos que ya acumulan, son casi anecdóticos.

Violencia, codicia, miedo, odio, muerte, están en los orígenes de esa nación. Ayer Paul Krugman [2], un laureado economista, Premio Nobel de esa especialidad en 2008 y muy activa figura en la opinión publica de ese país, publicó en su columna de opinión del New York Times, a propósito de las marchas y protestas que estremecen todo el país, una reflexión sobre el legado de la esclavitud, para él el pecado original de la nación. Sin dudas la esclavitud ha marcado de manera definitiva los rasgos de muchas de las naciones en el hemisferio occidental, ya lo advertía Guillén en su trascendente poema Llegada. Pero en el caso de los Estados Unidos de Norteamérica, a la lista de pecados originales habría que agregar muchos otros. Pienso, por solo citar uno, en la terrible conquista del Oeste, cuyas consecuencias sufren aún los pobladores originales de esa nación, que vieron sus tierras ocupadas y sus vidas horriblemente mutiladas, a sangre y fuego.

Manifestantes contra la discriminación racial en EUA. Foto: Internet
 

Es verdad que probablemente haya sido peor para los descendientes de los esclavos. Ellos han sufrido la más sistemática y abarcadora exclusión entre los muchos desfavorecidos en ese país. Ellos han sido las víctimas principales del amoroso cultivo en la sociedad norteamericana por las élites gobernantes, a lo largo de siglos, de la violencia, la codicia, el miedo y el odio que signó sus orígenes. Sí, el Covid-19 ha sido para ellos mucho peor, pero también es mucho peor su tasa de mortalidad infantil, casi dos veces y media la de sus compatriotas blancos, es mucho menor su esperanza de vida, mucho peor su alimentación, mucho más bajos sus ingresos, mucho peores sus viviendas y padecen mucho más de diabetes, hipertensión arterial y otras enfermedades crónicas que los científicos vinculan entre otros factores al stress y la angustia que sus condiciones de vida les ocasionan. Y por supuesto son, con mucha más frecuencia, víctimas de la violencia policial.

El pasado 5 de junio la alcaldesa de Washington DC, Muriel Bowser, autorizó pintar el cartel Black lives matter
(La vida de los negros importa) en la avenida que conduce hacia la Casa Blanca. Foto: Internet

 

He resistido durante mucho tiempo el deseo de sumarme al torrente de las críticas al presidente Donald Trump. Trump es un animal público que se nutre de la publicidad, buena o mala, y no quería contribuir, ni muy humildemente, a nutrirlo, pero todo tiene un límite.

Donald Trump o bunker boy, como muchos denominan por estos días al actual presidente de los Estados Unidos, es también un fruto legítimo de esos pecados originales. A los numerosos errores en la dirección del enfrentamiento a la pandemia del Covid-19 en la nación norteamericana, a que le condujeron su narcisismo, su ignorancia, su amoralidad y el cortejo de sus simpatizantes en su afán de reeleción, suma ahora la incitación a la violencia y el profundo racismo que impregnan sus tweets y sus comentarios a la prensa, a propósito de los actuales disturbios que asolan a la nación. Como es muy prolífico, seguramente en unos días podremos hacer un libro con sus barbarismos sobre el tema, pero me referiré solamente a dos. George Floyd fue asesinado el día 25 de mayo. El día 29 del propio mes, ante el incremento de las manifestaciones, acompañadas en algunos casos de acciones violentas y saqueos en Minneapolis, a través de twitter el mandatario estadounidense advirtió textualmente: When the looting starts, the shooting starts. Más o menos significa que cuando comienza el saqueo, empieza el tiroteo. Horas después, no sé si estando bunker boy aún en el bunker a donde le condujeran solícita y rápidamente los hombres del servicio secreto, ante la amenaza que significaba la presencia de manifestantes en las afueras de la Casa Blanca, amenazó con perros viciosos y armas siniestras, cosas de las que debe saber mucho, a los que habían osado llegar hasta las verjas de su residencia para expresar su inconformidad.

Es imposible no recordar a George Wallace, gobernador por varios períodos del estado de Alabama entre 1963 y 1987, símbolo de las más brutal oposición a las modestas aspiraciones del movimiento por los derechos civiles, que encabezara el Reverendo Martin Luther King. La policía de Alabama hizo uso ejemplar de perros, supongo que viciosos, para reprimir toda manifestación de inconformidad de las víctimas de la despiadada discriminación racial imperante en el estado.

 

La frase When the looting starts, the shooting starts, fue originalmente pronuncidada por Walter Headley, en 1967, casi al final de sus 20 años como jefe de policía de Miami, amenazando con la violencia que sus subordinados se proponían emplear para reprimir a supuestos matones negros que querían aprovecharse del estado de ánimo creado por el movimiento de los derechos civiles. Headly aseguraba en esa misma intervención, que no temía ser acusado de brutalidad policial. No hay motivos para dudarlo. Por supuesto, fue enérgicamente respaldado por el entonces gobernador de la Florida, Claude Kirk [3].

Menos de un año después, en 1968, George Wallace, durante su fallida campaña presidencial, habría de retomar la frase: When the looting starts, the shooting starts.

El poemario Tengo, de Nicolás Guillén, publicado en 1964, incluyó varios poemas motivados por las atrocidades cometidas por el gobernador Wallace y sus seguidores en el afán por  preservar, a cualquier precio, la segregación racial. Uno de ellos, muy breve,lleva por título Gobernador.

Cuando hayas enseñado tu perro

a abalanzarse sobre un negro

y arrancarle el hígado de un bocado,

cuando también tú sepas

por lo menos ladrar y menear el rabo,

alégrate, ya puedes

¡oh blanco!

ser gobernador de tu Estado.

Parecería que por esos lares se puede ser incluso presidente de la nación. George Wallace está otra vez a cargo.

 

Notas:
 
[1] Black Americans dying of Covid-19 at three times the rate of white people Ed PilkingtonThe New York Times 20 de mayo de 2020
[2] The legacy of our original sin The New York Times 2 de junio de 2020
[3]  Espero no sea ancestro del capitán James Kirk, que habrá de comandar valientemente en los años por venir el poderoso USS Enterprise en la saga Star Trek