Ni tan joven ni tan viejo como un Rolling Stone

Erian Peña Pupo
14/5/2019

Muchos de nosotros, los más jóvenes, conocimos primero al Abel Prieto Jiménez ministro de Cultura. Desde 1997 lo observábamos en actos políticos, galas, inauguraciones, mesas redondas… Y sabíamos, aun sin leerlo, que el Ministro era escritor. Y eso nos inspiraba confianza: no es lo mismo que un ministro de Cultura sea un artista, un intelectual, que un cuadro más dentro de un aparato burocrático. Otros, algo más mayores que yo, lo conocían desde que Abel fuera designado presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) años antes. Después conocimos al Abel Prieto narrador a través de varios de sus libros: las selecciones de cuentos Los bitongos y los guapos (1980) y Noche de sábado (1989) y sobre todo las novelas El vuelo del gato (Editorial Letras Cubanas, 1999) y Viajes de Miguel Luna (2012). De la primera, ya una especie de clásico de la literatura finisecular cubana, conservo la primera edición, un libro que ya no aparece en casi ningún lugar, me dijo Abel cuando la dedicó.

Portada de Apuntes en torno a la guerra cultural. Foto: Cortesía del autor
 

Del Abel no personaje público fuimos conociendo algunas cosas: estudió Letras en la Universidad de La Habana y fue un joven como otro cualquiera; bueno, quizá no tan así: conjugaba en sí al apasionado jugador de ajedrez con el hippie trasnochado y soñador que usaba botas, el pelo largo, los pitusas gastados y estrechos… que lo han caracterizado; por otro lado Abel se enamoró del Disco Blanco de The Beatles, de la sicodélica y veinteañera Janis Joplin, y de un Bob Dylan que no pensaba recibir el Premio Nobel de Literatura, mientras cantaba en contra de la agresión norteamericana a Vietnam.

Aquello entonces no era lo más aconsejable, aunque esos muchachos melenudos y despreocupados que se reunían en Woodstock bajo los influjos del rock sesentero y que rompían sus boletas de inscripción al servicio militar, muchas veces enarbolando la famosa foto del Che de Korda, se inspiraran en los barbudos que —tan jóvenes como ellos— habían bajado de la Sierra, también melenudos, rebeldes y soñadores, para darle una estocada crucial al imperialismo. Esa es una deuda generacional aún no del todo saldada, aunque una estatua de John Lennon custodie un parque del Vedado capitalino.

De su ensayística apenas conocíamos piezas de un puzzle: algunos de sus artículos dedicados a José Lezama Lima en las páginas de varias revistas en la década del 80, La Gaceta de Cuba entre ellas; y un texto clásico, publicado también en La Gaceta en 1997, como contribución a un dosier sobre teatro cubano contemporáneo y del cual varios amigos me habían comentado: “La cigarra y la hormiga: un remake al final del milenio”… Lo demás se esfumaba en publicaciones, intervenciones, conferencias, prólogos…

Apuntes en torno a la guerra cultural —publicado por Ocean Sur en 2017 y por Ediciones La Luz en 2018, como parte de la celebración de la 25 edición de las Romerías de Mayo— viene a saldar esa deuda editorial con la obra no ficcional de Abel Prieto Jiménez, al reunir en un mismo volumen varios de esos textos de amplio perfil ensayístico.

Todos no son ensayos propiamente dichos, si analizamos un género que se resiste a catalogaciones, pero en estos prólogos, presentaciones, charlas, intervenciones… está el ojo y la mente aguzados del ensayista que analiza y presiente, que estudia y propone, que investiga y comparte desde el humanismo y además desde una profunda cubanía.

Si hay algo que prima en estas páginas es precisamente un humanismo y una cubanía cabal y raigal, que en el caso de Abel Prieto se dimensionan a una mirada martiana que lo inunda todo y que le llegó, entre otros, por ese maestro tutelar que es y será Cintio Vitier. Además, estos textos traslucen frecuentes reminiscencias lezamianas y un antimperialismo que, además de José Martí, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, le llega por la obra de su admirado Roberto Fernández Retamar y su necesario ensayo Calibán

Apuntes en torno a la guerra cultural aborda principalmente la necesaria relación entre la vanguardia artística y la vanguardia política, y también —subraya su prologuista, el historiador Ernesto Limia— “nos define el horizonte de la utopía en un mundo en que el imperio absoluto del mercado reemplaza el arte por el entretenimiento baladí y acrítico”.

Abel Prieto se detiene en cuestiones que —al parecer— siempre le han obsesionado y las matiza con cierta dosis de humor, ese que también ha analizado: la dominación cultural, aquello que Christiane Rochefort llamara “la colonización de las consciencias”; los círculos de poder transnacional; el ultraderechismo de algunos filmes de Hollywood y de la cultura de consumo estadounidense; el plattismo; las campañas publicitarias y reality shows que hacen de los “famosos” patrones a seguir por millones de personas: Abel pone los ejemplos de Rihanna, Shakira, Justin Bieber, Lady Gaga… y otros tantos famosos del mundo del espectáculo; creo que no se extrañaría ahora al comprobar que esos patrones han sido calcados por “fugaces estrellas” del repertorio sonoro nacional.

Además, la relación entre la intelectualidad cubana y la Revolución y las contradicciones en el seno de esta, incluido el llamado quinquenio gris con “su enfoque dogmático, sectario y homofóbico”… Todo ello se redirecciona —en la obra y el pensamiento de Abel— a la consolidación de una “política cultural unitaria y fidelista”, según sus propias palabras, primero desde la Uneac, después desde el Ministerio de Cultura, ambas con un amplio enfoque martiano: una política que él ha catalogado, además, de “abierta, plural, antidogmática y enemiga de los sectarismos” que muchas veces suelen asediar un proyecto así. Los textos reunidos en Apuntes en torno a la guerra cultural vienen a sostener, de alguna manera, su vía crucis personal en pos de esa lúcida y necesaria utopía.