No siempre llueve sobre mojado

Maité Hernández–Lorenzo
8/5/2017

Sin dudas, no podría vivirse la Jornada de Teatro Callejero en Matanzas sin recordar a Albio Paz, su figura tutelar y motor. Para él, la Jornada era, además de un punto de encuentro vital de esa práctica en Cuba, una manera de legitimarla, de sistematizarla. Ya sabemos que los eventos pueden, a veces forzadamente, es cierto, acuñar o estimular una tendencia. Recuerdo ahora mismo la Jornada Nacional del Monólogo, con sede principal en el Café Brecht. La crisis económica y sus sucesivas consecuencias hacia el interior del movimiento teatral —dígase desplazamiento de los grupos, reorganización de las compañías, la fundación de nuevos proyectos en un contexto vulnerable, la movilidad de actores y directores, la precariedad de las producciones y puntos suspensivos—, favorecieron el surgimiento de monólogos y unipersonales. Una cosa llevó a la otra y viceversa, porque algunos directores y dramaturgos vieron en el certamen un destino seguro a sus creaciones. La clásica Las penas saben nadar, de Abelardo Estorino y Adria Santana, tematiza e ironiza sobre el asunto. Por cierto, años después, en visible diálogo con esta, Albio escribiría para Miriam Muñoz Las penas que a mí me matan.

foto de las Jornadas de teatro Callejero en Matanzas
Las Jornadas de teatro Callejero son un modo de legitimar esa práctica y reencontrarse con ella. Fotos: Julio César García.

Con el Callejero sucede algo similar, pero tiene una distinción. Las razones de su parto difieren. Si en el Festival del Monólogo, creación y confrontación iban en paralelo, aquí el encuentro es el resultado orgánico de un largo proceso de construcción, reconstrucción, recuperación y conquista de la calle, del espacio abierto. Para algunos grupos, calle y crisis económica están conectadas: la segunda fue la puerta a la primera; pero para otros, no. Hay un segmento que optó por esa modalidad no solamente por la imposición de hostiles condiciones económicas, sino con el interés de explorar en otros lenguajes teatrales. Casos ilustrativos son Teatro a dos manos, con Dagoberto Gaínza y Nancy Campos, en abierta reivindicación del santiaguero teatro de relaciones, o Gigantería, de La Habana, cuyo fundador, líder y exdirector, Roberto Salas, articuló una experiencia donde el arte teatral iba de la mano con nuevas formas de gestión y producción. Sin dudas, el grupo abrió un camino a otras formas de autofinanciamiento. Al amparo de la Oficina del Historiador de La Habana, es cierto, pero autónomos de la institución rectora de las artes escénicas. Hoy, con nuevos rostros, nuevos senderos por transitar, sigue ahí. D’ Morón Teatro, de Ciego de Ávila,  y Teatro Andante, de Granma, completan la lista. Ambos inclinados al trabajo de calle y comunitario, dos líneas que se cruzan en ocasiones sin ser una camisa de fuerza. Son muchos los grupos que apuestan por la calle y los espacios abiertos, y en/sobre/con esa arquitectura, accidentada, disímil, asimétrica, dibujan los trazos en la peculiar escena donde dos ejes principales estructuran el discurso: el paisaje (urbano, cultural, social)  y el espectador.


Escena de Concierto para Aurora. Teatro El Mirón Cubano

El Mirón Cubano, núcleo desde donde surgió la Jornada, miró la calle desde la ventana de su sede. Imagino que la angustia de trabajar bajo el deterioro económico de los 90 los empujó hacia afuera. Pero no solo fue eso. La vocación reformista e inconforme de un artista de la talla de Albio Paz, quien ya había experimentado con Teatro Escambray y con Cubana de Acero las tensiones, productivas y riesgosas, del enfrentamiento con el público desde otras zonas de enunciación, le puso el “cuño” a esa decisión. Desde que los hermosos vestuarios y el enorme aparataje de El gato y la golondrina aparecieron en la calle, El Mirón Cubano, en sus sucesivas etapas, luego de la muerte de Paz, con Francisco (Pancho) Rodríguez y ahora con Rocío Rodríguez al frente como directora general, no ha salido del asfalto. En puridad, fue con un espectáculo anterior, pero fue este el que lo ancló en el pavimento.

Como he apuntado en otros textos, la calle se impuso a nivel social y simbólico. La vida cotidiana, la fragilidad del presente en términos políticos y existenciales se negociaba en ese espacio de todos y de nadie. La calle, esquina, vecindario, plaza, parada de guagua, la guagua misma, etc. Quizá se trataba de la posibilidad de cierto anonimato, de la disolución de un sujeto que se sentía más apresado en los espacios privados —familia, hogar, trabajo— y encontraba en ese ámbito de contornos sin fijezas, un medio y un fin. Igualmente, a la calle saturada de tribunas, actos políticos, galas al aire libre, marchas, el teatro contraponía una escritura otra.

La Jornada ha crecido, ha ampliado no únicamente sus diversos formatos, sino que se ha expandido por la ciudad, se ha superpuesto en espacios y funciones. Aunque, en honor a la verdad, siempre la Jornada apostó a favor de propuestas que tuvieran la calle como escenario desde otros lenguajes. De ahí el diálogo permanente y fecundo con la danza gracias a la presencia de  Danza Retazos y Danza Espiral; al performance, a intervenciones de las artes plásticas y la poesía, como fue la presencia de OMNI Zona Franca, o presentaciones circenses. O la inclusión en esta ocasión de un espectáculo como Shift Suprimir, del mexicano Monos Teatro, que transcurre en una casa abandonada y también explora esos ámbitos menos transitados. De hecho, el florecimiento de las estatuas vivientes, disciplina que Gigantería introdujo con fuerza, tuvo en la Jornada un importante nido. Si en ediciones anteriores uno de los puntos de la agenda teórica era el concepto mismo de teatro en/de/con la calle, la técnica de los zancos, la dramaturgia para la calle y otros asuntos, esta vez se debatió sobre la situación de los artistas de esta modalidad. Hoy, en Cuba, ha despuntado con fuerza y aún quedan muchas preguntas por responder en el plano artístico y legal.


La Jornada ha crecido y ampliado sus espacios.

En esta novena edición, del 19 al 23 de abril, pudo notarse un crecimiento de su cartelera. Recomendaría a sus organizadores, quizá, una curaduría más destilada, más concentrada, que ponga sobre relieve un concepto o expresión. En cierto modo, las condiciones climáticas atentaron contra la estabilidad. Imposible regular ese imprevisto. No obstante, a pesar de la lluvia persistente, el público se mantuvo fiel, colmó el Parque de La Libertad y muchos transeúntes levantaban la vista de su wifi para involucrarse en los espectáculos.

La celebración de talleres, de la mano del maestro brasileño Licho Turle y de Ernesto Parra, de Teatro Tuyo, fue un acierto total. El primero inició a los participantes en técnicas y conocimiento del Teatro del Oprimido, de Augusto Boal; mientras que Parra condensó, en poco tiempo, herramientas y claves del trabajo del clown a partir de la experiencia de su grupo. Parte de los contenidos y conocimientos de este último taller, estarán en un libro sobre Teatro Tuyo que Ernesto Parra está preparando junto a la Editorial Tablas-Alarcos.

El Mirón Cubano, centro mismo de las operaciones de la Jornada junto al Consejo Provincial de Artes Escénicas, fue un hervidero creativo. Atentos, además, a la producción y organización de la cita, estrenaron varias piezas en colaboración con otros grupos y otras instancias. Es alentador constatar el desarrollo de un grupo que, luego de la muerte de Albio, tuvo que fortalecerse. En el caso del sucesor, el también actor Pancho Rodríguez, fue adentrarse en la dirección escénica y continuar la labor de Albio.

En la actual edición, los nuevos actores y la dirección general de Rocío apuntan a una revitalización y también a un riesgo en otras modalidades y otros acercamientos al teatro callejero: la reposición de la versión de El viejo y el mar, a partir de la novela homónima de Hemingway, junto a los estrenos de Lluvia de palabras, en coproducción con Visitants de España, y Linternas de cielo, en colaboración con la compañía finlandesa María Baric, además de Concierto para Aurora, work in progress de una pieza conectada con historias y espacios de la ciudad.

Otro de los beneficios para el espectador es la inclusión del resto de las agrupaciones teatrales de la ciudad. La vorágine desde la mañana hasta la noche, el zarandeo de un lado a otro, es sustancia misma de la Jornada.

El encuentro, como quería Albio, ha sistematizado durante sus nueve ediciones la práctica del teatro callejero, ha ido tomando su pulso. Sería un momento conveniente para repensar, en cruce con otras disciplinas de análisis y enfoques, qué teatro se está haciendo y cómo ese paisaje ha ido, en viajes de retorno, cambiando los lenguajes, imponiéndose de algún modo en el quehacer de los grupos.

La IX Jornada constató la necesidad de inventar nuevas preguntas sobre el teatro callejero en Cuba. Podría ser el primer punto de la agenda de la próxima edición.

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