Otelo, siempre

Alberto Garrandés
24/3/2017

Uno de mis héroes intelectuales, George Steiner, indica en una entrevista extraordinaria que se publicó no hace mucho bajo el título Un largo sábado, que sólo la ficción es capaz de exponer los hechos y revelar la verdad. Esta antología, preparada por Teresa Medina —una mujer que, definitivamente, posee una mirada especial—, sobresale porque va a esa sencillez inexcusable de las fábulas, cuando contar es la mejor manera de entender el mundo.

Si la autenticidad fuera una salvaguardia merecedora de confianza, y la diversidad una virtud, me atrevería a decir que este libro, La maldición de Otelo, constituye un acierto literario y editorial. Al cuidado de la Editorial Letras Cubanas, y muy particularmente del escritor Michel Encinosa, los textos aquí reunidos arman un paisaje riesgoso y sincero. Porque los celos y las reacciones ante los celos, como materia de la literatura, pertenecen a ese grupo de fenómenos extremos que cualquier escritura tendría que respetar por lo menos como materia inasible y, en principio, como manifestación de lo humano.


Yoss, uno de los escritores de esta selección. Fotos: Internet

A propósito de esto, siempre me gusta decir que las cosas más obvias y sencillas son las más complicadas en su esclarecimiento y su expresión. Y, en espera de otra cosa mejor, es preciso que en nuestro corazón reinen de vez en vez la curiosidad y la incredulidad. Al parecer, en ambos sentimientos está el punto de partida de los celos, cuyas definiciones han sido numerosísimas a lo largo de los siglos.

La preparación, edición y publicación en Cuba de una antología que tiene a Otelo como epítome del drama que él mismo representa, es un buen síntoma. En medio de la crisis, de los desvaríos, del desconcierto social, todavía se puede decir algo bajo la sombra de Shakespeare y en favor de la alianza del sentido común con la literatura, y de esta con las pasiones y la formación de la identidad personal. Los celos están en todos los seres humanos (desde los niños hasta los ancianos) y hasta en los animales. Invade el territorio de nuestras presunciones, atraviesa los sueños, contamina los nexos sociales y forma parte de los espejismos del sentimiento.

Como suele ocurrir en las compilaciones temáticas, la lectura se encarga, a la postre, de configurar una red de sentidos a partir de la cual nuestra expectativa quedaría colmada o no. Lo atrayente, en este caso de La maldición de Otelo, es que las escrituras y los estilos van superponiéndose, complementándose, en una especie de juego de espejos. Y en el centro siempre queda el enigma de la posesión, o del deseo de poseer, o la necesidad de poseer con seguridad, sin tinieblas, incontaminadamente.

Este libro es muy agradable, además. Por la abundancia de sus refracciones y porque, por así decir, los celos son como los colores: infinitos. Y aquí, junto a lo habitual, por haber hay hasta zoofilia, y algo de gerontofilia, y fetichismos disímiles, y ensueños llenos de perturbación y amenaza, y crímenes de sangre, tradiciones vernáculas, ciencia ficción y, claro, mitos arcaicos actualizados. Pero, sobre todo, hay cuerpos. Muchos cuerpos. Y, cuando se trata de celos, los cuerpos estallan y hablan y resplandecen.


La escritora Dazra Novak.

He descubierto y redescubierto (y sólo citaré estos pocos ejemplos) la escritura bien urdida de Yonnier Torres, el sentido de la sorpresa emocional en Enrique Pérez Díaz, la imaginación casi heterotópica de Erick Sánchez, el humor preciso de Yoss, el discernimiento del toque de extrañeza sentimental en Dazra Novak, la prosa lúcida de Jesús David Curbelo, la gravedad tremenda de Jorge Luis Hernández, y el desborde paroxístico, sexualizado y siempre elegante de Reinaldo Montero.

Pero, como dice Yoss al final de su cuento, el hecho de que seas paranoico no tiene nada que ver con el hecho de si están o no persiguiéndote, de modo que ustedes sabrán cómo leer y qué provecho sacar de este libro.