Para Herminia Sánchez, una flor y un acto de justicia

Norge Espinosa Mendoza
15/1/2019

Ayer, entre la premura de muchas cosas, apenas pude subir a mi Facebook un post que replicaba una de las notas que, recientemente, apareció en Perfil de Teatro, la sección del boletín Entretelones, con la que saludamos en diciembre el más reciente cumpleaños de Herminia Sánchez, la actriz, pedagoga, directora y dramaturga que finalmente obtuvo el Premio Nacional de Teatro, tras una espera desfalleciente de muchos años, y que al fin, como un malhadado conjuro, se rompió para que esta mujer añada a sus muchos reconocimientos uno que no debería faltarle. Sus alumnos, colegas, amigos, no han tardado en saludarla.

Herminia es, en efecto, una de las grandes damas de nuestra escena, y aunque en esa carrera, que parece venir por escalafón de cronología, pareció que el tren se le había escapado, siguiendo las biografías de quienes iban alcanzando el mayor lauro de nuestra escena, es bueno que, tal y como sucedió el pasado año con el maestro titiritero Armando Morales, no se nos olvide el paso y el peso de quienes, en su hora de esplendor, dieron mucho, y dejaron aún más, como legado que nos alienta. Se forjó en las décadas de los 40 y los 50, en una generación en la que descollaron, por derecho propio, Ernestina Linares, Myriam Acevedo, Berta Martínez, Verónica Lynn, Antonia Rey, Elena Huerta y otras figuras dignas de recuerdo. Y sin embargo, ella ha sido siempre una de las más enigmáticas, de las menos dedicadas a autopromocionarse o a prodigarse en entrevistas, siendo dueña de una página de trabajo que daría para mucho de ello.

Herminia Sánchez en El sueño americano, de Teatro Estudio. Fotos: Cortesía del autor
 

Esta mañana, pensando en todo esto, me puse a buscar fotos de Herminia Sánchez. Pensé en sus apariciones teatrales, y en sus desempeños en cine y televisión. Directores como Humberto Solás, Fernando Pérez, Enrique Pineda Barnet o Tomás Piard supieron siempre que ella era una actriz eficaz, una presencia que no dejaría al espectador indiferente. Otras tenían una belleza deslumbrante, ella quedaba en la memoria por la imponente calidad de sus dotes, por su inteligencia al abordar lo mismo Bernarda, que Lady Macbeth. Lo demostró en los años de las salitas de arte, bajo la guía de Morín y otros nombres de la época. Y en Teatro Estudio, o haciendo a Brecht bajo la conducción de Ugo Ulive, y luego en el Escambray, y siempre junto a su esposo, Manolo Terraza, fundó el Teatro de Participación Popular. La contingencia ha hecho pasar a otras memorias y quizás a otros olvidos esas piezas del momento: Amante y penol, Audiencia en La Jacoba, Cacha Basilia de Cabarnao, que interpretaban junto a actores aficionados del puerto habanero. Retornó a Teatro Estudio de la mano de Berta Martínez. Siguió haciendo cine y televisión, y nunca decayeron ni su talento ni su profesionalidad. Como la tentación que me lleva a ese filme es inagotable, rastrée mi copia de Lucía entre mis archivos, y allí me reencontré con la imagen más querida que tengo de Herminia Sánchez.

En el primer cuento de la mejor obra de Humberto Solás, Herminia deslumbra junto a los muy talentosos intérpretes de toda la película. Interpreta a Rafaela, esa amiga zumbona, que teme acabar “para vestir santos”, quizás la más fiel entre todas las que se reúnen para bordar y jugar junto a la protagonista de la historia inicial del filme, que domina Raquel Revuelta en una madurez que no tiene parangón. Y sin temerle a la gran actriz, con unas pocas escenas, desde un personaje secundario, Herminia Sánchez se pone dignamente a su altura. Ella, como otras mujeres de ese cuento, prefigura uno de los posibles destinos de Lucía, como lo hace la Fernandina, esa loca callejera a la que da vida Idalia Anreus, ni más ni menos. Secundario, digo de su personaje, pero eso no es óbice para que la cámara de Jorge Herrera no la admire ni le haga ciertos halagos. Cuando las amigas de Lucía juegan a la gallina ciega, la cámara la persigue, a ella, a Rafaela, por unos segundos más. Cuando se oye cantar un tema de Marta Valdés, Aunque no te vi llegar, es Herminia Sánchez quien domina el plano, tratando de ocultar las lágrimas que esa canción de amor le arranca y que no quisiera revelar ante sus amigas. Y no se olvide cómo domina ella, justamente, la narración expresionista que nos deja saber el origen de la locura de la Fernandina. Cuando está en el encuadre, también hay que mirarla a ella, no importa la estatura de su personaje desde el guion. Eso lo consigue Herminia Sánchez porque es una gran actriz, a la que le basta comprender la sicología de lo que encarna para que la acompañemos intensamente.

En uno de esos planos, mientras deshilvana el relato horrible de la Fernandina, juguetea con una flor. Como hacen, en la película, cada una en su historia, todas las Lucías. Como otra flor debe llegar a ella este Premio Nacional de Teatro, para que la recordemos desde el magisterio que siempre ha tenido por suyo. A veces, el Premio Nacional de Teatro ha sido eso y no más: un galardón que reconoce una trayectoria, y que nos deja calibrar las luces y sombras del recorrido del artista laureado. En otros casos, como en este, ese Premio es un acto de justicia. Y por eso alegra, aunque sepamos que haya aún candidatos que deberán esperar un año o más para obtenerlo, con el orgullo que les da el saberse dueño de carreras también notables. Porque Herminia Sánchez nos ha revelado, ahora, que sabe esperar. Que tal vez le bastó recordarse en esas y otras escenas de nuestra memoria. Y que por suerte, ya puede tener el premio como una flor más, apretada entre las páginas de ese libro que se parece a la pieza de teatro, al filme, o al día en que la nombramos para aplaudirla de nuevo.

Herminia Sánchez , TABLAS 1986

Herminia Sánchez en Lucia