Post-it 4: ¿un encuentro sintomático?

Maikel José Rodríguez Calviño
18/9/2017

Tras perder su carácter de expoventa, Post-it, evento destinado a promocionar y visibilizar el trabajo desarrollado por jóvenes artistas cubanos menores de 35 años, llega a la cuarta edición. Esta nueva entrega, auspiciada por el Ministerio de Cultura, Collage Habana, el Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC) y las galerías Galiano y Artis 718, también contó, por primera vez en la historia del encuentro, con un único jurado de admisión y premiación, cuyos integrantes, el crítico de arte David Mateo, la profesora Odette Bello, el artista de la plástica Michel Pérez (El Pollo) y las curadoras Gretell Rodríguez Álvarez, Miriam P. Casanellas, Sandra García Herrera y Elisa M. López Rodríguez, fueron los encargados de seleccionar las obras a exhibir, y serán los responsables de galardonar las mejores propuestas.     


De la Serie Estampida “Viajeros y Magos”, Onay Rosquet

 

He aquí dos de las características más sobresalientes que presenta Pos-it 4 2017. A ellas sumamos el marcado protagonismo de la pintura, representada por 27 de los más de 50 creadores insertos en la curaduría que desde ayer, y hasta el 20 de octubre, acogen las galerías vinculadas al proyecto. El resto de las manifestaciones presentes son la escultura y la instalación (con 14 obras), el dibujo (con seis), y la fotografía y el grabado (con tres cada una).

En el primer apartado destacan los cuidadosos ejercicios de trampantojo propuestos por José Luis Bermúdez, Onay Rosquet y Yasiel Álvarez, cuyas respectivas piezas “Sin título” (de la serie Autocensura), “Viajeros y magos” (de la serie Estampida) y “Universo” (de la serie Contenidos) crean una casi perfecta ilusión de tridimensionalidad mediante notables ejercicios pictóricos muy cercanos a los presupuestos estéticos del hiperrealismo. Las paisajísticas citadina y campestre estuvieron presentes con un pieza de la serie Dibujos fotogénicos, de Daniel R. Collazo; la divertida White secrets, una versión de la Casa Blanca hecha de cristal, ejecutada por Doris Llago; Nueva realidad, acrílico sobre lienzo de Gerardo Liranza, y Paisaje sin horizonte (vista desde El Pico), sugerente obra de Roger Toledo Bueno que ubica al espectador frente a la imagen de un espacio geográfico geometrizada, cuasi pixelada, llena de texturas simétricas que, según declara el propio artista, garantizan un visionaje pautado y pausado de la composición.        

Asimismo, la figura humana halló exponentes en Éxtasis, de Roldán Lauzán Eiras (contestaria imagen de una monja hipermaquillada que devora una hostia metálica); Sol, de Andy Llánez (erótico torso visto de espaldas, perteneciente a la serie Ritual, ejecutado con óleo y láminas de oro sobre lienzo) y Sin título, pieza de José Luis Bermúdez plausible por su acentuado rigor técnico. En cambio, la marcada tendencia neofigurativista que hoy define a determinadas zonas del arte insular tuvo como representantes a Alfredo Mendoza Bullaín, Eddy Maikel Sotomayor, Frank D. Valdés, Michel Chailloux, Robin Pau y la dupla creativa Ellos Picos, quienes propusieron, indistintamente, granadas en plena explosión, imágenes surrealizantes u oníricas asociadas a lo monstruoso, series pictóricas relacionadas con el humorismo gráfico, inquietantes diálogos entre individuos rayanos en lo fantasmagórico, o barrocas composiciones que nos muestran la historia reciente del capitalino parque José Antonio Echeverría. Por último, Laura Carralero y Zandy Gómez recurrieron a composiciones de corte abstraccionista: la primera, con pequeñas pinturas que recrean disímiles espacios arquitectónicos representados sobre trozos de madera contrachapada, y el segundo, con un pacífico close up a la atmósfera circundante ejecutado con pigmentos y polvo ambiental.    

En materia tridimensional llama la atención el conjunto Tarde para no creérselo, cuyo autor, Luis E. Milán, cubre diversas representaciones de lo divino con detalles iconográficos aparentemente anodinos (rizos de cabello, bigotes o cauris), en una práctica escultórica artesanal que habla sobre la reproductividad de lo sagrado al interior de grupos culturales cuyos integrantes depositan su fe en entelequias sobrenaturales y todopoderosas propensas a ser representadas mediante una obra de arte. También destacan Dependencia, instalación de Miguel Osorio que, al entremezclar sangre de un individuo seropositivo con representaciones de moléculas de cristal ensambladas mediante pastillas, remite a la fragilidad inherente a los organismos de las personas que viven con VIH y se someten a tratamientos antirretrovirales, y la action figure de Elpidio Valdés propuesta por José Ernesto Alonso, joven escultor que focaliza nuestra atención sobre la necesidad de visibilizar aquellos personajes de historietas que tributen a nuestra identidad nacional, más ahora que las nuevas generaciones se interesan cada vez más por villanos y superhéroes de factura extranjera.

A su vez, la fotografía contó con “Permanencia” (de la serie Islas), pieza de Alfredo Sarabia (hijo), quien, al entremezclar lo fotográfico con el ready made y lo instalativo, quiebra las fronteras de la fotografía como manifestación asociada a la inmediatez y la planimetría, a la vez que discursa sobre problemáticas vinculadas a la insularidad y la identidad topográfica nacional. En cambio, el dibujo y el grabado están representados por Alberto Rodríguez, Evelyn Aguilar, Sergio Marrero, Elio Jesús y Desbel Álvarez, este último, con una enorme matriz de colagrafía (fue imposible imprimir el grabado) que reflexiona sobre el degaste del patrimonio arquitectónico cubano puesto en función del turismo mediante la imagen de un Hotel Nacional casi ruinoso, en pésimo estado de conservación. Como detalle a destacar cataloga la incorporación de Osvaldo Pestana Montpeller (Montos), uno de los historietistas jóvenes más reconocidos en Cuba actualmente, lo cual le confiere un mayor grado de inclusivismo al evento, pues no es usual que proyectos de este tipo brinden espacio a exponentes del llamado Noveno Arte.  


"Efecto Mariposa #2", Sergio Marrero

 

¿Es Pos-it, en esta nueva edición, un salón representativo de la producción simbólica cubana emergente? ¿Acaso la marcada presencia de obras planimétricas, y de lo artístico asociado a un objeto identificable como obra de arte, está discriminando determinados procedimientos por encima de otros? Nótese la ausencia en las muestras finales de manifestaciones como el video-arte, el performance, el enviroment, el arte callejero, las intervenciones públicas, los site specifics, e incluso los consabidos proyectos que se muestran ante la imposibilidad de ejecutarlos debido a múltiples razones, casi siempre de índole económica o tecnológica. Además, esta edición prioriza en todo momento a la galería como núcleo legitimador de las propuestas que acoge, lo cual redunda en el carácter sagrado de la institución arte, cuyos espacios garantizan una mayor operatibilidad y legitimidad del hecho artístico. Habría que esperar, en futuras ediciones del evento, una mayor presencia de artistas interesados en trabajar dichas manifestaciones, así como una mayor interacción con los espacios citadinos y académicos. A fin de cuentas, un altísimo por ciento de los artistas seleccionados son egresados de, o cursan estudios en diversos centros de enseñanza artística.

Otro detalle interesante en la composición de la muestra está en la ya mencionada presencia de la pintura, rasgo que guarda relación con el llamado regreso al paradigma pictórico experimentado por el arte cubano en las dos últimas décadas, y que, en esta ocasión, veo estrechamente relacionado con las estrategias de supervivencia económica escogidas por una nueva generación de creadores interesados en producir un arte vendible, con éxito comercial, y la propia historia del arte demuestra que es precisamente la pintura una de las manifestaciones plásticas más comercializadas y comercializables. Quizás esto presuponga, en el porvenir, un mayor auge de lo pictórico dentro de la producción simbólica nacional: desarrollo impulsado, sobre todo, por núbiles exponentes que ven en los acrílicos sobre lienzo un método factible y relativamente rápido para insertarse en el mercado de arte; si bien (y por paradójico que parezca) el evento ha renunciado a su vertiente más comercial, pues los organizadores (según declararon en conferencia de prensa) no querían condicionar, en función del mercado, la naturaleza, calidad y objetivos de los proyectos a presentar por parte de los artistas.

Independientemente de las preguntas que deja en el tintero, Post-it se nos revela hoy como un evento útil para los núbiles creadores del patio. Resultan loables el rigor de la selección y el adecuado acople de las piezas a los tres espacios expositivos, si bien queda pendiente la publicación de un catálogo que recoja los resultados de esta nueva experiencia. No podemos olvidar que el arte, en cuanto memoria viva, pervive en sus memorias.

¿Un encuentro sintomático, que realmente le toma el pulso al arte joven cubano? Eso solo el tiempo lo dirá. Ya vendrán otras oportunidades para “postear” signos y símbolos que hoy producen las nuevas generaciones. Mientras aguardamos por el veredicto del jurado, disfrutemos esta, cuyas raíces se hunden en el presente, pero ramifican ya hacia el futuro.