Primer entrega de un salón en progreso

Maikel José Rodríguez Calviño
10/11/2017

Llega el Séptimo Salón de Arte Contemporáneo Cubano (SACC), y con él, más dudas que certidumbres. Entre el noviembre en curso y enero del próximo año, el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (CDAV) acogerá un amplio número de propuestas culturales y expositivas que, en una suerte de carrera de relevos, irán configurando una experiencia estética encargada de visibilizar y socializar propuestas novedosas dentro del panorama plástico cubano emergente.


Entre el noviembre en curso y enero del próximo año, el CDAV acogerá un amplio número de propuestas culturales.
Foto: Maité Fernández
 

En tiempos de Bienal aplazada, el SACC se erige como foco de interés para críticos, especialistas, cultores y amantes de las artes visuales. Sus gestores se han encargado de articular un programa de eventos que incluye presentaciones de proyectos, catálogos y audiovisuales, performances, conversatorios y conferencias a impartir por creadores, críticos y especialistas, varias muestras colaterales, puestas en escena y sesiones de música electrónica que tendrán como colofón un concierto-clausura a celebrarse el veinte de enero en el CDAV.

El Séptimo Salón centra su interés en las iniciativas privadas de gestión y desarrollo en los sectores económicos, artísticos e intelectuales. El tejido curatorial del evento responderá a tres líneas discursivas fundamentales: ficción, performatividad y misticismo. La coherencia y efectividad con que dichos núcleos puedan imbricarse y coexistir será tarea para el staff curatorial del CDAV. No obstante, el evento apostó por una estrategia de selección que, en su propia (y relativa) novedad, podría pecar de dispersa y exclusivista, pues la convocatoria tuvo muy poca difusión a nivel nacional. Esto trajo como consecuencia que hayan sido muchos los artistas de diversas procedencias que perdieron la posibilidad de entregar proyectos y verse representados en un evento significativo y necesario, aunque poco promocionado fuera de su circuito más inmediato.

La primera entrega del SACC centró su interés en la publicación de textos en editoriales no institucionales, la construcción de viviendas por esfuerzo propio, la fabricación de productos de alta demanda en pequeñas empresas particulares y la reinterpretación de figuras teológicas cristianas: motivos escogidos por los artistas para estructurar esculturas, videoartes e instalaciones fundamentadas en la simulación, los juegos de roles, los maridajes entre saberes y procedimientos artísticos y extrartísticos, los estudios de campo y las negociaciones.

Son varias las interrogantes que, en mi opinión, definen esta muestra iniciática: ¿basta que los artistas se apropien y reinterpreten desde una perspectiva estética estas prácticas cotidianas de desarrollo intelectivo y comercial para que las podamos considerar experiencias artísticas? ¿Dichas experiencias no deberían ser reelaboradas y propuestas a los espectadores en espacios públicos, posiblemente los mismos en que las llevan a cabo sus protagonistas reales, o incluso el propio artista una vez las ha resematizado desde sus intereses y perspectivas? ¿Será acaso que los curadores siguen priorizando a la galería como zona de legitimación para elevar esos ejercicios diarios de supervivencia y desarrollo a la categoría obra de arte?

 Asimismo, las propuestas más cercanas a lo performático y a la intervención pública (Carro de mão, de Amilkar Feria, Marcela García y Anamely Ramos; Cielo raso, de Mari Claudia García Ruiz; y la negociación de Levi Orta con el CDAV para la futura promoción de su obra, por ejemplo) no fueron ejecutadas in situ, lo cual hubiese contribuido sustancialmente a su credibilidad; en cambio, se presentaron documentaciones escultóricas, fotográficas y videográficas, sin tenerse en cuenta que, en propuestas de esta índole, la participación y reacción del público juegan un papel fundamental. Además, las experiencias de corte más procesuales, como la impresión o elaboración manual de libros, muy bien pudieron llevarse a cabo dentro de la institución, tal y como ocurre con Aliento, sugerente instalación de Ariamna Contino y Alex Hernández que permite destilar ron de forma artesanal.

Advocaciones del Espíritu Santo e In-valuable son dos propuestas que atraen poderosamente la atención. La primera, de José Manuel Mesías, toma como motivo central una de las figuras teológicas más importantes del cristianismo para ofrecernos una visión desacralizada y cotidiana de la religiosidad popular; la segunda, de Nelson J. y J. Pablo, remite a universo infantil y a la forma en que los niños reconfiguran y utilizan juguetes de muy diversa procedencia.

Esta acumulación de objetos maltratados, desgastados y resemantizados desde el divertimento cotidiano produce una paradójica sensación de agobio, precariedad y tristeza. Por su parte, el libro de artista, modalidad que en los últimos tiempos ha ganado protagonismo en exposiciones y curadurías (vinculadas, sobre todo, al dibujo y la gráfica) protagonizó Un metro en Asia, de Ezequiel O. Suárez, pieza que entremezcla clásicos de la literatura cubana y universal, muebles de valor patrimonial y tres ejemplares, editados por el propio creador, que rompen con las dimensiones tradicionales dadas a los libros en la cultura Occidental.     

Como toda obra en proceso, los resultados del Séptimo SACC solo podrán catarse a profundidad una vez concluyan todas sus propuestas. Independientemente de tinos y desaciertos, esta primera entrega se arriesga y esfuerza por mostrar nuevas facetas de un panorama artístico heterogéneo, contaminado por la interdisciplinariedad, las constantes elaboraciones de sentidos y la ambigüedad. Quedan por delante casi tres meses de experimentación e intercambio. Al final, veremos qué saldo dejan.