Realezas del ballet sobre una escena de leyenda

Andrés D. Abreu
25/8/2016

El más  legendario escenario del arte danzario en Cuba, antiguo teatro Tacón, hoy sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, con la mismísima diva, prima ballerina assoluta y directora del Ballet Nacional de Cuba presidiendo la noche y reverenciando a su público desde el primer balcón, dispuso toda su encanto y magia para que las estrellas invitadas a la Gala del pasado sábado demostraran las maestrías artísticas que le permitieron estar convocadas a la apertura de ese tipo de magnos encuentros en Cuba.

Justo es comenzar cualquier comentario agradeciendo a todos los organizadores del evento por lograr este suceso histórico y, especialmente, al bailarín cubano Rodrigo Almarales (primer bailarín del Cincinnati Ballet) por ser el corazón de esta idea devenida realidad, trasmitida en vivo vía internet y proyectada a gran pantalla en las afueras del Gran Teatro para quienes no pudieron lograr butacas en el interior.


Fotos: Kike

Por todo ello, Rodrigo se mereció abrir ese impactante programa junto a la japonesa Misa Kuranaga (primera bailarina del San Francisco Ballet), interpretando el pas de deux de La Sílfide, de August Bournonville, una pieza que dentro del repertorio de la noche marcaba como un prólogo cordial para el atemperamento a la historia que se nos regalaría después, con momentos de altísima exaltación, entrecortados por unas afables presentaciones de los participantes desde fragmentos audiovisuales (aquejados de una mejor edición y sentido dramatúrgico).

Fue la misma Misa Kuranaga, luego de mostrarse con suave línea,  deslumbrante port de bras y precisión como la Sílfide, quien protagonizó uno de los dos notables solos que estremecieron el recinto teatral. La japonesa, en su segundo momento de fulgor en la noche, interpretó con categoría La muerte del cisne como para dejar su nombre incluido en la importante lista de figuras que han hecho vibrar al Gran Teatro de La Habana con esa sobrecogedora pieza creada por Fokine en los inicios del siglo XX.


Les Bourgeois

El otro gran solo de la Gala, aunque mucho más actual y contemporáneo, también tuvo un alto referente sobre el escenario: Les Bourgeois, del coreógrafo belga Ben Van Cauwenbergh, se había estrenado sobre las tablas de la Sala Lorca en este nuevo milenio, nada más y nada menos que bajo el genio de Carlos Acosta. La Gala nos lo restituyó desde la perspectiva de otro inmenso bailarín de estos tiempos, el ruso Danil Simkim (Primer bailarín del American Ballet Theatre), quien aportó matices más europeos a ese satírico personaje entre lo teatral y lo circense, exigente a sus ejecutantes de un buen histrionismo y grandes dotes para la acrobacia danzaria, que Simkim cumplió a totalidad hasta ganarse una de las más sonadas tandas de aplausos de la noche.

El programa incluyó otro solo, Painting Greys, bailado por el italiano Carlo Di Lanno (Primer bailarín del San Francisco Ballet), una pieza de estreno que se propuso aportar frescura a la Gala, pero que no logró estar al nivel demandado por el espectáculo.


Painting Greys

Di Lanno sí alcanzó a lucirse junto a su compañera del San Francisco Ballet, la primera bailarina moscovita María Kochetkova, durante la ejecución de Bells pas de deux, una excelente pieza coreográfica contemporánea del también ruso Yuri Possokhov, quien desde hace más de diez años ha creado establemente obras para la compañía norteamericana y otras importantes agrupaciones del mundo. Considero a esta presentación del Bells pas de deux, de Possokhov, otro de los aportes más importantes de la Gala al contexto de la danza en Cuba, pues exhibió con creces los conceptos renovadores del ballet ante la mirada del público y los jóvenes coreógrafos cubanos. 

Menos afortunada para una esperada supernoche fue la inclusión, casi al final, de Chor. # 2, de Rodrigo Almarales, una pieza de aires nuevos, más neoclásica, bailada por su creador junto  a la cubana Adiarys Almeida, primera bailarina invitada de varias compañías y galas internacionales.

La Almeida, por su parte, ya había escenificado el momento más aplaudido de la noche cuando al cierre de la primera parte de la Gala, y en su regreso al escenario habanero, mostró avances deslumbrantes en sus dotes espectaculares para los balances y giros que exige el personaje de Medora en el ballet El Corsario, ejecutado desde un pas de trois junto al canadiense Matthew Golding y el norteamericano Joseph Michael Gatti, otro primer bailarín invitado a quien se le sintió una fuerte exigencia para acreditarse a la altura del resto del elenco.


El Corsario

Otro gran mérito de este desfile de estrellas estuvo en la ejemplar disciplina ejecutante de posiciones y pasos, la musicalidad de los gestos y el cuidadoso respeto a los estilos que mostraron las parejas en los grandes dúos de la historia del ballet. 

Comienzo por los rusos Jurgita Dronina (Primera bailarina del Ballet Nacional de Canadá) y Semyon Chudin (Primer bailarín del Ballet Bolshoi), a quienes no le bastaron los plausos conseguidos en la primera parte de la Gala con el pas de deux del tercer acto de La Bella durmiente para superarse con creces  luego del intermedio, cuando en la segunda parte del espectáculo asumieron los  personajes de Giselle y Albrecht en el pas de deux del segundo acto de la afamada pieza romántica. Ellos sabían que bailaban frente Alicia y sobre el escenario de Alicia, que es igual a decir el escenario de una inmensa y eterna Giselle, y no demeritaron para nada la oportunidad que les dio la vida de probarse ante ella. Dronina fue, en cada movimiento, todo lo fantasmal, volátil y frágil que puede pedirse a la willi adorada por un Albrecht vestido de la mejor clase anhelada para un danseur noble.


La Bella durmiente

Otro excelente partenaire lo constituyó el canadiense Matthew Golding (primer bailarín del Royal Ballet) acompañando al sobrio Cisne negro de  Iana Salenko (primera bailarina del Ballet Estatal de Berlín). Los giros de la ucraniana Salenko pusieron en alta tensión a los espectadores de la sala y demandaron de lo mejor de sí a Golding para secundarla. La Salenko también compartió altos rigores en el pas de deux Las llamas de París con el desenfadado ejercicio interpretativo del ruso Ivan Vasiliev, primer bailarín del Ballet Mijailovki y del American Ballet Theatre.


Las llamas de París

Otra que desde los fouetté agitó corazones fue la Kochetkova cuando regresó al escenario para cerrar la Gala junto a Simkim en el pas de deux del ballet Don Quijote. Ambos bailarines lucieron técnicamente excepcionales, matizados por una gracia actoral acorde a los personajes. Él, sobre todo con sus saltos, y ella, abanicándose en los pirouette, fulguraron el final de una nueva leyenda para un escenario que los recordará por mucho tiempo.