“Retratar una parte esencial de nosotros”

Rubén Ricardo Infante
13/12/2019

Dentro de la competencia del 41 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en la categoría de documentales, se incluye Órgano (2019), un material que habla de una música muy importante para nuestra tradición regional. 

La realizadora Rosa María Rodríguez. Foto: Muestra Joven ICAIC
 

Su directora, Rosa María Rodríguez (Holguín, 1988), es Licenciada de la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA) en la especialidad de Dirección; y actualmente, además de su quehacer como realizadora, estudia en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV).

¿Cómo llegas a la historia que cuenta Órgano?

Al crecer en Holguín, era muy normal ver órganos orientales en mi ciudad. De hecho, en mi círculo infantil del reparto Vista Alegre había un “organito” que se llamaba Ismaelillo. Con nuestro profesor de Educación musical, siete personitas de entre cuatro y cinco años actuamos en el teatro principal con él, y tocamos y cantamos Mamá Inés.

Mis abuelos son campesinos, y esa música la tienen pegada en la piel. Me fui a estudiar fuera de Holguín a los 15 años, y las veces que regresaba, poco a poco, fui observando cómo la música de órgano se desplazaba a lugares oscuros y alejados. De hecho, ya los locales no hablaban de música guajira, sino de música de borrachos. Y ese año escuché de la convocatoria de DOCTV que estaba destinada a la Música, y creí que era el momento de hacer un documental sobre el tema. Comencé a investigar, pero necesitaba de una persona que me acompañara en la aventura en la parte de producción, y así invite a Yamila Marrero, que ya había hecho otros documentales, también es de Holguín, y sus motivaciones eran muy similares a las mías.

¿Qué te propusiste a la hora de revelar un tema casi inexplorado en el discurso audiovisual cubano?

Como te conté, hablar de una música muy importante para nuestra tradición regional era una de las motivaciones primarias. Sobre todo, el hecho de que si no se apoya a los pocos que intentan mantener los órganos, el repertorio y las partituras de cartón perforado, los compositores para el órgano casi extintos, esa música va a desaparecer. Otro de los propósitos era la necesidad de retratar una parte esencial de nosotros, el campo de nuestra niñez, nuestros abuelos campesinos, una Cuba que está allí esperando por ser redescubierta. Y en lo personal, me encanta la música de órgano, todos los mitos que hay alrededor de su aparición en Cuba: Que si fueron traídos por corsarios y piratas para esconder dentro de ellos lo que robaban en altamar, o si trajeron demasiados para las iglesias de la región oriental y nadie los recogió y se los llevaron los campesinos que vivían cerca. Los bailes que se derivan de su música. Nada, que creo que hay mucho de lo que hablar aún del órgano.

¿Qué significa para una joven realizadora poder competir en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano?

Mira, cuando me preguntan sobre eso, siempre respondo que el Festival es un referente importante desde que uno estudia cine. Saber qué películas encabezan las listas del momento de nuestro cine latinoamericano y contemporáneo. Es como una clase cada película que se ve en esos días: Cuál tendrías como referente, cuál no, en fin, es una fuente de inspiración fundamental para mí.

De público a cineasta las emociones son muy fuertes. El público de Cuba es único, la verdad, las veces en las que he estado presente en proyecciones en otros países es superbonito, pero el público nuestro es único. 

¿Cuáles son las alegrías y tristezas que te ofreció su realización?

Alegrías muchas, conocer a gente increíble, como los organilleros de Buenaventura. La familia Ajo Marrero, los habitantes de allí. Conocer más de esa música, intentar hacer algo por que esa tradición no muera. Una de las grandes tristezas fue que, meses después de terminar el rodaje, murieron Ada Ajo y Neli Ajo, las hijas de Pepe Ajo, una detrás de la otra. Al equipo, en general, nos afectaron mucho esas pérdidas. Pero tenemos la satisfacción de que pudimos tener sus testimonios, y cumplir uno de sus deseos: que esa familia y su historia tuvieran una película.

¿De dónde nace Nara, una historia que revela incesto, un poco de misterio y se nutre del cine de terror?

Las historias que me obsesionan llegan la mayor parte del tiempo de situaciones muy diferentes, vivencias personales, cosas que me cuentan amigos, familiares, conocidos y hasta de mis sueños, que siempre los escribo.

Esta historia en particular es un cúmulo de varias de esas situaciones. Todo comenzó en una trepada cultural en el Oriente de Cuba, conocí a dos hermanos que se habían casado y tenían cinco hijos, dos de sus hijos compartían una enfermedad congénita llamada XP. No podían salir en las horas del día y su cuarto estaba herméticamente cerrado. Salían en las noches y tenían una maestra que venía y… nada, su vida estaba invertida. En el pequeño caserío les decían “los vampiritos”. Han pasado unos diez años y quería contar sobre esa historia en algún momento. Al comenzar a escribir el relato de Nara, me di cuenta de que estaba escribiendo sobre mí a través de aquel suceso que había quedado en mi memoria.

La realizadora Rosa María Rodríguez. Foto: Juventud Rebelde
 

Era un poco loco, porque esta historia de una adolescente llamada Nara que vivía en una casa de madera apartada de la ciudad junto a su hermano me estaba llevando a dialogar con momentos de mi vida. Esos momentos son muy particulares para cada cual, y van desde el despertar sexual, el deseo, la incomunicación, la maternidad, hasta la soledad. Creo que todo esto solo podía contarlo yo, en un thriller sicológico.

¿Consideras a Nara como parte de una línea ya iniciada con La Costurera sobre visiones feministas o de género?

Yo soy de las que visita sus propias historias para encontrar respuestas. Puede parecer un poco abstracto esto, pero cada corto es una cara de mí. Y la línea en común, o que se está repitiendo en mis historias, no es pensada previamente. Tampoco busco hacer algo enmarcándolo en un género, terror, comedia, sicológico…, ellos se encuentran con la forma en el camino.

La costurera tenía el objetivo de hablar sobre el abuso infantil desde el punto de vista de la niña, sus fantasías, sus miedos. Y yo tenía muy claro que quería que el espectador tuviera conciencia de que, después de que alguien es abusada, nada será igual.

Y sigo pensando en que es asunto de otros ponerle etiquetas al cine, yo veo La costurera y no veo un género, veo una historia terrible contada a través de un mundo mágico.

Pero mentiría si digo que no busco con frecuencia en el cine de terror. Es increíble cómo, a través del terror, el cine habla de temas muy femeninos. Alien, El Bebe de Rosemary hablan de la maternidad de una forma majestuosa. Carrie, Criaturas celestiales refieren del paso de la adolescencia, sus miedos, la violencia de esa etapa, y así podría citarte unas cuantas de las que soy fan. Generalmente son hombres directores hablando de nuestros demonios…, y para nadie es un secreto que en nuestro mundo patriarcal se ve mal que nosotras hablemos de nuestras imperfecciones, de nuestros deseos. Sí creo que hay muchas barreras aún para que nosotras las mujeres hagamos este tipo de cine. Y bueno, si eso es una visión feminista, me sirve el traje.

¿Por qué te interesa descubrir o revelar nuevas visiones sobre el universo femenino?

No creo que estoy revelando nada nuevo, pero ya no concibo mi vida sin contar sobre mis obsesiones. Porque he descubierto que son las obsesiones de muchas otras. El regalo más bonito que recibo cada día es cada vez que se me acerca alguien y me dice gracias por… Así que seguiré hablando de lo que no se quiere hablar, o no se quiere que nosotras las mujeres hablemos.

También este proyecto se conecta, respecto a sus intenciones creativas, con La casa o Las 12 chicas. ¿Quieres trazar una línea de conexión sobre la utilización del cine de terror o sicológico en tus obras?

Me encanta lo de intenciones creativas, es una buena frase para hablar de mis primeros gritos. La casa me abrió las puertas a la Muestra Joven. Y siempre recuerdo una crítica de alguien que habla de que estaba en presencia de un desastre visual. Años después, en el Teque, un espacio de la misma Muestra Joven, la volví a ver. Y me encantó recordar lo de desastre audiovisual, mi peli había envejecido bonito (para mí) y veía en ella mi origen, mi primer grito. Las 12 chicas fue un ensayo de una estética para hacer La Costurera. Y bueno…, no sé si después de Nara haré algo similar, porque después de La Costurera vino I love Papuchi, y ahora han llegado dos cortos de la EICTV que no tienen nada que ver con el terror. Está Órgano, un largo documental sobre música. Estoy escribiendo otra ficción, produciendo, estudiando. Veremos qué pasa.

De alguna manera, en tus cortometrajes la necesidad de decir, de exponer se percibe mucho, es como lograr un grito, como el de Eduard Munch…

Qué curioso que ya estaba hablando de gritos antes de esta pregunta. Nara es mi más reciente grito. Nara grita sobre el empoderamiento femenino, sobre la soledad, sobre la sexualidad, el deseo. Y advierto que al estudiar arte dramático me enseñaron a gritar de manera tal que, aunque grite todo el tiempo, si tu grito está bien colocado, logras no quedarte sin voz y puedes llegar a molestar bastante.

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