Richard Milhous Nixon: prólogo, ocho capítulos y epílogo

Rafael de Águila
4/1/2021

Prólogo. El hombre del impeachment era un político

Richard Milhous Nixon, trigésimo séptimo Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, resulta —con toda probabilidad después de Donald J. Trump— la figura más polémica de la historia presidencial de ese país. En concreto, el apellido Nixon se traduce como Watergate. No en idioma inglés. No. En el idioma de los escándalos políticos. Un escándalo que llevó a este hombre a ser el único presidente norteamericano obligado a renunciar a las puertas de un frenético impeachment. El mismo término gate, desde entonces, se anexa, per se, a todo escándalo.

Richard Milhous Nixon resulta, con toda probabilidad después de Donald J. Trump, la figura más polémica de la historia presidencial de Estados Unidos. Foto: Internet
 

Hoy, cuando el mundo contempla —no precisamente con reducida dosis de estupor— el rocambolesco fin de la presidencia de Donald J. Trump —que por cuatro años pareció erigirse en el mediático Midas de todos los gates—, se infiere que el peligro no resulta la falacia de cuanto de execrable, de mal gusto o no proper pueda incurrir o declarar un president, sino cuanto de esa falacia bufonesca lleva a más de 70 millones de norteamericanos a adorarlo. Precisamente, por mero contraste, estos cuatro años en los que Donald J. Trump ha llenado al mundo de estupor, me han llevado a pensar que precisamente Richard Milhous Nixon —no obstante todos los Watergate, los millones de muertos de la llamada guerra de Indochina, y todas sus iniquidades— era, no obstante, un político. Despiadado y maquiavélico, sí, amoral quizá, pero un político. Bufón… no lo era. Fue el hombre que accedió a la firma de los acuerdos de limitación de armas nucleares; el artífice del acercamiento con China; el hombre que tras sembrar un pandemónium de muerte y terror en Vietnam no tuvo otro recurso que aceptar olímpicamente la derrota y cerrar las puertas a esa guerra. Un hombre que se hincó de rodillas para rezar —y llorar— horas antes de aparecer ante las cámaras, coast to coast, para renunciar a la Presidencia de los Estados Unidos. Un hombre, en fin, al que falacia reduccionista alguna puede llevarnos a considerar bufón. Negativo lo fue. Bufón nunca. Donald Trump para algunos puede semejarlo. A muchos se les antoja caricaturesco, populista, payaso, infantil, impredecible. Richard Milhous Nixon, hacedor de múltiples y enormes desmadres —todos los gates y todas las bombas dejadas caer sobre Vietnam, Laos y Cambodia así lo avalan— fue un ser dramático.[1] Quizá precisamente los desmadres cometidos por los políticos anteriormente hayan llevado hoy al mundo a esta, la realidad de hoy, los desmadres de hoy, infinitamente mayores, cometidos en nuestros días por millonarios, bufones y populistas.

 Hoy, el mundo contempla el rocambolesco fin de la presidencia de Donald J. Trump, que por cuatro años pareció erigirse en el mediático Midas de todos los gates.
 

 

Capítulo I. Los orígenes: el mesero, el lawyer, el soldado

Algunos estadistas han nacido en cuna de oro. Nixon no. A los diez años el niño Richard alternaba estudios primarios en Whittier, CA, con la labor de mesero en la gasolinera que, con tienda de comestibles anexa, la madre —cuáquera— y el padre —un metodista tras la boda adherido a las prácticas de la esposa— poseían. La muerte de un hermano hizo que los padres concentraran toda su atención en el joven Richard. Se le envía a estudiar a la Duke University Law School, en Durhan, Carolina del Norte. Los adoradores de Harvard y Princeton pueden incurrir en menoscabo; la Duke University es uno de los más afamados campus del vecino del Norte: allí se han graduado multitud de Premios Nobel y hasta expresidentes latinoamericanos. Tiene el joven Richard 24 años al recibir el título de abogado. Título que, más tarde, entre los nefastos efectos del Watergate —en este caso la expulsión del Colegio de Abogados— no se le consideraría para ejercer.

Transcurren pocos años y el aciago domingo 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacan Pearl Harbor. Las labores que realiza el joven Richard en la Oficina de Administración de Precios y la religión que profesa —cuáquero, el credo de sus padres— lo eximen de alistarse. Tiene 29 años cuando, sin embargo, se alista en la US Navy para ser enviado al Pacífico Sur. En 1945 ostenta el grado de Teniente Comandante, luce al pecho dos medallas. Justo es decirlo: jamás participó en combate alguno. Toda su labor se limitó a la logística, desde la retaguardia. Nixon no fue un héroe de guerra, como lo fueron el mítico John F. Kennedy, en el mismo escenario del Pacífico Sur; o el General Eisenhower, en Europa o el otrora candidato John McCain, en Vietnam.

Antes del retorno a la vida civil el flamante oficial realizó labores varias, entre ellas, la revisión de documentos capturados a nazis y japoneses. Precisamente esas últimas labores en el Ejército marcarán, según algunos, el inicio de la vida política de Richard Milhous Nixon. Si los rumores resultaran ciertos podría tratarse, además, del primero de los Gates que signarían la vida toda del cuáquero californiano.[2]

Capítulo II. El primero de los Gates: Dullesgate

Por la revisión de los documentos capturados a nazis y japoneses el Teniente Comandante Richard Milhous Nixon recibirá una carta de reconocimiento del entonces Secretario de Marina, y futuro primer Secretario de Defensa, James Forrestal. De acuerdo a rumores, recibirá, igualmente, el apoyo irrestricto —y multiagradecido— del muy poderoso e influyente, primer director de la CIA, el republicano Mr. Allen Dulles.

Según The secret war against the jews, obra escrita por John Loftus y Mark Aarons, el alemán Karl Blessing, miembro del NSDAP y funcionario del Reichbank, presidente del emporio petrolero alemán Kontinentale OI A.G. Konti, tenía una sociedad con la Dulles I.G. Farben. Ambas compañías estaban implicadas en el trato —no precisamente bondadoso— a los hebreos. De acuerdo con Loftus y Aaron —hebreos ambos— Dulles contó con el joven oficial Richard Milhous Nixon ¡para hacer desaparecer tales nexos! Y… los nexos desaparecieron. Este resulta el detonante, el big support, que lanza a Richard a la política: los mencionados autores aseguran que Dulles ayudó a financiar la primera campaña al Congreso de Nixon, campaña en la que fue elegido a la Cámara de Representantes por el 12 Distrito de California. ¿Qué azares pudieron unir por esa fecha al ya muy poderoso Allen Dulles y al joven y desconocido oficial Richard Milhous Nixon? La Operación Paperclip, liderada en 1945/46 por Allen Dulles, estaba dirigida a lograr para los Estados Unidos la mayor parte posible de las investigaciones militares estratégicas de la Alemania nazi. Cuando ello tenía lugar el joven oficial Richard revisa documentos secretos nazis. Para los avezados en nexos ese es el punto de encuentro.

 Richard Nixon, Dwight D. Eisenhower y Mr. Dulles. Foto: Tomada de la Colección digital de la Universidad Pública de Denver.
 

En 1960, a raíz de la llegada de Fidel Castro al poder en Cuba, Dulles idea, y logra que el presidente Eisenhower apruebe, la llamada Operación 40, destinada a derrocar líderes no afines a los intereses norteamericanos en América Latina y el Caribe. Desde los desaparecidos nexos de la Konti AG y la Dulles IG han transcurrido 15 años, mas el designado para liderar la Operación 40 desde el Gobierno es, precisamente, el entonces vicepresidente —y ya no tan joven— Richard Milhous Nixon. Ambos, Dulles y Nixon, conformaron, además, el llamado Comité 40, que trabajará en la organización de la fallida invasión a Cuba a través de Bahía de Cochinos. El político y el agente compartieron labores y una muy duradera y ferviente amistad. ¿Cuánto puede haber de cierto o falso en los rumores que colocan al joven oficial ocultando información comprometedora para el muy avezado —y ya muy poderoso— Rey de los Agentes? Indudablemente esta resulta tela de lujo en aras de ser cortada y medida por los sastres de la investigación política y los afiliados a la teoría de la conspiración. Nixon y Dulles compartieron responsabilidades, ideologías, credos, acciones, amistad y, muchas veces, aunaron esfuerzos y desvelos en el interés de llevar a buen puerto tales postulados. El resto conforma el feudo del misterio, ese que, quizá, nunca alcance —de facto— a ser develado.

Capítulo III. El inquisidor

En 1948 Edgar J. Hoover filtra a Richard Milhous Nixon, entonces Representante y miembro del Comité del Congreso para la Investigación de Actividades Antinorteamericanas, la temida H.U.A.C., elementos que señalan al funcionario del Departamento de Estado Alger Hiss como espía ruso. El Representante tiene una muy destacada actuación en este caso: Hiss va a la cárcel. Antes, en 1947, bajo la dirección del republicano —cuasi fundamentalista— John Parnell Thomas, este Comité había investigado, en audiencias que se prolongaron por más de una semana, el caso de los llamados Diez de Hollywood o Hollywood Black List. El guionista Dalton Trumbo resultó uno de ellos. Alger Hiss, quien cumpliera cinco años de prisión, mantuvo durante toda la vida su declaración de inocencia. Si el suceso Dulles llevó a Nixon al Congreso, ahora el suceso Hiss lo llevará a ser elegido para elaborar el muy famoso y determinante Plan Marshall. Dos años después, en 1950, catapultado por todo lo anterior, es elegido Senador por el Estado de California.

Capítulo IV. El vicepresidente

En 1952 Dwight David Eisenhower lo elige como su compañero de fórmula para vice por el Partido Republicano. Desde enero de 1953, y hasta enero de 1961, tras la reelección de 1956, Nixon mantuvo ese cargo. Usualmente los vicepresidentes, al menos en los Estados Unidos, resultan figuras anodinas. Richard Milhous Nixon no lo fue. Eisenhower, de hecho, delegó muchos poderes en su vice. En la historia moderna de los Estados Unidos quizá no haya existido nunca un vicepresidente que aunara tanto poder y tanta actividad: ¡por tres veces, a partir de la enfermedad de Eisenhower, asume Nixon la presidencia! Durante todos esos años, delegado por el Presidente, visita un total de 55 naciones en calidad de Embajador Extraordinario. En poco más de siete años Nixon le tomó el pulso a buena parte del mundo. En algunos sitios para alentar latidos, en otros para cortarlos.

Capítulo V. El candidato

En 1960 el Partido Republicano lo elige como su candidato frente al demócrata JFK, que lo vence por margen estrecho. En los cuatro debates televisados el candidato republicano no logró mucho frente al buen aspecto, la juventud, el carisma y la lozana inteligencia de JFK. Dos años después pierde igualmente las elecciones para Gobernador de California. Nixon piensa retirarse de la política: sufre el primero de sus clásicos y profundos derrumbes. Por esta vez se repone. En 1968 vencerá a Ronald Reagan y a David Rockefeller en la carrera por la nominación presidencial por el Partido Republicano. La campaña se centra en lograr… “Ley y Orden”. Sintomático que Donald J. Trump haya enarbolado idénticas banderas. Por poco más de 500 mil votos del sufragio popular y victorioso en 32 Estados, Nixon fue elegido Presidente. Juró el cargo el 20 de enero de 1969. El viacrucis, ese que pudo comenzar con el comprometido support de Allen Dulles, ofreció al fin sus muy definitivos y jugosos dividendos.

Capítulo VI. El presidente I: La tragedia Vietnam o el Vietnamgate

El 2 de agosto de 1964 se mediatiza un supuesto ataque de lanchas coheteras de Vietnam del Norte al destructor USS Maddox. Supuesto porque —hasta hoy— nadie ha logrado probarlo. Por las riberas del Potomac son expertos en mediatizar tales supuestos. Hoy todos los documentos desclasificados apuntan a la invención —y mediatización— de un incidente para lanzarlo como casus belli. El hecho, más tarde conocido como el incidente del Golfo de Tonkín, marcaría el inicio de la escalada norteamericana en esa horrenda guerra: el presidente Lyndon Johnson obtuvo del Congreso poderes para ampliar la participación norteamericana a partir de la Tonkín Resolution. Desde la Operación Rolling Thunder, ordenada por el Presidente Johnson en 1965, la implicación gringa fue in crescendo. A la llegada de Nixon a la presidencia el rechazo a la guerra por la mayoría de los norteamericanos era contundente y generalizado. El país era un hervidero antibélico. Make love and not the war, gritaban millones de jóvenes melenudos y rockeros.

A la llegada de Nixon a la presidencia, era contundente y generalizado el rechazo a la guerra en Vietnam por la mayoría de los norteamericanos. Foto: Internet
 

Un año después de haber llegado a la Oficina Oval, en 1970, Nixon comienza la retirada, lenta, de las tropas norteamericanas. En los siguientes cuatro años de la Administración Nixon se retirarían 500 mil soldados de Vietnam. Para ello Nixon, y su no menos polémico Secretario de Estado, Henry Kissinger, idearon la llamada “vietnamización”: lograr que el ejército de Vietnam del Sur se hiciera cargo de la guerra al tiempo que Nixon ampliaba los bombardeos, el suministro de armas, asesores. El sueño de Nixon era empujar a Vietnam del Norte a la mesa de conversaciones… bajo condiciones ventajosas. Nixon recrudece —brutalmente— los raids aéreos sobre el Norte y comienza una secreta —y muy furiosa— campaña conocida como Operación Menú, contra los vecinos Laos y Cambodia, naciones sobre las que no solo deja caer miles de bombas sino sobre las que no duda lanzar desastrosas operaciones terrestres. Obcecado, y herido en su orgullo, declara estar dispuesto a perder la reelección pero no la guerra. Infortunadamente para él… lo perdería todo. A dos días de llegar al poder Lyndon Johnson había dicho algo similar. La tozudez de Nixon se pondría años más tarde de manifiesto en las sucesivas negativas a renunciar a la presidencia en mitad de los más terribles vendavales relacionados con el Maelstrom en el que devino Watergate. Nixon deseaba terminar de una vez la terrible guerra, eso es innegable, pero… ¡soñaba salir de ella con la corona de laureles del vencedor! Vano sueño.

En la búsqueda de una imposible victoria Nixon ordenó todavía más atroces bombardeos y el minado de los puertos del Norte de Vietnam. Por dos veces no acepta las condiciones de los norvietnamitas; por dos veces ordena descargar sobre ese país una nueva y cada vez más atroz furia de bombas. Por vez primera surcan los cielos del planeta bombas guiadas por láser. La nación norteamericana dejó caer sobre la reducida Vietnam tres veces más bombas que las que dejó caer sobre Europa, África del Norte y el Pacífico en la II Guerra Mundial. Nixon y Kissinger buscaban el breaking point de los norvietnamitas. Estaban seguros de obtenerlo. Por tercera ocasión se ven las caras en la mesa de conversaciones agredidos y agresores: una vez más escuchan los norteamericanos —atónitos— una a una, sin variar una coma, las condiciones anteriormente presentadas por sus heroicos oponentes. Vietnam estaba destruido, sí, ahíto de muertos, mutilados, heridos, miles de aldeas destrozadas…, mas no mostraba breaking point alguno. No bastaron las miles de bombas guiadas por láser: por el contrario, fue el tozudo Richard Milhous Nixon quien mostró el natural punto de quiebre. No se quiebra a un pueblo que se defiende. El 27 de enero de 1973 se firmaron finalmente los Acuerdos de París, apenas dos años después Saigón era ocupado por las tropas del Norte y los últimos asesores norteamericanos huían despavoridos en vergonzosa desbandada: todos hemos visto alguna vez las imágenes.

Richard Milhous Nixon era un ser tozudo. Muy. Se amurallaba hasta las últimas consecuencias. Era una tozudez dramática. No bufonesca. Eso lo diferencia de Donald J. Trump. Nixon creía, como antes el General Patton, que los norteamericanos no estaban hechos para la derrota. La tozudez ultranacionalista no llevó a Nixon a la victoria: tuvo que marcharse de Vietnam. También un día tuvo que renunciar a la presidencia de los Estados Unidos y marcharse de la Casa Blanca. Derrotado. Si todos los muertos en su haber, vietnamitas y norteamericanos —a los que se suman laosianos y cambodianos— alcanzaran a asediarlo hoy en el “más allá”, no habría manera de que el finado Presidente gozara de la supuesta paz de los sepulcros. De sepulcros sembró la llamada Indochina. De más de 50 mil sepulcros a su propio país. Al menos, reconozcámoslo, tuvo la resignación de la derrota y puso fin a la matanza. De Vietnam el orgullo gringo salió maltrecho y cabizbajo. El triunfo —rotundo— fue de los sencillos y todavía más obcecados patriotas vietnamitas.

Capítulo VII. El presidente II: Watergate, la madre de todos los Gates

Richard Milhous Nixon fue un ser contradictorio: no solo sembró muerte y devastación. También inició el acercamiento con China y sentó las bases de los acuerdos de limitación de armas estratégicas, el llamado SALT 1, con la entonces URSS. Bajo su presidencia uno de los tripulantes del Apolo 11 resultó el primer humano en caminar sobre la Luna. Al término de su primer mandato, en 1972, era, urge admitirlo, un presidente muy popular. Estaba a un tris de sacar al país de la guerra y la nación, indudablemente, lo agradecía. Por ello fue elegido con el 60 % de los votos, de hecho ganó en 49 Estados: una de las victorias más contundentes de la historia presidencial norteamericana. Mas… en ese preciso instante asomó la testa… Watergate. De este caso se ha hablado, televisado, escrito y filmado hasta la más acuciosa saciedad. Los hechos son, en consecuencia, harto conocidos: el 17 de junio de 1972 cinco hombres fueron arrestados en la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, ubicada en el complejo de edificios Watergate, en Washington D. C. Los cinco arrestados habían participado —vaya casualidad— años antes, en la otrora Operación 40, liderada por Nixon y Dulles. El líder del quinteto era el Jefe de Seguridad del Comité para la Reelección de Nixon, además de miembro del FBI y Jefe de Seguridad del Cuartel General de la CIA, en Langley. Todos los detenidos, of course, eran miembros de la CIA.

Ocurre entonces algo inédito: dos periodistas del Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, logran, a partir de una mítica fuente, el archifamoso Deep Throat, la información necesaria para implicar como jefes directos del quinteto intruso precisamente a los asesores de Nixon, los señores Harry Robbins Haldeman y Jonh Ehrlichman. La madeja condujo más tarde, en directo, al mismísimo Comandante en Jefe, al Presidente de los Estados Unidos, al verdadero CEO de la Operación de espionaje en Watergate: Richard Milhous Nixon, el hijo de los cuáqueros. Se descubre un sistema secreto de grabaciones que Nixon había hecho montar en la Casa Blanca; pagos desde cuentas secretas para sobornar a implicados —y comprar silencios— y todo un muy complejo entramado de corrupción y fraude destinado a lograr la reelección de Nixon y manchar —mentiras mediante, práctica esta muy seguida en estos años por Donald J. Trump y su postverdad— el buen nombre de otros políticos. Todo ello es investigado por una Comisión Senatorial del Congreso y un fiscal especial ad hoc.

El 27 de julio la Cámara de Representantes inicia el proceso de impeachment por obstrucción a la justicia; el 29 de julio se adicionan cargos: abuso de poder. Un día después, se adiciona el cargo de desacato al Congreso. Nixon, otra vez, como en Vietnam, se amuralla. “Si el Presidente hace algo no es ilegal”, dirá más tarde, amoralidad dictatorial al descubierto, frase inexplicablemente hoy olvidada y que puede, en breve, quizá ser retomada por el actual inquilino de la Casa Blanca. La familia lo apoya. Los últimos días quienes frecuentan a Nixon reportan hallarse ante un hombre destruido. Un espectro. Apenas duerme, suele hacer cientos de llamadas telefónicas a toda hora, habla solo, bebe, duda de todos y de todo, busca apoyos inexistentes, teme ir a la cárcel, se cree un prócer, reza y… llora.

El 8 de agosto de 1974, después de despedirse de todos sus colaboradores en la Casa Blanca —y de acudir a su fiel barbero—, en mensaje televisado de costa a costa Richard Milhous Nixon renuncia a la Presidencia de los Estados Unidos. Carente de todo apoyo apenas lo había decidido el día antes. Abandona la Casa Blanca con el temor de ir a la cárcel. De ello lo salvará, indulto mediante, la primera medida del nuevo presidente, hasta entonces su vice, Gerald Ford. Por vez primera —y única— en toda la historia mundial dos periodistas hacían renunciar a un Presidente, por demás al Presidente de la nación más poderosa de la Tierra. Durante estos cuatro años Donald J. Trump ha odiado a la prensa. ¿Lo habrá guiado a ello el fantasma de Nixon? Desde que en 1976 Alan J. Pakula filmara Todos los hombres del presidente se han sucedido, una tras otra, multitud de cintas sobre el personaje. Por antonomasia el escándalo Watergate se erige como la Meca, la madre de todos los escándalos. Desde entonces, cada vez que algún suceso marca en el termómetro los grados necesarios para ser tomado por tal, se le adiciona con premura el sufijo gate.

El 8 de agosto de 1974, en mensaje televisado de costa a costa, Richard Nixon renunció a la presidencia de los Estados Unidos. Foto: Internet
 

Capítulo VIII. De Yorba Linda a San Clemente: nacimiento y muerte

El 22 de abril de 1994 Richard Milhous Nixon, nacido en una muy modesta casita cuáquera en el poblado de Yorba Linda y con residencia final en el opulento Rancho de San Clemente, fallece tras sufrir un derrame cerebral. Se dice que fue un hombre amante de los silencios, de la soledad, un ser taciturno, afiliado al alcohol, algo paranoide, que alguna vez recibió atención psiquiátrica, y… obcecado, eso último ya lo sabemos. Mas, reconozcámoslo, fue un político. Despiadado, amoral. Pero un político. Al menos en aquella época los bufones no deseaban fungir como presidentes de los Estados Unidos. A Richard Milhous Nixon California lo vio nacer y lo vio morir. Tenía 81 años. El autor de este texto no cree posible extender el piadoso RIP. Valdría, si ello fuera posible, delegar esa responsabilidad en… los muertos, en todos los caídos —no importa la nacionalidad o la tropa en la que militaran— en la guerra de Vietnam.[3] El piadoso e inteligente lector alcanzará a vaticinar la respuesta. Esa. La de los muertos. De seguro el lector no dejará de tener la suya.

 

Notas:
 
[1] Entre tales desmadres los latinoamericanos no olvidamos que fue precisamente el binomio Nixon / Kissinger quien llevó al poder al tristemente recordado Augusto Pinochet. Fue ese binomio quien apoyó el llamado Plan Cóndor, una verdadera multinacional del crimen en la que aunaron esfuerzos asesinos de todas las dictaduras militares de derecha en América Latina.
[2] En 1952 sale a la luz que Richard Milhous Nixon ha recibido 18 mil USD para “gastos políticos” de manos de empresarios californianos. La información, que bien pudiera haber recibido el calificativo de Dollargate, deviene escándalo y coloca al político al borde de la expulsión del Partido Republicano. 
[3] Las últimas estimaciones acerca de bajas vietnamitas en esa guerra se cifran en 3,8 millones de seres humanos. Las bajas norteamericanas ascienden a 58 272.