Siete confirmaciones que me regalaron los 25 años de Teatro de Las Estaciones

Rubén Darío Salazar
12/9/2019

1- Confirmé que el teatro es un arte colectivo, lo cual no significa que todos piensen colectivamente. Sumar, agrupar, integrar, fusionar es difícil, sobre todo en tiempos de egoísmo, banalidad, ambiciones y falta de visión artística objetiva; pero no es imposible. A veces un colectivo es mucho menor de lo que se ve desde afuera, pero ES y ahí comienzan las mejores alegrías.

 Foto: La Jiribilla
 

2- Confirmé que es hermoso y gratificante ser agradecido con quien te ha enseñado algo. Con quien se ha dado para que uno sea. Con quien te ha apoyado para ubicar tu concepto de creación en el plano visible del teatro de la Isla o del mundo, o en ambos sitios. Agradecer trae de vuelta paz y sensación de avance.

3- Confirmé que no se puede mentir sobre escena. Y no me refiero a la representación, que puede ser ficción, pero no tiene que ser necesariamente mentira. Se ha de ser consecuente con nuestro discurso escénico luego de cerradas las cortinas. Es decepcionante lo contrario para los que se acercan, para los que te siguen y para los que vendrán. Ser coherente es importante si se quiere crecer y formar una célula potente de creación. Si la idea es hacer teatro de ocasión y de rapiña, da igual el nivel de hipocresía; pero si quieres perdurar porque hacer teatro, y en nuestro caso, hacer teatro con figuras, es como respirar, entonces que el espejo moral que nos refleje, devuelva una imagen lo más afín posible con nosotros.

Pinocho, corazón madera, 2011. Foto: La Jiribilla
 

4- Confirmé que en materia de arte y ética, nunca es suficiente. Que cualquiera puede ofrecerte una lección positiva y sincera sobre lo que uno ha pensado y elucubrado desde la más acuciosa investigación, y cuando digo cualquiera pienso en los verdaderos colegas, en los técnicos y personal de servicio, esos que en el teatro, además de colgar una luz, coser una pieza, ordenar las sillas, o atender a las personas, forman parte del equipo que trabaja para los demás. No necesitamos seguidores ciegos, sino partidarios vivos, cuya incondicionalidad está en el respeto y el eterno asombro ante el trabajo perfectible que hacemos en escena.

Los Zapaticos de rosa. Foto: Sonia Almaguer/La Jiribilla
 

5- Confirmé que el teatro es una carrera dura, donde la mediocridad, el resentimiento, la frustración y el retorcimiento pueden ser un cuchillo filoso y desesperado. Un cuchillo que no te podrá hacer suficiente daño desde el intento de descrédito, difamación o traición, si se ha hecho el trabajo con honestidad y dignidad. Trabajar es hacer pacto con el sol.

6- Confirmé que cada premio y cada aplauso ganado es apenas la sensación de empuje hacia lo que soñamos, mas no el sueño conseguido, porque entonces ¿qué nos quedaría? Los laureles han de reverdecerse cada día, pues la sequía acecha y el clima es importante, pero no podemos dominarlo. En ese momento de recambio, de avance, ser natural y optimista ayudará a continuar sin petulancias, pues estas son inútiles siempre, se tenga poco o mucho tiempo en el teatro. 

Retrato de un niño llamado Pablo. Foto: Sonia Almaguer/La Jiribilla
 

7- Confirmé que todo es importante, y a la vez nada es importante, si no hallamos eco a nuestras propuestas artísticas. Hacer teatro es dejar huellas, como aquellas que dejaron artistas de tiempos inmemoriales o cercanos. Huellas que aún seguimos porque iluminan nuestro cerebro y nuestro pecho con un combustible maravilloso e inasible. También podríamos ser huellas. Una manera posible de ser infinitos en nuestra esencia efímera.