Studio

Cira Romero
15/9/2016

“Revista ilustrada [y] decenario ilustrado”, puede leerse en el subtítulo de esta publicación, nacida en la ciudad de Pinar del Río el 5 de abril de 1922. Presentó credenciales mediante el artículo “Nuestro propósito”, en el que se expresa, entre otras observaciones:

Queremos aclarar que Studio no viene a romper lanzas dentro de la política partidaria, sino a laborar en pro de la cultura nacional, y muy particularmente de la de esta región. Studio se consagrará a la literatura, a las artes y a las ciencias. Y dentro de este orden encaminará sus pasos para traer el óbolo que contribuya a la elevación de la cultura.

Dirigida por Jesús Saíz de la Mora, periodista de presencia habitual en la prensa nacional, tuvo como jefe y secretario de redacción, respectivamente, a José F. Tejidor e Isidro Pruneda. Acogió en sus páginas poemas, crítica literaria, trabajos históricos, relatos, noticias de carácter local y acontecimientos sociales de la región pinareña.

Lo más sorprendente de esta publicación, que desapareció, al parecer, el 15 de julio de 1923, fue el gran número de colaboradores relevantes que acogió en sus páginas, a pesar de no ser una revista de primera línea: Álvaro de la Iglesia, Loló de la Torriente, Medardo Vitier, José María Chacón y Calvo, Agustín Acosta, Enrique Gay Calbó, Emeterio S. Santovenia, Mariano Aramburo, Jesús J. López, Fernando y Francisco Llés y Sergio Cuevas Zequeira, además de otros nombres que no han trascendido en el panorama cultural cubano. Sobresale

Se destaca por su permanente presencia la colaboración del coruñés, llegado a Cuba en 1874, Álvaro de la Iglesia, que dio a conocer en esta revista algunas de sus Tradiciones cubanas, recogidas en ediciones de 1917 y 1918, y de las cuales entregó varias a Studio. Entre ellas resalta, por su singularidad, la narración de una costumbre arraigada en Cuba a comienzos del siglo XIX. Titulada “Un bautizo a principios del siglo pasado”», relata con mucha efectividad expositiva cómo en aquellos años, tras efectuarse en una iglesia tal rito, el padrino del niño que había recibido el sagrado sacramento se trasladaba al exterior del templo y ofrecía monedas a los niños pobres agolpados a la espera de recibir tan ansiado metal. Veamos un fragmento:

Repicaban alegremente todas las campanas de la Salud colocadas ya en el balconcillo que servía de campanario y que dio a la calle Manrique el nombre de Campanario Nuevo; por Salud podía romperse para penetrar en el templo y en torno, tomando posiciones, se veía una turba de chiquillos de todos los colores hasta del indefinido que presta la ausencia del agua. Era una horda parapetada a la sombra de los pórticos y mezclada en el concurso, dispuesta a hacerse polvo en el suelo cuando empezaran a caer de manos del padrino los primeros puñados de medios de plata. Entonces éramos verdaderamente ricos: en Cuba no existía el centavo que es señal de miseria aun cuando traten de desmentirlo los economistas […] La ceremonia en el templo fue solemnísima y la comitiva era esperada por la calle Salud; en cuanto salió una infernal gritería saludó su aparición. Eran los chiquillos pidiendo el consabido medio que en forma de verdadera lluvia cayó sobre sus cabezas. El padrino arrojaba a un lado y a otro puñados de monedas que al caer provocaban una lucha feroz llena de interjecciones no muy parlamentarias, de gritos y de golpes porque en ella había para coger su parte de botín hombres barbados y mujeres de rompe y rasga.

Entre los poetas, los más representados en Studio fueron dos matanceros: Agustín Acosta y Fernando Lles. Del primero se pueden encontrar no pocos poemas de Alas (1915), uno de los libros que ayudó a sacar a la poesía cubana del momento de la pobre e inerte situación en que se encontraba, a lo que contribuyeron también, decididamente, e incluso con libros poseedores de calidades mayores que el de Acosta, los volúmenes  Arabescos mentales (1913), de Regino E. Boti, y Versos precursores (1917), de José Manuel Poveda.

De un libro conjunto de los hermanos Lles, Fernando y Francisco, titulado Limoneros en flor (1921), Studio acogió, entre varios aparecidos, “Mis viejos limoneros…”, donde ambos poetas transitan de un romanticismo epigonal hacia ciertas conquistas neomodernistas que caracterizaron la poesía cubana en la década del 20. Precisamente el poema señalado es uno de los mejores exponentes de ese momento de transición que acusaba la poesía cubana en aquellos años:

En el ocaso rosa, gris intenso en el llano;

ora el viento en las ramas; todo grito es solemne;

y hasta estas soledades, entre la tarde indemne,

llega el lúgubre ruido de un tambor africano.

Hay silenciosas luchas y largas agonías.

me abstraigo, y soy objeto, soy cosa: todo reza;

en sí mismo se acoge todo con su tristeza,

y hay un triunfo de sombras y de melancolías.

En el ambiente tiembla la canción de los grillos;

se borran en el campo las formas de los trillos;

al borde de las sendas duermen los limoneros;

mugen los toros entre las viejas heredades,

y por sobre el silencio que hay en las soledades,

como una flecha cruza la voz de los monteros.

También aparecieron en Studio varios trabajos del historiador, oriundo de Mantua, Pinar del Río, Emeterio S. Santovenia, que  dio a conocer varios  trabajos dedicados a su provincia natal, entre ellos, fragmentos de su Ensayo histórico de Pinar del Río, publicado antes, en 1919, en esa ciudad; así como otros relacionados con personalidades notables oriundas de la zona, como Tranquilino Sandalio de Noda, una de las figuras más apasionantes de la Cuba del XIX, naturalista, agrónomo y autor de relatos novelescos, poemas y ensayos, y Cirilo Villaverde, nuestro novelista mayor de dicho siglo. En varios de sus artículos Santovenia abogó por llevar adelante la construcción de la vía férrea hasta los Remates de Guane, en el extremo occidental de dicha provincia. Del puertorriqueño asentado en Cuba, Sergio Cuevas Zequeira, figura muy vinculada al teatro, dio a conocer en  números sucesivos su discurso pronunciado en el Club Femenino de La Habana, aparecido como folleto en 1923.

Las pautas esenciales de Studio como revista de ilustración están dadas por la labor desarrollada a través de 45 números, cifra nada despreciable si se tiene en cuenta que emergía en una provincia —la más retardada en aquellos años— que pugnaba, desde el olvido en que se hallaba sumida, por decir presente en la hora del, por entonces, frágil panorama cultural cubano.