Tres minutos con Pedro de Oraá

Karla Castillo Morét
1/11/2017

La galería Collage Habana me recibió con un murmullo de voces. Eran las cinco de la tarde y comenzaba la inauguración de la exposición Divertimentos, del artista Pedro Oraá.

Me entregaron el programa de la exposición, que trajo consigo una explicación porque el diseño de este es un tanto original, y al parecer un rompecabezas, no todos sabían abrirlo sin hacer sufrir un poco a la cartulina.

Entre caras desconocidas, algunas no tanto, me moví por las salas de la galería para apreciar la obra del autor. Me encontré con 23 lienzos, trabajados en acrílico. Colores que iban desde el blanco al negro, desde los tonos rosados claros hasta violetas oscuros, los rojos, los azules… todos invitaban a sumirse dentro de los cuadros e intentar comprender el mundo propio del artista.

Llegó el momento de, luego de analizar desde mi perspectiva las obras, entrevistar al autor. Después de caminar un poco detrás de él, lograr alcanzarlo y con mucho respeto presentarme, se lo llevaron a que firmara algunos papeles. Paciencia… caminé nuevamente por la galería, no había apuro.

Vi un chance y lo busqué otra vez: ¿Ahora si podría conversar unos minutos conmigo?, le pregunté y me contestó: “Sí, pero breve, dos minutos, porque tres ya es demasiado. Busquemos algo de silencio”. Lo del silencio me pareció un imposible.

Intentó nuevamente explicarme lo del programa: “Mira se abre así”, después se concentró en la conversación: “Yo trabajo desde 1954, esa es mi fecha de despegue. Siempre he dibujado, todos los niños dibujan y todos los niños son genios. Yo era un genio cuando niño, ya no lo soy, ahora solo trabajo, y esta es una de las pocas cosas que sé hacer, pintar. No quiere decir que lo haga bien o mal, sencillamente es mi forma de expresarme, a través de la imagen.”

Continuó mirando alrededor y fijando la vista en sus obras: “La intención de esta exposición es rememorar lo que hacían nuestras abuelas con la ropa usada, que la cortaban y para hacer cobertores y cubrecamas utilizaban una retacería. Mi objetivo fue usar ese sentido de la composición, que es el mismo que los que taracean y hacen con madera el revestimiento de los cofres”.  

La conversación llegó a su fin, cuando apareció la señora que lo movía de un lado a otro y le dijo: “Marcela lo quiere saludar”. Dejé de insistir y lo vi ir hacia Marcela, que para mi sorpresa, no era una de las personas mayores de la sala, ni una joven; Marcela era una pequeña niña que tendría seis años.

Pensé: Marcela ahora te toca a ti, yo tuve al menos mis tres minutos, que ya eran demasiado.