Un capítulo que nada podrá borrar

Reinaldo Cedeño Pineda
22/7/2016
Fotos: Cortesía del autor

“Me tocaban, a ver si era de verdad”. Así afirma Edith Pujals, una de las conductoras de Recreo, espacio infantil del canal Tele Rebelde en Santiago de Cuba. El encantamiento era masivo. La hazaña cierta. Una generación de soñadores había salido a conquistar la imagen de su propio territorio.

Cuando me acerqué a la historia de Tele Rebelde, primer canal de televisión nacido en Cuba después de 1959, jamás imaginé que el destino ponía mis manos en uno de los capítulos más singulares, más conmovedores de la cultura cubana en el último medio siglo.

Tele Rebelde inauguró sus transmisiones el 22 de julio de 1968. Las características de la señal televisiva y las dificultades técnicas de entonces  impedían que el Canal 4 se recibiera con calidad en la parte oriental del país. Esas frecuencias fueron ocupadas por la naciente tele-emisora. También resultaba una inversión estratégica. Manzanillo, Guantánamo, Baracoa y Holguín fueron algunos de sus baluartes, y por supuesto, Santiago de Cuba, capital de la provincia de Oriente hasta 1976.


Programa infantil Recreo en el estudio de Tele Rebelde (1972)

Durante varios años sostuvo una programación compleja, con un solo Estudio y unas pocas cámaras de uso, instaladas en el Teatro Mariana Grajales, del otrora Cuartel Moncada. Jesús Cabrera fue el director pionero, el artífice. Diseñó, tensó los hilos, preparó al personal, fomentó una disciplina y un colectivismo emblemáticos. Encabezó la colaboración entre artistas y técnicos llegados de la capital con los bisoños santiagueros, un puente que tal vez no se ha repetido más en semejante magnitud.

Si me dieran a escoger algún pasaje de aquellos años, me quedaría con uno. En Santiago de Cuba se había soñado una televisión propia ―son sabidos los ingentes esfuerzos de un fundador como Francisco Muñiz—, pero solo ahora la tenían. Los vecinos donaron o prestaron muebles, vestidos, animales, cualquier cosa para que saliera mejor. Nunca fueron simples espectadores.

Tele Rebelde fue un enorme casting y un trabajo comunitario a gran escala, aunque entonces no se hablara en tales términos. Fue la misma época en que se vivió el plan de los “televisores  populares”, instalados en parques y barriadas, ante la escasez de equipos.

No es posible pasar por alto el ring de boxeo en el Estudio de los primeros meses. Se armaba a la carrera, cargando cuerdas y cajones, mientras se mostraba en pantalla alguna serie grabada. Ellos llevaron la montaña al Estudio, porque no pudieron ir a ella. El hecho resume el espíritu del momento. “Y ahora un corazón en el medio del pecho”, se decía minutos antes de encender las luces. Parece novelesco. Lo fue.

Innovadores y artistas
El programa Recital fue una de las joyas de aquella intensa programación de finales de los 70 y de la década siguiente. A los predios santiagueros llegaron los más importantes intérpretes del país: Elena Burque, Omara Portuondo, Héctor Téllez, Annia Linares, el dúo de Mirtha y Raúl; por solo citar algunos. Lo atestiguan fotos, viejos videos, reportes que han pasado por mis manos.

Miguel Ángel Piña inauguró en el hotel Las Américas lo que se dio en llamar “canción por cortes”. Se grababa el fragmento de una pieza en un sitio y se proseguía en otro, mientras la continuidad se armaba en la edición. Esa manera de presentar el musical constituyó una renovación estética en la televisión cubana de la época. El trío que generó este impulso lo integraron Francisco Rosabal, Santos Díaz Cominches (Chilín) y el editor Rolando Maseda.

Tele Rebelde enfrentó durante años dos emisiones noticiosas diarias, lo que exigió inventivas de todo tipo para reflejar la extensa región oriental. Las transmisiones deportivas también resultaron notables; aunque el sello del canal fue su programación dramática: aventuras, cuentos, teatros, históricos, terror y hasta novelas.

Tú eres mi historia, del maestro de la dramaturgia Antonio Lloga, fue la primera novela transmitida por el canal, en el año 1977. El autor mezcló vivencias personales y elaboró una radiografía de la sociedad guantanamera, de sus agonías y luchas, incluida la influencia de la base naval. Ha sido la única vez que la villa iris amada de Boti ha sido ciudad novelada por el audiovisual cubano.


 Carlos Estrada en la aventura El Zorro.

La versión de la aventura El Zorro para Tele Rebelde, escrita por Amado Cabezas Sanz y protagonizada por Carlos Estrada, ha quedado prendida a la memoria sin que nada pueda apagarla. Espada en mano contra los descreídos, Cabezas sumó casi 40 guiones de series en pantalla. Otras  aventuras llenaron de fantasía y acción a todo Oriente, como La pantera negra, con Félix Pérez al frente, y El Capitán Das Montes ―versión de El corsario negro—, con dirección de Benigno Cudeiro y con Norberto Soler, Willy de Córdoba, Adolfo Cesar y Alcibíades Banderas en los papeles centrales.

Cuando el fin caía sobre el último capítulo, el elenco recorría varias ciudades de Oriente. Cuentan que una vez coincidieron en Manzanillo con una gira encabezada por Rosita Fornés.  La gente saltaba al verlos, se arracimaba en las ventanas. ¿Pero, quiénes son ellos?, preguntó asombrada la vedette de Cuba.

Curiosamente, la televisión que no se veía entonces en el occidente cubano se convirtió en una señal internacional. Sí, leyó bien. Tengo cartas que reportan sintonía desde República Dominicana, que mandan saludos, que describen personajes.

Había que hacer arte en medio de las carencias. Si existe un cine pobre, esta fue la televisión de la pobreza. Para filmar Un hombre de verdad, obra de Boris Polevoi —canto a la voluntad de un piloto―, su director debió innovar. El ataque del oso lo resolvió insertando un fragmento de película y la nieve fue trucada por aserrín. La cabina de un avión del Palacio de Pioneros sirvió para las escenas de combate. Así era entonces en la televisión en blanco y negro.


El cronista Rolando González y la periodista María del Carmen Díaz en el mítico espacio Guión 5

Pero, si de maestros hablamos, no hay otro nombre como el de Rolando González para ejemplificarlo. Guion 5 fue su epígono. Por más de tres lustros se enseñoreó en la pantalla oriental y cubana. Creado a raíz de la división político-administrativa de 1976, fue el antecedente de las revistas informativas que inundaron las pantallas de los 80.     

Rolando era capaz de dar armonía a los temas más diversos. Hizo de la crónica, lenguaje cotidiano y de la evocación, un arte. Tenía los guiones en la mente, afirma uno de sus más firme colaboradores, el camarógrafo José Somohano. Todavía vivió una vuelta de gloria en Remembranzas y algo más (Tele Turquino) con su gustada sección de la foto vieja. Lleva razón la  periodista Nereyda Barceló: nada ha sido igual después que se nos fue.

Íconos y epílogos
En 1979 el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) unifica los antiguos canales 2 y 5, para lograr la extensión nacional, con Estudios en la capital, Santiago de Cuba y Holguín. Se escogió lo mejor de cada región. Inicialmente se sirvió de la experiencia de Tele Rebelde. Pero, con el tiempo, la participación fue recortándose por diferentes motivos y acabó desangrada.

En 1981, tras una reparación e instalada ya la tecnología soviética, se produce uno de los mayores íconos en la historia de la televisión, la novela Doña Guiomar, original de Emilio Bacardí, adaptación de la maga Marcia Castellanos y dirección de Benigno Cudeiro. Por primera vez asomó a la pantalla nacional una novela producida íntegramente fuera de la capital, incluidos vestuario, maquillaje y escenografía. Tuvo el valor de asomar el siglo XVI, camino muy poco recorrido en la Isla.

María Elena Calzado creó un personaje que marcó para siempre a artistas y espectadores. Su corpiño y su flor en la cabeza recorrieron toda Cuba. Era un elenco de lujo que demostró su mayoría de edad: Ramiro Herrero, Carlos Padrón, Luis López, Rebeca Hung, Santiago Portuondo, Manrique Alomá, María Lavigne, Miguel Lucero, Francisco Betancourt y Mireya Chapman, entre otros. 

Sobrevendrían luego La peineta calada y Vía Crucis, esta última ambientada  en la ruinas del cafetal Fraternidad, en el entorno de las haciendas de la emigración franco-haitiana, que años después fuese declarado Patrimonio de la Humanidad. El teatro De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra (1982), con la puesta de Ramiro Herrero y la dirección de Carlos Padrón, desarrolló un rejuego visual en las terrazas del Castillo de San Pedro de la Roca. Raúl Pomares se lució como Ño Pompa, mientras Dagoberto Gaínza dejaba un notable Santiago Apóstol.


La novela Doña Guiomar (1981). En escena María Elena Calzado y Carlos Padrón

Desde los Estudios Fílmicos, el corto El sastre (1984) significó un salto y fue reconocido con varios premios en el Concurso Caracol de la UNEAC. Es, a mi entender, la más auténtica de las versiones cinematográficas basadas en Bertillón 166. Contó con la dirección de Jorge Luis Hernández y con Pomares como el sastre Kiko. Y lo que parecía la etapa de consolidación definitiva, la mayoría de edad para Tele Rebelde, se convirtió, sin embargo, en un canto de cisne…

El 16 de abril de 1986, en el mismo escenario de lo que hasta ayer había sido Tele Rebelde, surge el primer telecentro del país. Cuando definitivamente se puso fin al canal fue “como si un fuego lo hubiera arrasado todo”, me expresó uno de los fundadores. El nombre inicial derivó hacia La Habana, y allí donde había surgido, hubo que rebautizarlo. El hecho está rodeado de un escozor, de una polémica tal vez inextinguible.

Fue una  manzana de dos sabores. Por un lado, es innegable que se logró el despegue técnico, y desde los servicios informativos se expandió la imagen al país. Era un imperativo. También surgió la Revista Santiago (1982), que marcó hitos en la cobertura periodística, las exquisitas santiaguerías de Ramón Cisneros Jústiz  y la conducción de aquel dueto conformado por José Raúl Castillo y el rostro de la pantalla santiaguera, Georgina Botta.

Por el otro, se vivió una etapa de diáspora y desconcierto. Guionistas y actores derivaron hacia la radio y el teatro ―insuficientes en el territorio para asimilarles—, emigraron hacia la capital, y más de uno abandonó el país. Especialistas en ramas como el maquillaje y el vestuario disminuyeron o desaparecieron. La programación diaria pasó a una hora o dos.

Lo peor fue que se invisibilizó parte de la cultura del país, aquella que no cabe en  la síntesis de un reporte informativo. Fue la oportunidad perdida de suministrar referentes audiovisuales de manera permanente  ―geografía, autoridades, historia, arte, modos de expresión— desde otra parte del archipiélago.

La imagen audiovisual del ser cubano padece de una falta de conciencia nacional y de habanocentrismo que esconde, tantas veces, el país que supone representar. Siempre me he preguntado cuánto hubiera podido significar la unión de la experiencia acumulada en la cuerda dramático-histórica de Tele Rebelde (su núcleo inicial) y la técnica más avanzada, pero es una interrogante lanzada a un mar sin costas.

La televisión cubana ha prohijado telecentros y canales a lo largo del archipiélago. Tele Rebelde ha tenido una historia posterior, mas la evocación resulta imprescindible: en ella van los fulgores y también los dolores. No hablo de perfección, sino de estirpe. El surgimiento de Tele Rebelde es un capítulo de la cultura cubana que nada podrá borrar.

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