Una carga afectiva y sensorial

Lola Proaño
12/1/2017

Estaciones teatrales, de Eberto García Abreu, es un recorrido por la producción teatral cubana desde un compromiso testimonial. Un viaje donde lo conceptual queda amalgamado con la calidez de la experiencia, que recoge la memoria de la repercusión que tanto a nivel afectivo como racional tuvieron en el autor las producciones teatrales cubanas —durante su paso por las aulas, los festivales—, y lo compartido en los procesos creadores y los escenarios, a lo largo de 30 años.

La mirada vertida en los capítulos de este libro realiza un ejercicio crítico que se distancia de la crítica tradicional, puesto que Eberto García Abreu, sobre todo en el último tiempo, participa de disímiles modos en el escenario teatral cubano: además de ser un espectador asiduo, su actividad también está relacionada con el proceso mismo de construcción de la dramaturgia de las obras. Estas estaciones teatrales, en su recorrido cronológico, recogen reflexiones que, aunque diversas, siempre giran en torno a la relación del texto con la puesta en escena, eje estrechamente relacionado con la multiplicidad de la relación de García Abreu con el teatro cubano.


Con Ulises Rodríguez Febres. Foto: Archivo La Jiribilla

Este viaje está dividido en cinco estaciones teatrales. La primera tiene que ver con las experiencias y encuentros, que el autor califica como decisivos, ocurridos en 1985 con Vicente Revuelta, Flora Lauten, Nelda Castillo, el Teatro Buendía y el Teatro del Obstáculo. Junto a estos encuentros están los contactos con el teatro soviético, durante los 70 y 80. En esta primera estación surgen las preguntas por el sentido del teatro y el ejercicio de la crítica.

Las estaciones segunda y tercera recogen los cuestionamientos sobre el rumbo del teatro cubano, y su interrelación con los aspectos sociales y políticos, en un momento de crisis tanto material como espiritual, que parece haber servido de acicate al ímpetu creador cubano. Vuelve a aparecer el teatro de Vicente Revuelta y el Teatro Buendía —con la reescritura de los clásicos— como  testimonios de resistencia, y sobresale  la fuerte influencia de Barba. Aparecen aquí Carlos Celdrán, Estorino, Arrufat, Milán y Pérez Peña. En estas estaciones se subraya el surgimiento de nuevas estéticas y la innovación de procedimientos.

La cuarta estación está marcada, según García Abreu, por la acentuación del aspecto introspectivo que aparece tanto en el aspecto temático como en la puesta en escena: los teatristas confrontan las consecuencias del Período Especial en su cuerpo y en su espacio creativo. Junto a ello, paradójicamente, se dan los intercambios que se originan con las giras, las becas y las residencias, que oxigenan el campo teatral cubano.

La quinta y última estación se caracteriza por la reafirmación del carácter participante de la crítica como profesión y oficio personal, que surge ya no desde afuera, sino más bien desde el interior de los procesos de creación y su circulación. Según Eberto, esta última estación es un momento de sosiego y nuevos desafíos porque su ejercicio está mucho más integrado a los procesos. La crítica aparece aquí como un acompañamiento y disfrute en los que sobresalen las relaciones humanas que las producciones promueven con sus procesos.

En el recorrido por estas estaciones teatrales, es posible observar la ampliación del espacio de la crítica y de la mirada en el diálogo con los textos y los espectáculos. No me cabe duda acerca del interés y la relevancia de Estaciones teatrales como una memoria crítica de lo ocurrido en el escenario cubano durante las últimas tres décadas. El recorrido por estas estaciones traza una posible ruta para aproximarse al rico y diverso panorama teatral cubano. La lectura de este mapa escénico es de impostergable interés para los cubanos que desean informarse; pero es mucho más relevante, quizá, para aquellos que como yo intentan, de algún modo, acercarse a la historia del teatro cubano no solo con el frío razonamiento intelectual de la crítica, sino con una carga afectiva y sensorial, pues sobresale en estos ensayos la explícita renuncia a la objetividad: ellos hacen gala de una mirada subjetiva llena de aquello que fue sentido a la hora de la recepción.