“Ustedes han venido a ofrecernos su corazón”

Roberto Fernández Retamar
28/9/2017

Compañeras y compañeros:

Este IV Encuentro de Pensamiento y Creación Joven en las Américas tiene su antecedente, como se sabe bien, en el que realizamos en 1983, no pocos de cuyos materiales se recogieron en la revista Casa de las Américas. El laudable proyecto fue retomado en 2009, cuando la Casa de las Américas cumplía 50 años de fructífera existencia. A partir de entonces, como recordó hace poco el compañero Jaime Gómez Triana, quien tuvo responsabilidad mayor en aquel Encuentro, este fue nombrado con el título del primer cuento que le publicaran al entrañable compañero argentino Julio Cortázar. Tal cuento, por cierto, le fue publicado por Jorge Luis Borges, quien se sentía feliz de haberlo hecho, según me dijo la tarde de 1985 en que lo visité en su apartamento de Buenos Aires, y en que aquel hombre genial, no obstante su conocido y triste desacuerdo con las revoluciones, accedió a que la Casa de las Américas publicara un volumen de Páginas escogidas suyas, que tuve el placer de compilar y prologar. La compañera Caridad Tamayo, quien dirige con gran eficacia nuestro Fondo Editorial, ha citado este hecho como ejemplo del trabajo de la Casa, la cual se siente comprometida con lo mejor de la vida intelectual de nuestra América. El nombre del Encuentro, por supuesto, está cargado de nuevo significado, pues alude a la feliz circunstancia de que la Casa, periódicamente, es invadida, tomada por jóvenes intelectuales como quienes, enriqueciéndonos, han asistido a este IV Encuentro.


“Ustedes seguirán latiendo entre nosotros”. Foto: La Ventana

 

Ineludibles compromisos universitarios me impidieron estar presente cuando el destacado escritor guatemalteco Arturo Arias, quien ha merecido dos veces el Premio Literario Casa de las Américas, ofreció sus palabras de bienvenida, pero he podido leerlas después, y me parecen muy valiosas, como suyas al fin. Y para poder escribir estas mías, pocas y apresuradas, me he visto imposibilitado de asistir a varias sesiones, por lo que ruego que me excusen.

Arturo, entonces treintañero, participó en aquel Encuentro inicial, en 1983, y al ofrecer el pasado martes sus cálidas palabras, se presentó como un viejo. ¿Qué diré yo entonces de mí, con mis 87 años a cuestas? Evidentemente ni él, ni mucho menos yo, a estas alturas de nuestras vidas, podemos pretender hablar como los jóvenes que fuimos, aun cuando su fértil recuerdo nos sigue animando. En mi caso, la única razón para que me dirija a ustedes es que desde 1986, después de la inolvidable heroína Haydée Santamaría y del también inolvidable pintor Mariano, presido la Casa de las Américas.

Tuve uno de los grandes privilegios de mi vida al trabajar durante 15 años, como director de la revista Casa de las Américas, bajo la conducción iluminada de Haydée. Ella marcó a fuego, para siempre, a lo que llegó a considerar su Casa. Es hermoso que los muchos jóvenes, a menudo brillantes, que hoy laboran en la Casa de las Américas sepan que tienen el honor de hacerlo en una institución fundada, conformada y orientada siempre por aquella criatura de excepción que estuvo junto a su hermano Fidel en el Moncada y en la Sierra Maestra, donde se hermanó también con el Che. Y cuando, pocos meses después del triunfo de nuestra Revolución, fue fundada la Casa de las Américas y se le encomendó a Haydée, martiana de raíz, dirigirla, ella, con su inteligencia y su intuición extraordinarias, llegó a convertirse en una animadora cultural de primer orden. He contado varias veces lo impresionante que era asistir a reuniones de ella con intelectuales exigentes como el propio Cortázar, como el pintor chileno Matta, como el escritor uruguayo Mario Benedetti, como el escritor colombiano Gabriel García Márquez, y verlos admirar sin reservas a aquella criatura sabia y deslumbrante que había nacido en un modesto batey del medio de la Isla y no llegó a asistir a altos centros de estudio. Como me estoy citando, añadiré que Haydée fue como el espejo de la fábula china: los pobres de espíritu no atinaban a saber quién era, pero los de alma grande salían maravillados del contacto con ella, como si fuera una sibila.

Y puesto que estamos en un Encuentro de jóvenes, voy a recordar el gran interés de Haydée por la juventud. Una prueba grande de ello fue su estrecha relación con varios músicos cubanos entonces muy jóvenes. Estamos celebrando en la Casa de las Américas los 50 años del Encuentro de la Canción Protesta, un acontecimiento internacional en cuya génesis tuvo papel decisivo la compañera estadounidense Estela Bravo, quien trabajaba entonces en la dirección de música de la Casa y se revelaría después una formidable documentalista cinematográfica. No es extraño que haya querido que se conserve en la Casa la colección de sus documentales. Aquel Encuentro fue el punto de partida de lo que se llamaría en Cuba, como homenaje a la admirada trova tradicional, Nueva Trova, la cual ofreció en la Casa de las Américas, en 1968, sus primeros conciertos. Sus audaces integrantes no siempre eran entendidos, precisamente por audaces, y en esa coyuntura la compañera Haydée echó rodilla en tierra por ellos, los defendió a capa y espada, e hizo posible que el Movimiento de la Nueva Trova se afirmara, hasta hoy, como una de las creaciones culturales más hermosas de nuestra Revolución. En una noche memorable, precisamente en esta sala donde estamos y no llevaba aún el nombre de Ernesto Che Guevara, el compañero Silvio Rodríguez, el más destacado de aquellos músicos jóvenes, dijo que la Casa de las Américas era el útero de la Nueva Trova. En realidad lo era Haydée, combativa y maternal. Cuando ella murió, la gran poeta Fina García Marruz escribió en su conmovedor poema “En la muerte de una heroína de la patria”: “Los que la amaron se han quedado huérfanos”.

Sigmund Freud y sus seguidores han afirmado que infancia es destino. Es sobrecogedor pensar que estamos marcados por acontecimientos en los que nada o muy poco podíamos influir. ¿Y qué decir de la juventud, de la que sí se es hacedor? Asistí hace muy poco a una reunión con integrantes del proyecto cubano Nuestra América. Los presentes fuimos divididos en varios grupos para comentar distintas frases. Al mío le correspondió una frase cuyo enunciado era, más o menos: “Los jóvenes son por esencia revolucionarios”. Resultaba muy tentador responder afirmativamente. Pero un agudo integrante del proyecto recordó que ha habido y hay en no pocos países, incluso hoy mismo, muchos jóvenes fascistas. Es decir, que la escasa edad no garantiza una actitud revolucionaria. En consecuencia, quienes asisten a Encuentros como este no son de izquierda por el mero hecho de ser jóvenes, sino porque conscientemente han asumido defender ideas y creencias que consideran valiosas, aun al precio de correr riesgos que pueden llegar a ser grandes. En las personas consecuentes esa asunción los acompañará toda la vida, aunque sin duda la juventud le habrá de dar una luz particularmente intensa.

Y a propósito de la juventud y las actitudes revolucionarias, lamento no haber conservado un ensayo del notable politólogo (antes fue poeta) Rafael Hernández, director de la excelente revista Temas. Trataré de recordar en líneas generales lo planteado por Rafael en dicho ensayo, donde mencionó los pocos años que tenían héroes cubanos cuando se destacaron en la historia. Por ejemplo, José Martí tenía entre 15 y 16 años cuando produjo sus iniciales textos a la vez literarios y políticos, 17 cuando fue condenado por sus ideas independentistas a terribles trabajos en canteras, 18 cuando publicó su estremecedor testimonio El presidio político en Cuba. Julio Antonio Mella fue ultimado por matones machadistas en su exilio mexicano con 25 años, lo que llevó a Fidel a decir que nunca nadie hizo tanto en tan poco tiempo. Ya habían producido textos valiosos los hermanos Luis y Sergio Saíz Montes de Oca cuando fueron asesinados por un soldado batistiano en su provincia pinareña, teniendo uno 18 años y otro 17. Sus nombres son hoy el de la Asociación de jóvenes escritores y artistas cubanos. Poco más de 20 años tenían Frank País (llamado por Fidel, desde la Sierra Maestra, el más extraordinario de sus compañeros) y Joe Westbrook, de intensa escritura, cuando elementos batistianos los mataron a uno en Santiago de Cuba y a otro en La Habana. El propio Fidel no sobrepasaba los 26 años cuando encabezó el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Por último, al triunfar la Revolución cubana el primero de enero de 1959, Fidel tenía 32 años, Juan Almeida 31, el Che 30, Armando Hart 28, Raúl Castro 27, Camilo Cienfuegos 26. Y me dicen, aunque no he podido comprobarlo, que en ese tiempo tuvimos un embajador de 19 años.


“Los jóvenes son por esencia revolucionarios”. Foto: La Ventana

 

Este IV Encuentro de Pensamiento y Creación Joven en las Américas tiene una característica particular. Poco antes de ocurrir, un devastador huracán llamado Irma cruzó por el norte de Cuba y dañó mucho a la Casa de las Américas, situada tan cerca del mar, que la invadió con furia. En un principio se consideró necesario cancelar esta edición de Casa Tomada. Pero la reacción de quienes iban a ser sus protagonistas, tanto en el interior como fuera, fue inolvidable. Los que estaban fuera se ofrecieron a traernos lo que nos hiciera falta, a colaborar con los trabajadores de la Casa de las Américas en las tareas necesarias. De manera que, para sorpresa de muchos en este país y en otros, pudo realizarse esta IV Casa Tomada, más fuerte que el huracán. Por ello se la evocará siempre como intrépida, generosa y fraterna.

Desgraciadamente, las sesiones de trabajo han coincidido con otros graves acontecimientos en nuestra América, como un nuevo huracán llamado María, que ha devastado a pequeñas islas del Caribe y a Puerto Rico, lastimados ya por el anterior huracán, ha afectado a la República Dominicana y acaso afecte también a Cuba, y un terrible sismo ha llenado de luto a México. Mientras escribo estas palabras, recibo noticias sobre los grandes dolores mexicanos.

En todos los casos, se trata de manifestaciones de la Naturaleza, que nos dio la vida y nos dará la muerte; de la Naturaleza a la cual los seres humanos (especialmente en su variante occidental o norteña) estamos tratando tan mal, ignorando la sabiduría de muchos de los pueblos originarios. Pero hay otras realidades que no son naturales, amenazan a la humanidad y nos obligan a rechazarlas de plano. Me refiero, como se supondrá, al acceso de un ser despreciable (a quien acompañan otros de su calaña) a la cabeza del gobierno en el país que ya Martí llamó, a finales del siglo XIX, “una República imperial”, “la Roma americana”.

Aunque es un poco extenso, quiero, antes de terminar, compartir con ustedes al menos partes de un artículo que al conocerse la victoria electoral de Trump publicó en un periódico europeo (y lo recogerá el próximo número de la revista Casa de las Américas) el notable escritor Ariel Dorfman, a quien en varias ocasiones hemos tenido en la Casa de las Américas. Ariel nació en la Argentina, se formó en Chile, donde apoyó fervientemente al gobierno de Salvador Allende, y cuando este fue derrocado y llevado a la muerte, en nuestro 11 de septiembre de 1973, por maniobras de la CIA, del delincuente Richard Nixon y del criminal de guerra Henry Kissinger, Ariel salió del país y al cabo se radicó en los Estados Unidos, cuya ciudadanía acabaría por tomar. He aquí partes de su artículo, titulado “América se quita la máscara” (recuérdese que los estadounidenses llaman a su país “América”, y varios de los lemas de Trump son “Hacer a América grande de nuevo” y “América primero”):

Al elegir a Donald Trump, un predador ignorante, mendaz y matón, un racista que odia y teme a los latinos, a los musulmanes y a las mujeres, un hombre que no cree que el planeta está en peligro de extinguirse por razones climáticas y que va a aumentar la aflicción y desventuras de los habitantes más necesitados del país y del mundo entero, América ha revelado su verdadero ser.// Estoy, como tantos norteamericanos y tantos más en el mundo, estupefacto, pasmado, enfermo de asco.// Y, sin embargo, si miro en el espejo y espejismo de mi vida, no debería sentir yo sorpresa alguna ante este desenlace apocalíptico.// Cuando, con mi mujer y mi familia, llegamos a los Estados Unidos en 1980, no abrigábamos ilusiones acerca de este país que, después de todo, había promovido el golpe militar de 1973 contra Salvador Allende, el presidente electo democráticamente en Chile. Como tantos exiliados de lo que entonces se llamaba el Tercer Mundo, sabíamos que esa América, sus corporaciones, sus Fuerzas Armadas y su pueblo mismo eran cómplices de crímenes contra la humanidad en todos los continentes. Ni ignorábamos cómo, en esa “tierra de los libres” se maltrataba a las minorías étnicas, ni tampoco su larga historia de esclavitud y conquista y persecución de los disidentes.

Dorfman pasa luego a evocar los aspectos positivos de los Estados Unidos, esos que Martí llamó “la América de Lincoln”, que amamos. No es extraño que Ariel exclame: “mi héroe Abraham Lincoln”, y hable de “la tierra de Dylan y Franklin Roosevelt, de Meryl Streep y Walt Whitman, de Ella Fitzgerald y William Faulkner y Martin Luther King”. Al finalizar su artículo, añade Dorfman:

Ahora que Trump ha abierto una puerta por la cual se ha colado y exhibido todo lo que es horrible en su América, no me queda otra que reconocer que lo que contemplo en el abismo de ese triunfo es tal vez el rostro verdadero de este país, su rostro profundo y aterrador, irrevocable y permanente. […]//¿Dije pasmo, estupefacción, asco? // Sí, eso pienso, pero algo más, algo mucho más profundo y duradero. // Estoy de duelo. De duelo por un país que, para mí, acaba de morirse, que se murió cuando sus ciudadanos, mis ciegos conciudadanos, eligieron a Donald Trump, misógino y mentiroso y vil, como su líder.  

Compañeras y compañeros, como en la canción de Fito, ustedes han venido, en días difíciles, a ofrecernos sus corazones. Ellos quedarán latiendo entre nosotros. Los recordaremos siempre, les deseamos lo mejor y les damos las más cálidas gracias.