Este jueves se estrena la serie Las cinco puntas de la estrella, un material que propone dialogar sobre distintas ideas de nuestra identidad nacional.

En esta primera entrega, La Jiribilla dialogó con su realizador Arturo Santana, en aras de conocer los detalles del proceso creativo y sus motivaciones para asumir un reto como este.

“Lo primero es que sea una obra de arte (…); después, que llegue a donde sea capaz”, comenta el realizador Arturo Santana.

¿Cómo surge la idea de esta serie? ¿Por qué el nombre?

La idea de Las cinco puntas de la estrella es como espacio plurifuncional, en el cual pudieran abordarse muchas razones temáticas, sujetos, discursos e ideas; todas distintas, pero que formen parte de nuestra identidad y de nuestra estrella. La primera entrega sería sobre el pensamiento de Fidel Castro, con estas características.

Cuando me propusieron realizar un documental sobre Fidel me asombré, pero lo agradecí muchísimo. Sentí un gran beneplácito, porque estamos en presencia de realizar un trabajo sobre una figura polémica, no convencional. Es un sujeto único, universal; lo cual me motivó mucho más.

Sobre Fidel Castro se han hecho centenares de obras, entre ellas audiovisuales, en muchas escalas de valores. Mi primera intención era tratar de ofrecer un enfoque exactamente como es el sujeto: polémico, en busca de un horizonte otro, visto por los demás.

Intentamos que no fueran las voces casi siempre esperadas, porque no era lo que quería desde el abordaje temático y formal. Pedí hacerlo con intelectuales jóvenes, con la idea de buscar otra proyección.

Nadie me detuvo ni me dijo cómo debía hacerlo. Sencillamente, lo que me ofrecieron un determinado grupo de jóvenes intelectuales, el cual aprobé. Todo corría también a través de la idea que tenía Víctor Fowler.

“La intención es que el espectador fluya con la historia”.

Después vino el trabajo con Víctor. Lo conozco hace casi 40 años, un intelectual de la A a la Z. Lo interesante es que fuera el anfitrión. Estuve inspirado en aquella serie documental acerca del Ché, donde casi nunca aparecen imágenes de archivo, pero tiene un gran caudal de contenido y caminando por el malecón es capaz de colocarte 40 o 50 años atrás para contar una historia.

Es la idea de un enfoque no convencional. El intercambio con Víctor era maravilloso. Le dije que me encargaba de hacer la película y que él creara los contenidos; juntos llegaríamos al mensaje. Vi a Víctor intercambiando de un modo desenfadado, agudo y abordando temáticas ya vistas, pero desde otro ángulo, otra textura. Todo ello confluye en la intención de la serie.

La serie se concibe con testimonios de jóvenes intelectuales, fotografías históricas, planos en locaciones abiertas. ¿Por qué ideó de esa manera la realización documental?

Todo parte de mi vínculo al cine y a la escuela cubana de documental, sobre todo, Santiago Álvarez, que podía convertir los documentales político-ideológicos en hechos de alta valía artística y estética. Entonces, inspirado en ello y en el tratamiento de los discursos de otros géneros, traté de ofrecer una entrega que llamara la atención.

Lo primero es cumplir una alta valía como producto audiovisual estético, para que pueda efectuar el resto de los planos de un audiovisual: el ideológico, el ideoestético, el emocional, el cognoscitivo. Lo primero es que sea una obra de arte, ojalá lo sea; después, que llegue a donde sea capaz.

Con los jóvenes entrevistados aprendí de la realización, porque nunca se deja de aprender. Fue muy osado grabar con tres cámaras, empiezas a moverla y a darle el tratamiento formal, como si estuvieras abordando otro tema. Esta forma puede ser mucho más plural, más empática con el público de variada índole.

“No quise buscar premisas, sino trabajar en torno al sujeto en actitudes humanas, modos de mirar”.

Con los resultados audiovisuales estoy muy contento, porque apliqué muchas técnicas y tácticas, que a veces utilizamos en otros géneros: el clip, la ficción. El modo desenfadado de manejar la cámara, de utilizar las fotos, los descartes, los focos.

También pedí no usar la misma cantidad de fotos que se usan siempre. Fidel Castro es una figura cósmica y las personas han visto muchas fotos en materiales. No quise buscar premisas, sino trabajar en torno al sujeto en actitudes humanas, modos de mirar. Con ello, se resaltaron las opiniones de los entrevistados. A través de los protagonistas actuales podemos llegar al sujeto y a la idea.

Cumplía con la visualidad y podía rememorar situaciones de un lugar totalmente histórico y de lucha de un país.

Dicen que el público general no existe, pero a veces sí. Quizás los enfoques de las personas de 18 a 30 pueden ser interesantes. Aunque otro segmento lo admirará desde otra manera, los que pertenecen a otras generaciones. Por eso, la intención de buscar la empatía con los protagonistas jóvenes.

Les confieso, sí aprendí. Saqué conclusiones propias, que quizás las tenía, pero no sabía cómo sacarlas a flote. Si eso me pasó a mí —que también vi el tema como no convencional, buscándole el atractivo audiovisual—, quien lo perciba así, lo verá y lo escuchará; aunque no piense como nuestro sujeto. La intención es que el espectador fluya con la historia.

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