Ascenso y caída de Francis Fukuyama

Mauricio Escuela
19/9/2018

La caída del Muro de Berlín fue saludada como “La Toma de la Bastilla del siglo XX”, de pronto pareció que la vieja disputa entre la idea socialista y la liberal quedaba a favor de esta última. Viejos profesores de materialismo dialéctico desecharon los manuales editados en Moscú, los partidarios de las organizaciones de izquierda botaron sus carnets, el edificio del Consejo de Ayuda Mutua (CAME) terminó abandonado. Sin el Pacto de Varsovia, la Organización del Atlántico Norte (OTAN) siguió existiendo y se expandió hacia el este de Europa.


Cuando se habla de capital, se anota su existencia en forma de sistema-mundo, fundamentado
en la conquista de América a partir de 1492. Foto Granma

 

Pareciera que el Estado liberal de corte parlamentario triunfara sobre su alternativa, pues todos, tirios y troyanos, se unieron a los acordes de la Novena Sinfonía de Beethoven junto a la Puerta de Brandemburgo. Francis Fukuyama, ideólogo del momento, se apresuró a publicar su tesis sobre el fin de la historia, algo que ya fuera hecho por Friedrich Hegel en 1806, cuando la batalla de Jena impuso las ideas de la Revolución Francesa en el Viejo Mundo.

Desde Nietzsche veníase gestando una reacción a las totalizaciones de la historia, sobre todo contra la del espíritu absoluto de Hegel, quien declararía que su propio sistema marcaba el fin de la filosofía como actividad especulativa en cuanto tal. Sin embargo, no es hasta Foucault y los estructuralistas y posmodernos que toma cuerpo la idea de un fin de los grandes relatos, escuela de pensamiento de la que luego se agarraría el ideólogo del liberalismo Fukuyama para proclamar el triunfo del mercado y la democracia de partidos, de los pequeños relatos, de lo caleidoscópico.

El siglo XX en las academias occidentales, a pesar de gozar de mayor libertad que su par del petrificado campo socialista, se movió más hacia la ideología que hacia el pensamiento crítico. No se puede perder de vista la cercanía de los profesores de filosofía con instituciones como el Departamento de Estado de los Estados Unidos; tal es el caso del propio Francis Fukuyama.

Ahora bien, ¿por qué ese interés en declarar el fin de la historia?, sencillamente: se trata del decreto de la victoria del sistema oficialista del Occidente del capital. Para la nueva tesis no había ya contradicciones ni un telos o fin que alcanzar, sino que las sociedades europeas y norteamericana se habían vuelto “hacia sí mismas” con molicie y prosperidad, alcanzando niveles de distribución que resolvían el conflicto clasista.

Fukuyama, al plantear ese argumento egoísta, obvia dos elementos claves: que en efecto, las sociedades primermundistas sí son desiguales y lo serán cada día más y que alcanzan ese nivel debido al fenómeno del colonialismo del Tercer Mundo. Sartre dijo, Europa se hizo a sí misma creando esclavos y monstruos, así que el ideólogo Fukuyama obviaba que, cuando se habla de capital, se anota su existencia en forma de sistema-mundo, fundamentado en la conquista de América a partir de 1492. No hay una prosperidad americana per se, sino a partir y a costa de. No hubo un Imperio Británico por amor a los pueblos sojuzgados, sino a pesar de estos.

En otras palabras, la posmodernidad y la herencia dionisiaca de Nietzsche les convino a los ideólogos del poder triunfante, quienes se erigieron en los campeones de la democracia pluralista; ese sistema que permitía que hasta un gato se postulara a las elecciones presidenciales. Lo que muchos de los ingenuos no sabían entonces es que el capital no iba a renunciar a su ideología de poder y que la historia, como bien dijera Sartre, sólo se estaba destotalizando, para volverse a totalizar. 

El estado de plenitud no llegaría jamás y no valía la pena ni preguntarse por su posibilidad, los pueblos olvidados quedaban en el sueño eterno, las sociedades de consumo tenían luz verde para lanzarse sobre los mercados vírgenes, la democracia de partidos era exportable hacia cualquier rincón del planeta. Tales ideas bullían en las mentes de quienes desde entonces llamamos neoliberales.

Fukuyama atribuyó a Marx un exceso de acento sobre la importancia de las fuerzas productivas, a la vez que ponderó el criterio de Weber sobre las excepcionalidades culturales y religiosas, en una palabra, se volvió a la inversión hegeliana de que el espíritu determina la historia y de hecho la compone. Siguiendo esa misma línea, se hizo un paquete sobre cuáles eran los puntos que las nuevas democracias debían cumplir para alcanzar la prosperidad, sin que ello garantizara de facto la equidad.

El aplanamiento ideológico de la década del noventa del siglo XX dejó a los Estados Unidos con un superávit y única superpotencia. Pero el poder, para ser poder, tiene que mantenerse en expansión, de lo contrario desaparece. En el año 2000 llega a la presidencia Bush Jr. En septiembre del 2001, el eterno dormido de la historia según Hegel, el Oriente, despertó al mundo con el estruendo de las Torres Gemelas.

No convenía ya Fukuyama, había que darle un nuevo nombre al enemigo, a la historia única que ponía al Occidente de nuevo en pos de un desafío, así Samuel Huntington habló del choque de civilizaciones. Bajo este presupuesto se ha vuelto a colonizar el Medio Oriente, siguiendo la vieja pauta estructural del capitalismo expansionista y necesitado de recursos, ampliando los márgenes de miseria entre el centro y la periferia y por tanto el enrarecimiento de las relaciones internacionales.

Lo caleidoscópico fue barrido de facto por lo mediático, lo diferente era peste, los colores de nada servían. Así, la nueva izquierda, surgida a partir del siglo XXI ha heredado las causas de la posmodernidad, en particular la lucha por el multiculturalismo. El capital solo se sirvió de aquellas pautas mientras le convino, desechó la capucha y hoy asume un telos cuasi medieval, donde es el heredero de los cruzados en defensa del Occidente cristiano. En tal sentido, hay una memorable frase de Bush Jr., “Dios no es neutral”, o sea que el derecho divino les pertenece, les asiste.

El ascenso y la caída de Fukuyama demuestran que el capital tiene por única ideología su sostén como sistema y que echará mano a cuanta herramienta halle contra sus enemigos ya sean reales o inventados. No se trata de diferendos entre dos religiones, islam y cristianismo, sino del conflicto clasista internacional entre el centro y la periferia, de la necesidad expansiva de un sistema que crece de manera exponencial en un terreno finito y habitado por personas que son consideradas vasallos o ceros.

La guerra internacional, a la vez que subyuga al extranjero, sirve para exportar al obrero parado que  va al ejército y muere como carne de cañón barata. La fórmula sigue siendo la misma que en 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, poner a explotados contra explotados en pos de una falsa idea, una ideología. Las relaciones de producción, entre tanto, permanecen intactas.