Comía un mamey.

Hundía la cuchara

en la pulpa olorosa

de la fruta

y pensaba

en la similitud

entre la carne

del mamey

y la carne

de un hombre.

Asociaciones

involuntarias.

Trampas del inconsciente.

Relación entre dos objetos

distantes

que el deseo vincula

y la cuchara

ahueca.

Uno a uno

los nombres

que no me atrevería

a nombrar

rodaron por mi lengua

y con ellos

volví a sentir,

contra mi paladar,

los cuerpos

que alguna vez

estuvieron dispuestos

para mí.

En el breve recorrido

que la cuchara traza

de la fruta a la boca,

se disfruta otra vez

de los recuerdos,

del instante,

de la seducción.

Hay un tiempo

que en todo

se queda detenido.

La cuchara que horada

y escarba

en el mamey

también lo hace en la memoria.

Pasa mi lengua por su

pulido borde

y en esa boronilla de la carne

jugosa de la fruta

me demoro

pues su sabor dulzón

se me confunde

con el sabor

que ellos

me dejaron.

Aparto la semilla

y otras hebras amargas.

Escribo. Traduzco

en papel

asociaciones.

De lo que fue la fruta

solo queda

—en mi mano—

como cuenco vacío

la cáscara rugosa,

la cuchara en el aire

mientras pienso

en la similitud

que siempre ha de existir

entre la carne del mamey

y la carne de un hombre.