Todavía me conmuevo cuando veo en Internet el video donde Silvio Rodríguez, acompañado por otros músicos e intérpretes cubanos relevantes (Amaury Pérez, Luna Manzanares, Kiki Corona, Gretell Barreiro, Frank Fernández, Pancho Amat y Enrique Pla entre ellos) entonan el que devino himno del regreso feliz: Tie a yellow ribbon round the ole oak tree.

Faltaba poco para el regreso de Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez y Fernando González Llort, los cuatro luchadores antiterroristas cubanos que en la fecha de estreno del audiovisual —septiembre de 2013— continuaban presos en cárceles estadounidenses. Decirles que aquí los esperábamos, y reclamar su vuelta a casa con esa convocatoria poética, se concretó gracias a la iniciativa de René González Sehewerert, el único de los cinco que en ese momento había regresado tras cumplir su sentencia.

Según se consigna en Internet, Ata una cinta amarilla al viejo roble es una canción compuesta en 1973 por Irwin Levine y Lawrence Russell Brown. Rápidamente —se sabe— adquirió trascendencia a nivel nacional e, incluso, más allá de las fronteras de Estados Unidos. En una sucinta reseña de su contenido leemos que: “El lazo amarillo contiene siempre un mensaje de solidaridad. Puede ser un mensaje de apoyo a los soldados que son llamados a filas, o un símbolo de cercanía y respaldo a las víctimas de una catástrofe o incluso una injusticia por motivos políticos”. Pero también la cinta amarilla, como pacto simbólico, da constancia de fidelidad y conformidad con el regreso del ser amado. La hermosísima canción asimismo nos enfrenta con la inusual renuncia del que vuelve para liberar a quien lo espera del oneroso ejercicio de la paciencia.

“(…) la cinta amarilla (…) da constancia de fidelidad y conformidad con el regreso del ser amado (…)”.

Vagamente recordaba yo el número, estrenado en su momento por Tony Orlando and Dawn y con numerosas interpretaciones sobresalientes (las de Frank Sinatra y Ray Coniff, con su coro y orquesta entre las mejores), y confieso que nunca antes había calado en mí tan hondo como lo hace hoy, cuando lo escucho una y otra vez con mística y maniática reiteración. Incluso, en aquellos días de 2013, cuando en todo el país aún soñábamos con —y clamábamos por— el regreso de nuestros héroes, mi lectura fue otra, entrañable y empática también, pero menos cercana. En mi historia familiar, menos heroica pero igual de lírica y asaeteada por repentinas ausencias, puede no haber un viejo roble, pero tengo cintas amarillas y una añeja guásima cerca de mi apartamento.

“Siempre habrá lazos amarillos en nuestros corazones, esperando el regreso de todos (…)”.

Hoy, cuando nuestro país padece las agudas consecuencias de su inclusión en la lista de estados patrocinadores del terrorismo y nos atenazan con otra macabra vuelta de tuerca a un bloqueo de más de seis décadas, celebramos los ocho años del regreso, gozoso, de aquellos héroes. Pero resulta imposible cerrar los ojos ante el crecimiento, en progresión delirante, de la cantidad de compatriotas que sentimos, con la ausencia de seres muy queridos, la añoranza por otros regresos.

La estupefaciente emigración de hijos, hermanos, padres y amigos, aun cuando constituya una movida ejecutada de manera voluntaria y con plena conciencia de su alcance, a algunos nos duele casi tanto como si enfrentaran un acto de privación de libertad. Es cierto, algunas facilidades ganan, pero otras las pierden; la libertad relativiza aún más sus veleidosas esencias. El sentimiento de pérdida derivado de la lejanía (para nada geográfica) roe nuestro espíritu con la convicción de que el trueque de lo esencial por lo fáctico, espuria conquista, pasará dolorosa factura.

“La estupefaciente emigración de hijos, hermanos, padres y amigos (…) a algunos nos duele casi tanto como si enfrentaran un acto de privación de libertad (…)”.

Siempre habrá lazos amarillos en nuestros corazones, esperando el regreso de todos. Es bueno que lo sepan, para que bajen del bus sin recelos: nuestra paciencia es infinita. Con lo poco que tengamos, fertilizado por el amor, haremos el convite. Quizá nos acompañen unos versos de Neruda: “Hoy es hoy. Ha llegado este mañana / preparado por mucha oscuridad: / no sabemos si es claro todavía / este mundo recién inaugurado”. Pudiéramos alzar alguna copa o degustar un entremés. O quizás, malamente, entonemos esta vieja canción que siempre me conmueve.

Hoy mismo ato una cinta amarilla a la vieja guásima.

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