Había nacido el 10 de diciembre de 1942, en el conocido hospital Maternidad Obrera, en el municipio Marianao y su infancia se desarrolló en el popular barrio de la Habana Vieja, donde inició sus estudios en la escuela pública de San Lázaro y Águila.

Al llegar a su casa un día de 1951 se encontró con una especial noticia que le brinda su abuela materna, mujer muy sensible a todo lo que tuviese que ver con el arte del baile. Le avisaban de una convocatoria para obtener una beca en la recién fundada Academia de Ballet Alicia Alonso, la que logró sin saber que había encontrado allí la gran ruta de su vida.

Aurora Bosch en El lago de los cisnes. Fotos: Cortesía del autor

Repasando las páginas de su vida nos ha contado con evidente emoción:

En febrero de 1951 recibí una carta en la que me comunicaban que debía someterme a una prueba en el local de la Academia, en N y 21, donde ahora está el Hotel Capri, en el barrio habanero de El Vedado. Estaba muy escéptica, no solo porque había allí una gran concentración de niñas aspirando también, sino porque no me creía con condiciones para el ballet. Vestida con un pequeño short, me vi obligada a bailar un vals, roja de pena. El temor de perder la posibilidad me dio por moverme, no sé en qué forma, pero sí abarcando mucho el espacio. Parece que no lo hice tan mal, porque poco después vino la confirmación de que había sido aceptada. Por cierto, la persona que me dio oficialmente la noticia fue la escritora cubana Renée Méndez Capote, quien por esa época era una gran colaboradora de la Academia.

Aurora obtuvo la categoría de Solista en 1962 y la de Primera Bailarina en 1967.

Cuando ingreso en la Academia tengo solamente ocho años de edad y fue para mí como verme inmersa en un taller, porque no solo se aprendía ballet, sino otras muchas disciplinas, como baile español, maquillaje, anatomía aplicada, etcétera. El tiempo allí se me iba entre las manos, porque cada vez que podía me quedaba mirando una clase o un ensayo, muchas veces sin comer, porque todo aquello me encantaba. Significó, además, el encuentro con profesores sobresalientes que contribuyeron de manera decisiva a mi formación, entre ellos José Parés y Fernando Alonso. En los cursillos de verano tomé clases con pedagogos extranjeros de la talla de los rusos Alexandra Fedórova y León Fokine y las inglesas Mary Skeaping y Ana Ivánova. Llegó un momento en que esas clases eran el centro de mi vida. No dejaré nunca de agradecer lo que hicieron por mí aquellos que tenían la tarea histórica de crear nuestro ballet. Recuerdo que en el segundo curso se empezaron a exigir cuotas modestas a las alumnas, porque el Estado, que debía costear esas becas, jamás dio un centavo. Sin embargo, a las muchachas que consideraban con posibilidades y carecían de recursos, Alicia y Fernando las exoneraron de ese pago y asumieron ellos los gastos. También personas generosas, con visión de futuro, costearon, muchas veces de manera anónima, mis matrículas en los cursillos de verano. Es algo que nunca podré olvidar. Durante años me mantuve con baja estatura, no crecía. A esa deficiencia, que me trajo muchos obstáculos durante la estancia en la Academia, le agradezco mi primer trabajo escénico. porque en 1954 durante el montaje de la versión completa de El lago de los cisnes por la Skeaping me seleccionaron para que interpretara uno de los pajecitos en el Acto III. Con el paso del tiempo yo avanzaba técnica y artísticamente, pero seguía sin obtener la estatura necesaria para integrar el cuerpo de baile, lo que me impedía bailar con la Compañía, como lo hacían otras muchachas, incluso de cursos atrasados. Después, en medio de la crisis provocada por el retiro de la subvención, se programa una función en el Teatro Sauto, de Matanzas, y de ahora para luego me avisan para que ocupara el lugar de Josefina Méndez, quien no podía hacerla. Fue algo duro, porque yo me sabía la coreografía de las chiquitas en Las sílfides, pero no el puesto de las que llamábamos las altas, que bailan más atrás. Sin embargo, entre ellas hice mi debut profesional y ocasional con la Compañía. Fue el 15 de noviembre de 1956.

“No dejaré nunca de agradecer lo que hicieron por mí aquellos que tenían la tarea histórica de crear nuestro ballet”.

Tras la crisis producida por el enfrentamiento a la tiranía batistiana, que retiró la escasa subvención que la compañía recibía del Estado por no plegarse a las peticiones del sanguinario régimen, la Bosch pudo continuar su entrenamiento al ser seleccionada por Alicia para que integrara el grupo de aventajadas alumnas que llevó con ella a los montajes que hiciera de Coppelia y Giselle para el Teatro Griego de Los Ángeles y con un contrato con el Ballet Celeste de San Francisco, ambos en Estados Unidos.

Al triunfar la Revolución en 1959, Aurora pasó a integrar el elenco del recién organizado Ballet de Cuba, donde en virtud de su talento y disciplinado quehacer solidificó una carrera que la llevó a obtener la categoría de Solista en 1962 y la de Primera Bailarina en 1967.

Dueña de un virtuoso poderío técnico y de una ductilidad artística admirable, especialmente aquellos roles de gran demanda dramática y expresiva, como Odile, el cisne negro; Bernarda, en La Casa de Bernarda Alba; Hécuba;Myrtha, la Reina de las Willis; Consuelo, en Tarde en la Siesta; Gertrudis, en Hamlet; entre otros muchos, fue acreedora de importantes galardones en la arena internacional. Entre ellos están la Medalla de Oro en el Concurso Internacional de Ballet de Varna, Bulgaria; el Premio Ana Pavlova de la Universidad de la Danza de París y el Premio Especial de los Críticos y Escritores de Danza de Francia en 1966, estos últimos por su extraordinaria interpretación de Myrtha, la Reina de las Willis, en Giselle.

Su patria la ha reconocido igualmente con los más altos lauros como la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Alejo Carpentier, la Orden Félix Varela y el Premio Nacional de Danza; así como con el Premio Anual del Gran Teatro de La Habana y el Título de Doctora en Ciencias sobre Arte, este último concedido por la Universidad de las Artes.

Aurora Bosch durante el 27 Festival Internacional de Ballet de La Habana.

En la hoja de servicios de esta figura singular, no puede dejar de destacarse la dualidad de sus aportes al desarrollo del ballet en Cuba, ya que de manera simultánea a su desarrollo como primera figura de la compañía estuvo su desempeño como profesora de los alumnos que en la Escuela Nacional de Ballet iniciaron su formación artístico-técnica. Muchos que después aportaron lauros a la escuela cubana de ballet fueron sus alumnos y también sus partenaires cuando, una vez graduados, integraron el elenco del Ballet Nacional de Cuba.

La trayectoria artística de la Bosch durante muchos años ha estado vinculada a diversas instituciones culturales del país como la Escuela Nacional de Ballet, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Federación de Mujeres Cubanas y a otras del ámbito internacional en México, España, Dinamarca, Suiza, Estados Unidos, Gran Bretaña, Hungría, Austria, Alemania y Argentina.

En esta hora de merecidos homenajes por su ochenta cumpleaños, es gratificante ver a esta Joya de la escuela cubana de ballet inmersa todavía en el quehacer cultural de su patria, aunque su órbita estelar está llena de un cosmopolitismo también fecundo.

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