“La gloria del artista sería efímera para aquellas almas insensibles, para aquellas naturalezas raras y deformes que ni sienten ni padecen; naturalezas estériles que nada producen y que pasan por el mundo sin dejar señales de su mísera existencia, naturalezas refractarias no solo a los gratos efectos de la música, sino también a todo lo bueno y bello, porque su ideal solo vuela por regiones materiales y positivas. Por fortuna son débiles y pocos, y el arte y los artistas resplandecen a pesar de ellos”.[1] Sirvan estas intensas y sinceras reflexiones de Serafín Ramírez, el primer musicólogo de nuestro país en el siglo XIX, como introducción necesaria a nuestra crónica en torno al Gran Premio Cubadisco 2018, otorgado al disco Libre de Pecado, de Beatriz Márquez, bajo el sello de Producciones Colibrí, con composiciones de Adolfo Guzmán.

Carátula del disco Libre de pecado. Foto: Internet

Obviamente, estamos ante uno de esos dúos conformados por mitos de la canción cubana, cuya propuesta estética resulta de un alcance tal que francamente constituye una valoración imposible de resumir en pocas palabras. Quizás lo que primero salta a la vista es la validación del concepto de la eternidad del arte, cuando se alcanzan niveles de calidad inalterables con el paso del tiempo, como sucede con el disco que nos ocupa. Tanto para Guzmán, cuya época de esplendor como compositor está ubicada entre los años 50 y 60 del pasado siglo; como para Beatriz Márquez, quien tiene una exitosa trayectoria de tan larga data que alguien pudiera tener la peregrina idea de que, a estas alturas del siglo XXI, Beatriz ya no tiene nada nuevo que decir. Ambos, junto al esmerado productor Jorge Aragón, han despejado implacablemente cualquier tipo de dudas al respecto con el CD Libre de Pecado.

Un disco como este será en cualquier circunstancia algo bello, independientemente de las modas y de los modos de hacer que se pretendan imponer desde andamios artísticos endebles, sostenidos nada más por la ilusión de una supuesta fama a tono con los intereses comerciales de cada momento histórico, los que pudiéramos llamar “hacedores de artistas por un día”.

Hablar de Adolfo Guzmán es como hacer referencia a un prócer de nuestra cultura, por la representativa cubanía del legado que le distingue. En tal sentido, Guzmán puede llegar a ser seducido por la maestría de Claude Debussy, por la canción norteamericana de las comedias musicales y hasta por la música electrónica, pero al mismo tiempo lo absorben tanto el son como el danzón y la trova tradicional, síntesis que lo conduce a la mayor empatía con estatutos fundacionales de nuestra identidad, establecidos por Sánchez de Fuentes y Ernesto Lecuona, entre otros paladines del tesoro patrimonial.

Hablar de Adolfo Guzmán es también hacer referencia al creador dotado del excepcional dominio de la técnica de la instrumentación, además de su personal capacidad para recrear poéticos textos en clásicos como “No puedo ser feliz”, “Te espero en la eternidad” y “Libre de pecado”. Entonces, para demostrar que dichos temas los ha interpretado como nadie, ahí está el timbre de Beatriz Márquez, el inconfundible estilo de La Musicalísima, prestigiosa veterana que se conserva incólume de cuantas lides por el predominio de la belleza en la canción no podemos llegar a imaginar, y con la misma voz desde el primer día en que asumió la profesión, a los 16 años de edad. En Beatriz se agolpan virtudes que la convierten en una vocalista capaz de hechizarnos cuando se le escucha cantar. Se trata de algo que va mucho más allá del don con que ha sido bendecida, a la hora de saber colocar la voz como toca, para decir los sentimientos que se expresan en cada canción.

La conjunción espontánea de esa afinación perfecta, el talento y el exigente rigor implícito simultáneamente en el deseo de evocar una entrega apasionada, corresponden a una de las grandes cantantes en la historia de la música cubana.

Finalmente, valga la entrega de este Gran Premio Cubadisco 2018 como un merecido reconocimiento tanto al maestro Adolfo Guzmán como a la diva Beatriz Márquez, por el privilegio de poder mostrarnos el significado de ser artistas por siempre.


Notas:
[1] Serafín Ramírez: La Habana artística. Apuntes históricos,  Ediciones Museo de la Música, 2017, vol. 1, p. 222.