¡Bien por Sonando en Cuba!

Joaquín Borges-Triana
17/11/2016

A propósito de la primera emisión del espacio televisivo Sonando en Cuba, en la redacción de El Caimán Barbudo sostuvimos enconadas discusiones. De una parte estaban los detractores del programa, por considerarlo un remedo de otros similares existentes en televisoras foráneas. Por mi parte, defendí todo el tiempo la decisión de crear entre nosotros algo así, más allá de tener algunas objeciones en cuanto a su concepción general.


Finalistas Región Oriental. Fotos: Web Sonando en Cuba

Recuerdo que un día, en casa de una gran amiga, su hija —una adolescente bastante bien informada y proclive a intereses culturales genuinos—, mientras asistíamos frente al televisor de la vivienda a una de las jornadas finales de Sonando en Cuba, me comentaba que gracias al programa había descubierto temas, por ejemplo, de los Van Van, que fueron populares en las décadas de los 80 y los 90 de la anterior centuria, pero que ya no formaban parte del repertorio activo de la agrupación ni se programaban en nuestra radio.

Aquel hecho por sí solo me ratificó la valía de que en la televisión cubana existiese un espacio como este, por no hablar ya de que la competencia permitió descubrir una que otra voz harto calificada para las lides del canto en nuestra música popular bailable, el género potenciado en la primera versión del espacio.

Ahora hemos asistido a la vuelta del programa a la televisión, que, en mi criterio, dio al traste con la conocida afirmación de que segundas partes nunca son buenas. Creo que comparativamente esta edición registró entre los concursantes un nivel de calidad promedio muy superior al del año anterior.

En ello tiene que ver el hecho de que esta vez se admitió a cantantes que en algunos casos tienen formación académica o incluso se han desempeñado como profesionales de la música. Por otra parte, no limitar a los concursantes a un género específico como el de la música popular bailable cubana, como ocurrió en 2015, también amplió el diapasón de los participantes y el nivel de calidad.

En sentido general, son intérpretes muy jóvenes que, en su mayoría, aún no han madurado aspectos de la vocalización y el modo de enfrentar los repertorios de la música cubana, donde existe toda una escuela de canto popular, abandonada y olvidada en los últimos tiempos por la ausencia de repertoristas, de asesoría y seguimiento de los vocalistas —tanto de grupos como en la condición de solistas—, así como por otras deficiencias de nuestro esbozo de industria musical.


Finalistas Región Central. Fotos: Web Sonando en Cuba

Semejante situación, verificable no ya en voces como las participantes en el concurso, sino en una gran cantidad de los actuales cantantes cubanos de diversos géneros y estilos, representa uno de los aspectos que más nos debería hacer pensar a todos los que, de un modo u otro, nos vinculamos en Cuba a la esfera musical. El problema no es tan solo responsabilidad del Instituto Cubano de la Música y sus dependencias, sino también de las escuelas de canto, de los sellos discográficos existentes en el país, de la radio y la televisión, y de los que desde la prensa escrita nos dedicamos al tema.

En gran medida por las carencias que se dan en la formación de quienes entre nosotros aspiran a ser cantantes un día, uno se percata de que estos concursantes que se presentan en Sonando en Cuba no tienen un amplio conocimiento de la historia de nuestra música. De ahí que dominen con alfileres las letras de no pocas piezas que son clásicos de la cancionística cubana, o que muchas veces imposten maneras de cantar que no guardan relación con nuestra rica tradición. Eso se aprende cuando se cuenta con maestros que enseñan el ABC de la materia y cuando se posee condiciones naturales, cosa que, por suerte, estos muchachos y muchachas en su mayoría tienen.
Lo acontecido con Sonando en Cuba trae al debate en torno a la esfera musical cubana, lo apropiado o inapropiado de mantener vigente el actual sistema de ingreso al sector. 

Asimismo, lo acontecido con Sonando en Cuba trae al debate en torno a la esfera musical cubana, lo apropiado o inapropiado de mantener vigente el actual sistema de ingreso al sector. Algunos de los concursantes que demostraron potencialidades artísticas a raudales para ser profesionales del gremio, es decir, poder figurar en la nómina de una empresa musical y, consecuentemente, tener la posibilidad de cobrar por su trabajo, habían sido rechazados en sus provincias de origen al audicionar en los centros correspondientes. En más de un caso de estos, los y las vocalistas ya han sido llamados a integrar las filas de prestigiosas agrupaciones en La Habana, con lo que no hay otro remedio que cuestionarse las negativas que tales figuras recibieron de parte de las instituciones del ramo en sus localidades de origen.

Igualmente, el resultado final del certamen lleva a reflexionar acerca de la urgencia de cambiar, o al menos readecuar, determinados mecanismos imperantes en el sector de la música en Cuba. Digamos, por ejemplo, lo relacionado con la organización de giras de conciertos a lo largo y ancho del territorio nacional, pues de acuerdo con las reglas vigentes, si ahora mismo a RTV Comercial o a cualquier otra institución se le ocurriese llevar a cabo algo así por todo el país con los participantes del certamen, no lo podría concretar dado que ello es cosa que únicamente le corresponde hacer al Instituto Cubano de la Música y sus dependencias, asunto que, en mi modesta opinión, tiene que ser reajustado a la realidad que vivimos en el presente.
En materia de arte y literatura, ninguna competencia es justa ciento por ciento, y tal afirmación cabe también para Sonando en Cuba.

Otra cuestión a la que deseo referirme es que, en materia de arte y literatura, ninguna competencia es justa ciento por ciento, y tal afirmación cabe también para Sonando en Cuba. La fórmula adoptada para la edición de 2016 le aportó más que la anterior al espectáculo, pero al igual que ocurrió el año pasado, tuvo sus matices de injusticia. Pienso que hay zonas de las tres en que se divide el país, que poseían un mayor nivel de calidad interpretativa entre los concursantes que las otras.

Por eso, cuando en las diferentes rondas uno de los competidores de cada área geográfica pasaba a la llamada zona caliente, se pudo ver que en ocasiones el “descarte” era mejor que algunos de los clasificados por otras regiones del país, donde el nivel competitivo fue más flojo. Asimismo, no me convence la prueba de los distintos formatos vocales (dúos, tríos cuartetos): si bien ello es otro medidor de las aptitudes y actitudes del intérprete, tampoco es muy justo que digamos, dadas las desigualdades entre los temas seleccionados para ser montados, y porque en tales formaciones se depende de lo que haga cada una de las partes y si una se equivoca, el trabajo se echa a perder sin nuestra propia responsabilidad.


Alcibiades, Ramón y Yosvani. Tres de los finalistas más cercanos al premio. Fotos: Web Sonando en Cuba

Por tales razones, yo preferiría un todos contra todos, con un sistema de puntuación en el que fueran eliminándose los que al final de cada vuelta tengan menor puntaje. Tampoco es justo que los propios entrenadores sean los que vayan sacando de la competencia a sus pupilos, porque de sobra se sabe que en la vida no se puede ser juez y parte a la vez, dado que en tales relaciones es inevitable que las subjetividades del evaluador o decisor entren también en juego de uno u otro modo. Igualmente, en la relación entre lo justo y lo correcto, la utilización del voto popular para “salvar” a un concursante de la llamada zona caliente, si bien introduce otro elemento en aras del espectáculo, también lleva a que en ocasiones el elegido no sea el de mayores condiciones vocales y el que mejor lo ha hecho entre los descartes, sino el que le ha caído al público en mayor simpatía por razones extraartísticas.

Pero repito, en materia de competencia (y eso es Sonando en Cuba), lo justo y lo correcto no coinciden necesariamente, y el concepto de espectáculo hay que preservarlo. Así pues, más allá de cualquier señalamiento puntual, en lo concerniente a lo estrictamente musical, esta segunda vuelta de Sonando en Cuba a las pantallas de nuestra televisión ha sido todo un éxito, porque no es solo un programa para distraernos, sino que contribuye al rescate y defensa de los valores más auténticos de nuestra música, lo cual le otorga inmenso valor agregado. En un contexto general de crecientes mediocridades por doquier y donde la felicidad cada día se asemeja más al horizonte, la iniciativa de RTV Comercial es una apuesta por valores que hoy están de capa caída.