Brasil, la Cultura y Bolsonaro

Ivan Solarich
25/10/2018
El autor de este texto no es, en puridad, ni periodista ni escritor de ficciones. Se trata de un actor, dramaturgo, director teatral y gestor cultural uruguayo que pasó buena parte de su infancia en Cuba, víctima de la dictadura reinante en su país por aquellos años. Hoy Iván es un actor que ha recorrido medio mundo defendiendo el teatro uruguayo y latinoamericano, un ser tan reconocido y talentoso como humilde, de cuya condición humana solo puede esperarse generosidad y amor. Por eso, cuando conocimos de su estancia en Brasil, decidimos ponerle en el aprieto de que nos escribiera esta crónica-artículo-testimonio que ahora sometemos a su consideración.   

 

Brasil

Por esas cosas del destino, justo esta semana de elecciones me encuentro en Brasil, precisamente en Santa María, ciudad fuertemente universitaria de Río Grande del sur. Me toca participar con No hay flores en Estambul del Festival Entrevero. Como casi siempre estoy entreverado y cómodo con mi “familia teatral”, ande por donde ande casi no existe diferencia: en este caso mucha juventud etaria y mental, inquieta, sensible, empujando desde la escena, haciendo teatro.

 Iván Solarich en No hay flores en Estambul, obra de su autoría cuyo estreno mundial tuvo lugar en
el Festival Internacional de Teatro de La Habana, 2017. Foto: Sonia Almaguer

 

Sin embargo, no hay mucha comodidad cuando camino la calle, entro a los comercios o circulo por sus plazas. Siento algo dividido, un país partido en dos. Como si hubiera una mitad consciente de que casi no puede creer lo que quizá ocurra el domingo y otra mitad anestesiada, cuasi feliz diría, que deambula imaginando que un domingo milagroso —justo el próximo 28—, un exmilitar paracaidista que ya paseó sus profundas concepciones ideológicas por nueve partidos, habrá devenido Messias —así se llama, además de Jair—, llegando a la presidencia para salvar sus vidas.

Testimonio 1. Termino de almorzar en un restaurante y le pregunto al mozo —buena actitud y rostro sincero—, por quién votará, y me afirma que por Bolsonaro. Le pregunto por qué. Me dice —haciendo un gesto evidente con su mano—, que por los robos y la corrupción del PT. Le pregunto por qué tendría que esperar algo de una persona que nunca aportó una ley estando 25 años en el Parlamento. Desde qué certeza supone que ahora va a transformar el país. Se encoge de hombros y me mira sonriente. Yo interpreto en su gesto… la llegada de un Mesías.

Testimonio 2. Mientras en una tienda mi compañera se prueba un conjunto, hablo con la chica vendedora. Muy joven, pelo recortado, estridente, muy tatuada, labios pintados fuertes, oscuros, rostro vivaz, agudo. Cuando menciono a Bolsonaro, pone rostro de no creer lo que está ocurriendo, de cómo la gente puede engañarse así con un fascista homófobo y autoritario. Y agrega: “amigos que están en Portugal ya me dijeron que, si gana, me hacen un lugar para que me vaya”.

La Cultura

Apenas llego, participo de una charla que Francisco Pellé, de Harem Teatro, de Teresina, nos brinda sobre la realidad del teatro en el Nordeste, y de su festival Festiluso. Inicia la charla con la lectura de un llamamiento a la reflexión, sobre la honda preocupación de los teatristas, agrupados en la Red de Festivales que reúne a más de 80 eventos de su tipo en Brasil. No me extraña.

Un par de días atrás, me había llegado —circula por todas las redes, Whatsapp, etc.—, una canción escrita y cantada por Caetano Veloso, que expresa de modo radical su rechazo a la candidatura de Bolsonaro. Tampoco me extraña.

Me vuelvo a preguntar una vez más: si a las mentes conservadoras del mundo no les llama la atención que los artistas, los seres humanos que desarrollan su sensibilidad a través del arte, siempre, siempre, expresen su sentir contra la injusticia, la intolerancia, la desvalidez del prójimo. ¿No le extraña a Bolsonaro y a sus votantes, que no exista un Caetano, un Chico Buarque, un Gilberto Gil, un Milton Nascimento, una Daniela Mercury, una Ivete Sangalo, que cante para su causa?

Bolsonaro

La derecha no me asusta, es parte de la trama humana. Expresa el pensamiento conservador y, a nivel político, busca la forma de favorecer determinados intereses. Hasta ahí todo bien. Es más, existe una derecha que es profundamente democrática y que, sin que llegue a coincidir con sus postulados, no me quita el sueño.

Pero este hombre es otra cosa. No es ni siquiera Mauricio Macri. No es tan siquiera un oligarca. Es algo bastante más peligroso. Reúne todos los insumos del fascismo: discurso elemental, incapacidad para debatir, gesto adusto, ceño fruncido, hasta se peina con la raya de Hitler —esto lo digo en sorna, para descomprimir—, y sintetiza todas las intolerancias posibles: detesta a los gays, lesbianas, mujeres, a los negros, odia al PT, a la izquierda toda, hace culto de las armas, la violencia, la tortura y admira a los militares y el golpe de Estado. Completito el hombre, ¿no?

¿Quién, sensato y racional, puede estar tranquilo si este es el futuro?

Ojalá el Nordeste brasileño —como bien lo expresó Francisco Pellé—, sea con sus votos la reserva espiritual que le diga NO a este irresponsable y fascista de Bolsonaro. Ese Nordeste que, con Lula y el PT, sacó a millones de personas de la pobreza más pobre. Y ya ni siquiera me importan en este momento los actos de corrupción ni los errores que tendrán que revisar las izquierdas de Brasil y no yo.

Solo deseo que el discurso de la “bestia parda” no resucite en mi continente para desgracia de su gente. Que al paracaidista de Bolsonaro —que eso era en el ejército—, se lo lleve el viento de la sensatez del hermano pueblo brasileño.