Burbujas y más burbujas

Dazra Novak
10/6/2019

Hace aproximadamente un año, reunidos en la Sala Villena de la Uneac, algunos escritores hablábamos de Internet en el Foro Literatura y Medios Digitales. Durante varios días nuestras charlas alegremente fueron yendo y viniendo desde las distintas experiencias con blogs y sitios webs, con emprendimientos personales e institucionales. Y digo alegremente porque si algo se percibía era la victoriosa sensación de haber roto, al menos un poco, la burbuja que nos mantenía alejados del mundo literario exterior. Ya saben, la burbuja-maldita-circunstancia-del-agua…, también, en la literatura.

Para los cubanos, la red de redes es todavía novedosa, aunque allende los mares
se vaya considerando ya un fenómeno con mayoría de edad. Foto: Internet

 

Es perfectamente normal que para nosotros esto de la red de redes sea todavía novedoso, aunque allende los mares se vaya considerando ya un fenómeno con mayoría de edad (la red pública ya casi entra en los tá), tomando en cuenta que el acceso a Internet no había sido, hasta hace muy poco, totalmente abierto. No hablo aquí de lo asequible, hablo de la apertura. Unos tres años atrás habíamos muy pocos escritores en Facebook, algunos se aventuraban con la escritura de un blog y solo el libro físico era considerado —todavía lo es hoy en gran medida— una verdadera publicación.

Recuerdo que aquel día se me acercó un autor, antes de entrar a la sala, y me dijo que tenía algunas inquietudes. Alguien le había publicado un libro en Internet, para ser más específicos, en Amazon, pero hasta la fecha no había recibido ningún dinero. Y él sabía, por otros amigos, que el libro se había vendido bastante caro. ¿Cómo decirle que había bien poco que hacer? ¿Que una vez entregado el libro solo Dios-Web sabe los derroteros que tomará? ¿Que no basta con estar colgado ahí afuera? ¿Que hacen falta algunos “algo más” para romper la burbuja de la venta de libros por Internet (y de paso la burbuja de la deshonestidad)?

Hacen falta: una cuenta para ingresar los dineros correctamente, una editorial y/o amigo sincero(s), un reporte anual de ventas, una campaña de promoción tan-pero-tan-insistente o tan-pero-tan-estratégica o tan-pero-tan-bien-pagada que le ponga el libro al lector en las mismísimas narices, entre otras peripecias de posicionamiento. Hace falta, sobre todo, aprender el manejo correcto de estas herramientas para que no nos aplaste el pesado carro de la desinformación, y pecar, además, de “analfatécnicos”.

Aquel día había entre nosotros un joven poeta argentino que nos miraba desde el público con cierto asombro. Supongo que le resultaba pintoresco ver a algunos de nosotros explayados en la pretendida democracia de la Web. Celebrando, entre otras cosas, el hecho de que las polémicas entre escritores (sí, a lo largo de la Historia muchos escritores también se han rajado la tira del pellejo de vez en vez) tardaban meses entre número y número de revista, o se quedaban en la guerrita de emails. Hoy puede decirse que también hemos roto esa burbuja gracias a que las ciberpolémicas son del aquí y ahora. La desolladura es a tiempo real.

Nuestra algarabía alcanzó tamaños decibeles que el joven poeta no aguantó más y pidió el micrófono. Alabó nuestro entusiasmo inicial enfatizando el “inicial”, con esa mirada contraída de quien ya vivió la juerga y ahora va por el jodido episodio de la resaca. Mencionó lo que ya dije, sin dar mucho teque, hace algunas semanas, la Web no es ni tan santa ni tan democrática como la pintan. También sirve para vigilarnos, y él lo sospechaba desde aquel día en que mencionó a Borges en una conversación donde ni siquiera estaba navegando Internet, solo tenía el móvil sobre la mesita de la sala. A las pocas horas, sospechosamente le salieron tanto a él como a los otros en su feed propuestas para que comprara libros de Borges. Lo cual es maravilloso, en este caso, solo por tratarse de Borges.

Y así le dije agarrando el micrófono en un rapto entre agradecido y coheteado, “de todos modos sería maravilloso si los cubanos no estuviéramos obligados a esta burbuja de bloqueo y pudiéramos comprar libros de Borges por Internet” (aunque ya podemos comprar otros, incluso en moneda nacional, en la Librería Virtual de Citmatel). Lo dije porque, más allá de este doctorado-por-vivir-la-vida-entera en esta doble condición de isla-burbuja, ya había visto el video de Eli Pariser “Cuidado con la burbuja de filtros en la red”, en un Ted Talk en 2011.

Como bien asegura el compañero Pariser hacer este tipo de Web a la medida de cada uno atenta, a la larga, contra la libre elección, contra “el acceso a esa información que podría desafiar nuestra visión del mundo”. Así de condicionada (manipulada) como está, solo nos saldrán los contenidos con los que más interactuemos, ya sea con un click o, incluso, puede que simplemente mencionándolos en alta voz. Y está claro que no siempre estaremos hablando de Borges.

Lamentablemente la ciberperreta hoy solo es escuchada por unos cuantos, los que están conectados a nuestro rizoma por intereses comunes o por zona geográfica. No, el mundo no se enterará de que los escritores de la isla se están fajando, solo unos cuantos asistiremos al alboroto, desde el silencio o echando más o menos leña al fuego de las discrepancias. Solo será una jaleo más entre vecinos de la misma burbuja, a menos, claro, que se pague debidamente para que la pelea se filtre hasta el más allá. Pero esa… bueno, ya esa es otra burbuja.