Bye Donald Trump, Welcome Joe Biden: el mundo expectante

Rafael de Águila
5/2/2021

Donald J. Trump ¡al fin! es expresidente. Al fin se fue a su paradisiaco resort de Mar-a-Lago en la floridana y muy lujosa Palm Beach. Que juegue mucho golf y deguste sus amadas Burger King regadas con Coca-Cola Light. Desde lo acontecido el pasado seis de enero todos vivimos esperando alguna nueva y mayor catástrofe. Por fortuna no ocurrió. Fueron cuatro años esperándola. Definitivamente… acaeció solo la procacidad, ¡otra más!, de no asistir a la toma de posesión del presidente electo y el rocambolesco episodio acaecido alrededor de la entrega del llamado “maletín nuclear”.

La despedida del presidente saliente: un discurso de tono hollywoodense, remake augurante y desnaturalizado que intentó parodiar al Douglas MacArthur que abandonó Bataan: volveré; la segunda parte de la parodia augurante, esta, la trumpiana, resultó algo más temible: …de cualquier manera. Seamos optimistas. Esperemos que no regrese… de manera alguna.

“Las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el presidente han resultado alentadoras y bien recibidas por todo el planeta”. Fotos: Internet
 

En gran parte esa responsabilidad corresponde ahora al presidente Joe R. Biden; Al Partido Demócrata, que goza de exigua paridad en el Senado —paridad que rompe la vicepresidenta Kamala Harris en su calidad de rectora de ese cuerpo— y mayoría en la Cámara de Representantes. Mas recordemos: Barack Obama disfrutó de mayoría en ambas Cámaras en sus dos primeros años de mandato… sopesemos qué se logró —en puridad— con ella. Para aprobar algunas leyes, en los casos que se requiera, se necesitará algo más que la llamada “minoría simple”, esto es el apoyo de al menos sesenta votos en el Senado, convengamos… consensos semejantes parecen algo difíciles. Corresponde al presidente —y a los demócratas— hacer valer esa mayoría que otorga, teóricamente, cierta comodidad para gobernar en un entramado que mixtura al Poder Ejecutivo y al Legislativo. Uno de los escollos lo tendrá, seguramente, en el Poder Judicial, especialmente en la Corte Suprema, de mayoría republicana, ello es insoslayable atendiendo a que en los pasados cuatro años Donald J. Trump designó la friolera de 234 jueces federales y tres magistrados a la Suprema Corte.

Joe R. Biden se enfrentará, no puede obviarse, a la situación doméstica —política, económica, financiera, social y de salud— más grave para los Estados Unidos desde la Gran Depresión de 1929, aliado ello al escenario de mayor complejidad off shore desde la II Guerra Mundial o la Guerra de Corea, escenario este último de complejidad indudablemente más heterogénea y aristas multiplicadas. Y ello en un momento en que todos los cálculos indican que el gigante del Norte acentúa declive frente al empuje —tremebundo— de una China que en pocos años —menos de los esperados— se prevé, vaticinios realistas mediante, que lo aventaje.

Lógicamente, la prioridad número uno del flamante presidente, en lo doméstico, será el control de una pandemia que ha colocado a ese país como el más afectado del planeta, con decenas de millones de norteamericanos que han sufrido o sufren de la enfermedad y la triste cifra de 400 000 fallecidos. Producir las vacunas necesarias con suficiente celeridad, lograr que esas vacunas lleguen con la mayor rapidez a todos, sin distinción, gestionar y contener ahora mismo el creciente número de enfermos y contagios serán tareas hercúleas, especialmente en un medio como el norteamericano en el cual no existe, ¡asombrosamente!, seguro universal de salud, y donde ni siquiera el presidente puede dictar, de manera obligatoria, sin la intervención y apoyo de gobernadores y alcaldes, el uso permanente y generalizado de mascarillas.

“Esperemos que no regrese… de manera alguna”.
 

Otras de las prioridades será enmendar los destrozos que la pandemia ha generado en la economía —si se compara con febrero del 2020 unos nueve millones de seres humanos se han sumado al ejército de desempleados—, economía que en la mencionada fecha era en extremo pujante y llamaba a todos los optimismos, dado a exhibir el ciclo más profundo y dilatado de crecimiento. Para enfrentar el declive se impulsa un programa de incentivo valorado en la astronómica cifra de 1,9 billones de USD. Desarmar el maderamen del trumpismo será otra de las prioridades: apenas horas después de asumir la presidencia Joe R. Biden firmó el vendaval de 17 órdenes ejecutivas —Barack Obama en las dos semanas subsiguientes a la toma de posesión estampó su firma en 9; Donald J. Trump en 8—. El andamiaje legal que corresponda podrá ser en gran parte desarticulado desde órdenes ejecutivas; el Congreso dará batalla desde sus fueros, en cambio el social, el ideológico, el imaginario ultraconservador, ese que ha permeado a la mitad de la sociedad norteamericana y llevado a la polarización más grave, belicosa, fanática y acentuada de la historia de esa nación probablemente desde la Guerra de Secesión, la lucha por los Derechos Civiles o la Guerra de Vietnam —polarización en la que se incluyen como manifestaciones indudables el ultranacionalismo demagógico, la manipulación grosera de la verdad, el racismo, la xenofobia, el rechazo a las minorías y la satanización de la migración— será —me temo— difícil de desarmar. No puede descartarse que, incluso, algunas de esas peligrosas y tristes vertientes se profundicen. [1]

En lo relativo al panorama internacional, el mundo no es hoy lo que era cuando Barack Obama entregó su mandato. Es hoy en extremo más complejo. Y la posición de los Estados Unidos, tras cuatro años del pantagruélico mandato anterior, se ha debilitado aún más ante enemigos, aliados y expectantes. Y pocos pueden ser catalogados precisamente de expectantes cuando de Estados Unidos se trata. Eso es un hecho. Cabe esperar que los aliados miren hacia el fin del cuatrienio que recién comienza con la natural desconfianza que asoma desde el peligro potencial de que el trumpismo, corporizado en la vieja figura o en algún epígono no menos desenfrenado, pueda regresar a ejercer matonismo y desgobierno desde el Salón Oval. Esa contingencia la tendrán en cuenta también los adversarios o aquellos con los que Estados Unidos mantiene algún litigio menor o mayor. Y es que cuatro años es poco. Y el peligro de retorno del matonismo es muy real. Todos mirarán hacia adelante, hacia el fin de estos nuevos cuatro años, con muy lógicas reservas.

“Desarmar el maderamen del trumpismo será otra de las prioridades”.
 

Donald J. Trump demostró —y de manera patente fue ratificado por los 74 millones de votantes del pasado noviembre— que un ser no precisamente estable puede llegar —y retornar— a la Casa Blanca. Por todo ello, indudablemente, el objetivo número uno en materia de política exterior será restablecer la credibilidad y el trabajo conjunto con aliados, especialmente en el marco de la UE y de la OTAN. Esperemos que también lo sea la voluntad de lograr el racional entendimiento —debe recordarse, no obstante, que la política resulta el arte de lo posible, arte que dicta no confiar jamás en que el arcaico olmo alcance a engendrar las muy deseadas frescas peras— o al menos el mesurado y razonable respeto en el pulso, que con toda probabilidad tendrá lugar con los diversos antagonistas que Estados Unidos hoy identifica —identificar antagonistas no mudará ante una muda de Gobierno: mutará la estrategia, la táctica o estrictamente el modus operandi en el enfrentamiento a esos antagonistas—, léase China y Rusia, en un nivel inmediato, cada uno desde sus especificidades —felizmente se conoció la propuesta del Presidente Joe R. Biden de reactivar con Rusia el llamado Acuerdo Start III y la aceptación y ratificación del mismo por parte del gobierno ruso, elemento este de vital importancia que todos debemos saludar—; Irán y Corea del Norte, en lo que puede ser identificado por la nueva administración norteamericana como un segundo nivel de contrincantes; sin olvidar los diferendos —agudizados hasta el hartazgo en los pasados cuatro años— que Estados Unidos mantiene en los casos de Venezuela, Cuba o Nicaragua.

Todo ello debe zanjarse en el marco del respeto —irrestricto— al derecho internacional y el multilateralismo, no desde la primacía soberbia y unilateral de un auto titulado Rey de la Galaxia. Ello llegará permeado del lastre que la fatídica saliente administración adosó a la situación en sus últimas semanas —periodo en el que si bien al presidente saliente se le conoce como lame duck (pato cojo) dada la usanza de respetar el mantenimiento de un perfil bajo en materia de toma de decisiones que no alteren el status quo, Donald J. Trump no respetó y elevó inusual y agresivamente el tono con un muy lesivo y negativo legado en materia de múltiples decisiones— lastre que, indudablemente, deberá sortearse en el tratamiento, curso y resolución, si se piensa en los diferendos relacionados con China, Cuba e Irán.

Por lo pronto el presidente ha nominado lo que muchos identifican como el gabinete más diverso de la historia de USA. En 1791, cuando George Washington conformó aquel primer gobierno, los nominados, todos, fueron hombres blancos. Ahora el 50% no lo son. Número récord el de féminas que ocuparán butacas en el gabinete, superando las nominaciones de los gobiernos de George Bush y William Clinton; Kamala Harris por demás resulta la primera mujer en ocupar la vicepresidencia. Tres latinos fungirán como Consejero de Seguridad Nacional, Salud y Educación, respectivamente. El nuevo Secretario de Estado, se dice, es un defensor del multilateralismo —al menos del multilateralismo a la usanza norteamericana”—, de cualquier manera, admitámoslo, menos mórbido que el unilateralismo trumpiano. Este multilateralismo “a la norteamericana” hace vaticinar que la actual administración se afanará en llegar a “consensos” con sus aliados —y con indecisos— en aras de lograr voz común contra aquellos que puede identificar como “refractarios”. Mucho —de seguro— escucharemos hablar del nuevo Secretario de Estado. Se sostiene un elenco de herencia obamiana; los críticos aducen que se trata de un staff  “moderado”; otros alegan ausencia de “frescura” y/o “novedad. Se tiene, sin duda, experiencia y diversidad, ello resulta innegable. Mas… esas características per se no resultan en modo alguno condición suficiente en aras de garantizar la no existencia de… “estropicios”. Llamémosles “diplomáticamente” así. Entre los nominados no existe una sola figura de lo que puede ser llamado “el ala izquierda” del Partido Demócrata: tras los vaticinios de que Bernie Sanders podría ser nominado a la Secretaría de Trabajo, finalmente no lo fue. Más allá de la fragmentación del Partido Republicano tras la irrupción/incursión/disrupción del trumpismo, el Partido Demócrata también se muestra escindido mostrando hoy un ala izquierda; una centrista y ortodoxa, y una tercera, claramente conservadora y muy cerca de aquellos republicanos que pueden ser tenidos por “menos republicanos”. Y los unos están bastante alejados de lo que piensan los otros.

Las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el presidente han resultado alentadoras y bien recibidas por todo el planeta: el regreso a la Organización Mundial de la Salud y al Acuerdo de París —se prevé una fuerte campaña de enfrentamiento al cambio climático y la convocatoria, incluso, a una Cumbre Mundial sobre el Clima en los primeros cien días de mandato—, así como el cese de la construcción del fantasioso, caro y ominoso muro fronterizo de Donald J. Trump en la frontera mexicana. De las medidas en aras de revertir el furibundo andamiaje anti migratorio del pasado gobierno, algo tímido” se ha hecho, puede calificársele así si se piensa en declaraciones anteriores a la toma de posesión, declaraciones de lo que entonces el presidente electo había anunciado haría —elemento ese ya usual en la política norteamericana—, por lo cual no se han hecho esperar las críticas.    

El mundo mira hoy cuanto acontece en Washington. Millones no abandonan dudas y recelos. Ello resulta en extremo lógico y comprensible. Peras… se aguardan —racionalmente—solo del peral. El olmo no las produce. Concedamos el necesario beneficio de la duda que se otorga a cada administración norteamericana a su arribo al poder. Los últimos cuatro años fueron potencialmente peligrosos, henchidos de anacolutos y en extremo alejados de toda predictibilidad. Con declarado regocijo, eso sí, dejamos ese periodo detrás. Esperemos que no regrese. Hoy, al menos, digámoslo así, ¡al menos! ha regresado a las orillas del Potomac la política convencional y predecible. La de siempre. Que sea predecible ya es bastante. Con lo predecible hemos lidiado ya antes. El mundo identifica la llegada de cada nueva administración en USA como una nueva oportunidad. No estamos esperanzados. No. Celebramos la salida de Donald J. Trump y estamos expectantes por la llegada de la nueva administración. Expectantes: una vez más. Todos deseamos que el planeta sea algo más racional y algo menos peligroso. El mundo y los propios Estados Unidos lo merecen. Todos lo merecemos.

Nota:
 
[1] Donald J. Trump no es la enfermedad. Es el síntoma. La enfermedad no es el individuo per se: es la sociedad. Esos 74 millones de votantes también son el síntoma. El ataque al Congreso lo fue. Las causas y condiciones que han motivado la enfermedad constituyen el peligro. Es la enfermedad la que debe ser tratada. El impeachment en curso podrá resultarle desfavorable o no, quizá alcance o no el Congreso a invalidar a Donald J. Trump para futuras encomiendas…, mas si síntomas, enfermedad y causas y condiciones no se tratan y suprimen, si no sana el cuerpo moral, ideológico, político y cultural de la nación, y ello no se logra precisamente desde meras votaciones,… regresará Donald J. Trump u otros aún más execrables. Y no se dude: esos otros lo harán peor. Mucho peor. Donald J. Trump fue solo el prólogo, el rocambolesco trailer de lo que puede llegar a ser un futuro film de… ¿terror?