Calentando los cueros (I)

Emir García Meralla
20/4/2017

Todo comienza y termina en la percusión. No importa si se trata de los tambores, el piano o el bajo; que a la larga han funcionado como percutientes en la historia de la música popular cubana durante todo el siglo XX; sin la percusión la música cubana no hubiera completado su ciclo de universalidad.

La percusión fue la base del ritmo más poderoso creado en los años sesenta: el Mozambique; y es la misma percusión la base fundamental de los cambios que comenzaran a ocurrir en los años setenta y que desembocaran en nuevos cambios en la estructura musical cubana del futuro.


Pello El Afrokán. Foto: Internet

Para mediados de los años setenta Pello y sus músicos, aunque ya no se bailaba Mozambique, se habían refugiado en el mundo del cabaret; lo que le garantizaba un trabajo estable solo interrumpido por su participación en las fiestas de carnaval o que alguna provincia reclamara su presencia. Tata Güines había disuelto su orquesta y regresaba a su trabajo en solitario o acompañando a la bailarina Mayra Varona; lo que acrecentaba su leyenda tanto dentro como fuera de Cuba.

Los Papines, por su parte, además de su trabajo en el cabaret Tropicana, comenzaban a acrecentar su leyenda internacional, dándole a la rumba y a los distintos géneros afines a ella una nueva dimensión. Lo que los convertiría, de hecho, en los genuinos representantes de esta música en el mundo.

Es cierto que importantes rumberos y percusionistas cubanos para aquel entonces se había establecido en distintas ciudades de Estados Unidos; fundamentalmente en New York y Los Ángeles; que sus nombres comenzaban a formar parte de la leyenda del jazz, los ritmos afrocaribeños en aquellas ciudades y determinadas zonas de la música norteamericana; pero por razones de absurda política se había roto el vínculo con sus raíces, con sus barrios —era imposible reproducir Cayo Hueso, Jesús María, Carraguao o Los Sitios, entre otros, faltaban los santos y la visita a la potencia en que se habían jurado—, en las calles y el ambiente musical de aquel país. Solo quedaba, además del recuerdo, la coincidencia en tiempo y espacio con aquellos cuatro ecobios que recorrían el mundo con sus tambores. Cuba con ellos siempre estaba cerca.

Para Mongo Santamaría, Francisco Aguabella, Carlos “Patato” Valdés, Puntilla, y otros nombres era importante no perder el vínculo con la tierra; pero también ellos eran la referencia de la percusión cubana para los músicos de aquel país. El ejemplo más notorio de esa influencia fue el hecho de que gracias a Mongo Santamaría,  Carlos Santana  pudo descifrar el Mozambique y grabar “María Caracoles”; o que en los primeros discos de quienes serán con el tiempo importantes pianistas de jazz aparezcan Patato Valdés o Puntilla.

Esos dos acontecimientos internos dejaron el espacio necesario para que entrara en escena una nueva agrupación de músicos, rumberos en lo fundamental, serán la referencia que tomaran algunos percusionistas caribeños —de Puerto Rico en particular. Se trata de Evaristo Aparicio y Los Papa Cuncún.

Evaristo Aparicio era reconocido como compositor y rumbero; lo mismo que el Pello, Mongo y otros rumberos había nacido y vivido gran parte de su vida en el barrio habanero de Jesús María, donde era asiduo lo mismo a un rumbón, que a un plante, que a un tambor de fundamento; se cuenta que su nombre está entre los fundadores de los tamboreros de Belén —formación rumbera no profesional que cada domingo visitaba los solares más importantes de la ciudad para rumbear hasta que las manos dolieran—. En 1972 Aparicio decide profesionalizar su cuarteto de rumberos y se hacen llamar Los Papa Cuncún y con ellos comienzan a sentarse las bases de los cambios que desde los márgenes de la sociedad llegaran a la rumba a partir de los años setenta.

El sonido de Los Papa era distinto al de Los Papines, mientras que los hermanos Abreú fomentaban una rumba muy cercana a espectáculo, Aparicio y sus músicos mantenían la impronta más conocida, aunque con un gran despliegue de tambores, había once tambores en escena y eran cuatro músicos. El primer gran éxito de aquella formación, “El bele bele de Caridad”, alcanzará notoriedad  internacional en la versión del grupo puertorriqueño Batacumbele, donde debutará profesionalmente Gyovani Hidalgo y que con el paso del tiempo se convertirá en una leyenda de la percusión afrocaribeña.

La banda de Aparicio tuvo una vida corta, para fines de esa década ya había desaparecido, pero su impronta en la percusión cubana comenzaba a hacerse sentir. Paralelo a ellos desde una charanga se seguía alimentado esa necesidad de siempre renovar e innovar que ha definido a la música cubana.

El siguiente paso dialéctico estará en la sección de percusión de la Ritmo Oriental. Había que bailar de todo con los tocadores de esa orquesta.