El año en curso ha constituido un reto a nivel global. La aparición y extensión de la pandemia, hoy conocida bajo el nombre de COVID-19, significó un vuelco a la vida tal y como se le conocía. Sus consecuencias han sido funestas para todas las esferas del desarrollo humano, que ha visto retrasado su paso ante una amenaza para la que aún no se encuentra cura. En tales circunstancias, resiliencia ha sido una palabra de primer orden y se han hallado vías alternativas para realizar desde las más sencillas tareas hasta aquellas de las que depende la economía de cada país.

No se ha dejado de hacer la compra, de trabajar, de asistir a hospitales o de comercializar, como tampoco de producir nuevo arte y difundir el ya existente. A nivel internacional galerías, talleres y museos han ajustado sus actividades para que los usuarios puedan acceder a ellos de forma virtual. Se han realizado proyectos artístico-culturales en todas partes del mundo con la finalidad de mitigar el desasosiego generado por el vigente estado de incertidumbre global, también en busca de recaudar fondos para apoyar a determinadas naciones y, claro está, seamos realistas, para que la maquinaria del mercado arte no atrofie del todo su funcionamiento. La viabilidad de estas propuestas ha estado sustentada sobre la base de las redes sociales y su consumo masivo y eficaz.

Distancias Conectadas (representación femenina).

El caso de Cuba es bien particular pues todavía no alcanzamos un aprovechamiento óptimo de todas las estructuras formadas en Internet. Las brechas digitales son notablemente amplias respecto al resto del mundo, como también entre la propia población hacia el interior de la Isla. Por lo tanto, el alcance de muchos de los proyectos nacionales concebidos en cada una de estas plataformas no siempre resulta contundente. Muchos de ellos terminan por disolverse sin que apenas se sepa de su existencia. Aun así, durante el período de más férreo aislamiento social pudieron constatarse varias iniciativas en aras de llamar la atención sobre el arte cubano y sus exponentes.

En medio de todas estas propuestas de carácter más bien autónomo se presentó la muestra colectiva Distancias Conectadas, de las más relevantes en cuanto a iniciativas individuales refiere, tanto por su amplia nómina como por su visibilidad. Fue organizada por el artista Sándor González Vilar desde los predios de la Galería Transeúntes (creada en el año 2000) y se propuso reflexionar sobre el tema de la enfermedad y la actitud del hombre ante la supervivencia. Las obras fueron exhibidas en el espacio virtual de las redes sociales, a partir de la página homónima de Facebook de Galería Transeúnte; así como de su perfil en Instagram (@galeriatranseunte).

Distancias Conectadas (representación masculina).

La muestra se dividió en dos presentaciones: una inauguración correspondió a los artistas hombres [1] (el 27 de junio) y otra a las féminas[2] (el 23 de agosto). Ambas estuvieron conformadas por las piezas, junto a breves cápsulas visuales en donde cada uno de los creadores manifestaba sus impresiones en torno al proyecto; además de las también pertinentes explicaciones del team curatorial, integrado por historiadora del arte Claudia González Machado y el propio Sándor González. Dichos fragmentos de video redundaban en la importancia de los medios masivos digitales para la expansión del arte.

¿Qué decir entonces sobre Distancias Conectadas? Pues la exposición incorporó alrededor de tres a cinco piezas de cada artista, trabajadas a partir de diferentes estilos. Esencialmente, estas apelaban a la bidimensionalidad y lo pictórico. Una norma básica del proyecto fue también la diversidad generacional. Las obras, además, se correspondían a diferentes años y no necesariamente fueron concebidas para el evento.

En su defecto, pudiera discreparse con la selección de piezas en algunos casos puntuales. La temática amplia vinculada al estado de alerta ante la enfermedad y sus consecuencias posibilitaba la inclusión de un buen número de variantes. Además, una exposición con estas características dispone de todo el archivo fotográfico del artista, pues no se precisa de la obra física en el espacio. En este sentido, algunas de las creaciones se sentían un tanto lejanas de la tesis alrededor de la cual se planteaba el proyecto. Obviamente, el proceso de elección de las obras que componen cualquier muestra es tan personal como la propuesta misma y sabemos inciden en él otros factores más allá del mero deseo del curador. Se hubiera agradecido, además, y amén de que Sándor abogara por las dos dimensiones —al tratarse de su primera iniciativa en el formato digital[3]—, la mixtura. Piezas de vocación escultórica o instalativa hubieran otorgado variedad a la exhibición, que se percibía marcadamente planimétrica, salvo las propuestas presentadas por Enrique Wong Díaz y Ernesto Rancaño, en cuyas imágenes se descubría cierta profundidad.

Justamente, el trabajo con las imágenes y su presentación pudiera considerarse el talón de Aquiles de Distancias Conectadas. La solución del archivo fotográfico presentado sobre planos de color, estrategia tal vez empleada como herramienta de homogeneización, otorgaba un aspecto naif al producto artístico, una categoría que aunque vaciada de contenido peyorativo, sí restó mucho al proyecto. Sustituía su “sabor” expositivo por la visualidad de una presentación (en diapositivas) de arte. Las imágenes sin marcos ni fondos, la elección de vistas angulares o el regalo de un detalle de la obra, hubieran sido vías posibles para devolver la calidez curatorial a lo exhibido. Téngase en cuenta que el valor de la museografía y de la pieza in situ siempre se hace sentir en este tipo de exhibiciones, sin importar qué tan bien pensadas estén. Por lo tanto, al trabajo directo con la imagen se debe sacar el mayor partido.

Sándor González Vilar, organizador de la exposición.

No obstante, semánticamente hablando, la conjunción de la gran mayoría de las piezas fue funcional. De los aspectos más interesantes de la muestra resultaron los micro-tópicos generados en torno al gran tema propuesto. El amor, el cuerpo, la Isla… fueron algunos de ellos. A mi juicio, el más constatable y repetido fue la construcción de paisajes visuales. Entendidos estos no ya en su calidad de territorio que pueden ser observados desde un determinado lugar,[4] intervenido o no por el hombre; por el contrario, comprendidos como constructo mental, eminentemente cultural, capaces de interpretar en términos estéticos las cualidades de un territorio, lugar o paraje. El paisaje sería un espacio ocupado por seres vivos, por recuerdos, por ideas y por emociones.[5]

Dentro de la muestra la única referencia directa al entorno de pandemia la realizó Juan Carlos Pérez Balseiro, quien trabajó nada menos que con la representación visual del virus. Ante el parecido morfológico de este a una criatura del mar, el artista construyó a su alrededor un paisaje marítimo. En su pieza las esporas del COVID-19 rozaban, a su vez, las aletas de los tiburones, otro de los grandes peligros, en este caso, de las aguas (“Mar minado”). El universo invisible, microscópico, fue captado a la manera de un zoom. Balseiro genera un espacio oscuro, incierto y siempre peligroso, aunque parezca en aparente calma (“Supuesto puerto”).

Frente a esta materialización del virus se presentó otro enfoque paisajístico volcado hacia lo citadino. Este camino lo transitaron las obras “Mi escudo” y “Mi bandera”de Sándor González. La inclusión de los símbolos patrios en su composición busca la alusión directa a la Patria, un concepto bastante subjetivo que el artista representa con la variante de mostrar espacios de la capital habanera. En estas dos obras —que son las que percibo más “auténticas” formalmente— los símbolos son el sustento central sobre el que reposa una gran estructura de remembranza arquitectónica, rodeada de mar y en la que a la vez se muestran icónicos espacios de la urbe. A él se une Luis Enrique Camejo, el paisajista por excelencia de la ciudad. En sus obras ocres y grises azuladas hay además de individuos medios de transporte típicos como almendrones o bicitaxis. Curatorialmente, la presentación de sus piezas iba de más a menos y culminaba en un segmento del malecón vacío con una bicicleta abandonada. Si bien este pudiera ser un segmento cualquiera de dicho espacio, adquiere otro matiz en esta muestra y se percibe tal y como quedaron muchas de nuestras calles luego del obligatorio aislamiento.

Las féminas, en cambio, apostaron por una mirada diferente a la ciudad. Marnia Briones optó por el espacio colorido, aglomerado y surreal. Su abigarramiento paisajístico bien pudiera traducirse como agobio emocional por una ciudad que parece oprimir y venirse encima de sus pobladores. Briones escudriña igualmente el interior de las viviendas como también lo hizo Nara Miranda, a partir de pinturas en las que coloca a su propio personaje como centro de interés. Nara refleja las actividades cotidianas en un paisaje al interior del hogar y su anatomía a veces sugiere escapar de las paredes que la contienen cual si el Abaporu de Tarsila do Amaral fuera condenado al confinamiento (“Nara en sueños”).

Los diferentes lenguajes expresivos también tradujeron estos espacios a otras formas. En este sentido Enrique Wong Díaz y Andy Rivero convirtieron el paisaje en líneas, planos de color y gestos. Tras ellas podemos intuir el cielo, las flores, el horizonte, ventanas o carreteras.

En oposición al mundo real y palpable se situaron aquellas obras que se volvían hacia el individuo y su esencia, siendo en muchos casos él mismo el propio paisaje. Jorge César Sáenz proponía con la representación bidimensional de sus figuras ensambladas en madera dialogar sobre la necesidad de la revisión y el autocuidado (“Autorestauración” y “Quiero mi espacio”). Mientras Isavel Gimeno generó una mirada también hacia el mundo interior pero sobre la base de la relación de pareja, de la compañía. Junto a ambos Hilda María Rodríguez Enríquez proponía el cuerpo femenino como paisaje mismo. El trabajo minimalista de la artista convierte las obvias siluetas de hembra en vertientes y frutas, en verdaderos paisajes naturales a la vez que íntimos.

En medio de ambos, el paisaje físico y el emocional o espiritual, se situaron los mundos imaginarios construidos por algunos de los creadores. Dicho segmento ostentaba las obras de Eduardo Abela. Al artista los exteriores frondosos con personajes vestidos a la usanza de otras épocas y de otros parajes le sirvieron para reflexionar sobre la situación actual de la Isla. Así, con humor e imaginación, se presentan su mujer completamente ataviada de limones a la manera de Giuseppe Arcimboldo (“Si la vida te da limones”) y aquella que muestra su mascarilla sanitaria bajo la otra de baile. Espacios construidos muy cercanos al onirismo también presentaron Alicia Leal, Silvia R. Rivero o Alicia de la Campa. Zaida del Río, por su parte, mostró un paisaje atípico como lo es ella misma, marcado por los sistemas de creencias (“Lázaro” y “Naturaleza Búdica”). En él resultaban fundamentales no solo los elementos identificadores de cada credo, sino también el color.

Un apunte necesario tiene que ver con los contrastes entre ambas ediciones de la muestra. Seccionar las poéticas femeninas y las masculinas sería recurrir a posturas binarias que constantemente se lucha por erradicar. No por ello debe omitirse plantear una cuestión probablemente azarosa, puesto que las piezas fueron realizadas con notables diferencias temporales el hecho de que en la exposición integrada por mujeres se detectan muchas más exploraciones en torno alinterior, lo íntimo, lo personal e incluso lo autorreferencial. La mirada femenina, además, explora al sujeto no solo como ente individual, sino también en compañía, ya sea de los vecinos, de su pareja o simplemente de una mascota. La psicóloga chilena Pilar Sordo refiere en sus conferencias la idea de la mujer como ente que retiene, mientras que el hombre se encuentra mucho más condicionado a soltar. El hombre iría hacia afuera, mientras que la mujer al interior, tal y como la fisonomía de ambos así también lo determina. Algo de ello puede hacerse sentir aquí.

En cualquier caso Distancias Conectadas funcionó como vía para canalizar las miles de interrogantes y emociones que azotan al mundo actual. El diálogo sobre un entorno en pandemia contribuyó a generar otros espacios, fruto de las poéticas de cada creador, de sus temores y emociones. Cada perspectiva, mirada o postura fue propicia, en efecto, para colocar el arte cubano en justo diálogo con el contexto que hoy nos ocupa y para comprender, de forma mucho más empática, el sentir colectivo.


Notas:
[1] Alexis Leyva Machado (Kcho), Andy Rivero, Eduardo Abela Torrás, Eduardo Roca (Choco), Enrique Wong Díaz, Ernesto Mateo Rancaño, Juan Carlos Pérez Balseiro, Jorge César Sáenz, Luis E. Camejo, Sándor González Vilar (Sil).
[2] Alicia de la Campa, Alicia Leal, Betzi Arias López, Diana Balboa, Flora Fong, Hilda María Rodríguez Enríquez, Inés Garrido Ramos, Isavel Gimeno, Lesbia Vent Dumois, Liang Domínguez, María Consuelo Mendoza, Marnia Briones, Nara Miranda, Silvia R. Rivero, Yari Delgado, Zaida del Río.
[3] Cfr. Saylín Hernández Torres: “Distancias Conectadas, nueva expo colectiva virtual de Galería Transeúntes”, en Agencia Cubana de Noticias, La Habana, 25 de junio de 2020, en https://www.acn.cu
[4] Definición de paisaje, Real Academia de la Lengua, en https://dle.rae.es
[5] Mónica Eurídice de la Cruz Enojos: “La producción artística contemporánea y el paisaje”, en www.fundacioncepa.com