Muchos son los retos que acuden al espíritu revolucionario en un momento en que la humanidad recibe el influjo programático de una comunicación que pugna por desacreditar las bases de transformación socialista y demonizar sus perspectivas. Lejos de ser mecanismos complejos de reproducción, se basan en normas básicas de manipulación del sentido. La profusión informativa que apoya esos patrones de juicio actúa, en consecuencia, como un referente de confirmación de aquello que pasa por verdad y a fuerza de repetición se impone como conocimiento de valor. Ciertos patrones de juicio se encargan de legitimarlo en el contexto de determinadas plataformas monopólicas de la información. Al conseguirlo, se usurpan dos objetivos esenciales de la revolución: la superación cultural de las masas y la integración del sujeto al desarrollo social. En esos mecanismos de suplantación se advierten pocos canales de diversidad, pocas aristas que abran nuevas brechas a los empoderados mecanismos de consumo. De ahí que asumir la estrategia de llamar a un cambio de época, como lo ha hecho este foro, no sea un simple compromiso desiderativo, sino una necesidad dada por causas concretas que amenazan seriamente a la humanidad.

“No hay amenaza que no pueda ser revertida y transformada, ni poder que sea incólume cuando el espíritu revolucionario conduce entre buenos carriles sus propósitos”. Foto: Tomada de Unsplash

Sin embargo, no hay amenaza que no pueda ser revertida y transformada, ni poder que sea incólume cuando el espíritu revolucionario conduce entre buenos carriles sus propósitos. Y no se trata, aclaro, de aspirar a transitar sin errores, porque el error es humano y es también parte del proceso, sino de superarlos a tiempo y convertirlos, en la marcha, en pasos superiores. Si el pensamiento dialéctico reconoce autocríticamente errores y virtudes, y los estudia y comprende en su justa interacción, la superación cultural y la integración del sujeto al desarrollo social serán irreversibles.

De entre las muchas urgencias que nos retan, me gustaría destacar la necesidad de coordinar, desde nosotros mismos, una plataforma editorial que aúne y promocione el pensamiento que aboga por el cambio de época, o sea, por no dar por perdido lo que otros, menos imprescindibles —parafraseando a Brecht—, abandonaron. La dispersión de contenidos fragmenta el poder de incidencia de la RED y hace más arduo el esfuerzo de sus intelectuales. Una experiencia local de comunicación efectiva y reconstitución de los sentidos de consumo, aun cuando sea menos aplicable en otros escenarios geográficos, tiene el valor del simbolismo entrañable y del ejemplo concreto, demostrativo de que el esfuerzo nos conduce a metas. Y añade además el valor de la poética transformadora.

La plataforma común y soberana sería una alternativa a la plataforma hegemónica de fabricación de consenso y demonización del socialismo y sus variables emancipadoras. Aunar sus contenidos, y sus diversidades, ante el profuso contexto de la dominación simbólica del capitalismo, es hoy urgencia, más que una posibilidad. Y esto no atañe únicamente a artículos, ensayos o polémicas públicas, sino además, y con mucha importancia, a promover las producciones artísticas, literarias y, en un nivel análogo, las manifestaciones de la cultura popular; acervo que llama a no ceder a tentaciones de olvidar la memoria de los pueblos. La cultura, en esencia, es la memoria de los pueblos, desde sus modos de trabajo y subsistencia hasta sus celebraciones masivas, de raigal tradición. Las experiencias de procesos triunfantes, como la revolución cubana o la bolivariana, lo demuestran, aun a contracorriente de tanta propaganda negra, tergiversaciones y bloqueos. El camino para conseguir el poder y el posterior y titánico esfuerzo que es necesario desplegar para conservarlo, en un contexto hostil de guerra sucia y agresiones, se alimenta de una acción cultural cuya expansión pueda abarcar a todos, desde la intelectualidad más intrincada hasta las expresiones más inmediatas de la población.

“La cultura, en esencia, es la memoria de los pueblos”.

De ahí que esa soñada plataforma editorial necesite de ámbitos diversos en la creación, desde el audiovisual hasta el poema, sobre todo si la inventiva creadora permite entrelazarlos. Y que sea ella, y no otra intencionadamente espuria, la que propicie el clima de debates internos, dialécticos, que nos permitan superar los golpes bajos y nos convoquen, en fin, a dar el salto en el llamado al cambio de época. Si hay un espíritu verdaderamente revolucionario de fondo —acudiendo al Che Guevara en su definición—, la unidad será un hecho y el movimiento podrá fortalecerse.

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