Ernesto Teuma es uno de los jóvenes intelectuales que dialoga con Víctor Fowler sobre el pensamiento de Fidel Castro en la serie Las cinco puntas de la estrella. La Jiribilla ofrece a sus lectores el intercambio sostenido con el también profesor de la Universidad de las Artes (ISA), a partir de su testimonio en la entrega documental.

¿Qué es para ti el azar histórico? ¿Cómo se construye?

Lezama comienza su “Preludio a las eras imaginarias” en un campo de batalla: “Con ojos irritados se contemplan la causalidad y lo incondicionado. Se contemplan irreconciliables y cierran filas en las dos riberas enemigas”. Y para sellar ese conflicto en una “región de concurrencia, de penetración”, el intercambio entre la “vivencia oblicua y el súbito” crea el potens, la posibilidad infinita. Terminado en septiembre de 1958, este ensayo continúa una línea de reflexión sobre el azar en la que Lezama no ha encontrado muchos adeptos en Cuba, pero que comparte raíces con otros pensadores muy distintos a él en apariencia.

“La lucha es una apuesta: la posibilidad de la victoria existe codo a codo con la de la derrota”.

No solemos asociar esta visión sobre el azar y la posibilidad a un nombre como Karl Marx. Sin embargo, su materialismo, heredero de la tradición de Epicuro, debía ser libertario y antiteleológico. Entre el potens y la praxis, entre la capacidad creadora y seminal de la poesía como expresión de una fuerza vital, humana, Lezama y Marx se dan la mano, y recogen ambos la misma consideración por lo aleatorio, lo asombroso y lo inesperado. Marx, desde su materialismo de la praxis, nos dice: “Los hombres hacen su historia, aunque no en las condiciones que ellos mismos eligen”.

De esta sentencia del viejo Marx se pueden derivar varias conclusiones importantes:

  1. La historia no es un destino, no está predefinida.
  2. Esa acción histórica es un hecho colectivo, siempre presente, pero no siempre consciente.
  3. Las condiciones de ese hecho colectivo se encuentran “determinadas”, y acá entiéndase determinación como delimitación, como el estar situados en un determinado lugar en la historia.
  4. Más allá de esa delimitación hay un margen de libertad tan amplio que puede ir incluso hacia el cambio de esas condiciones mismas.

Y acá entra el azar a jugar su juego: nada garantiza que esa acción colectiva y sus resultados “cuajen”, ni siquiera si son conscientes: nada garantiza un resultado. La lucha es una apuesta: la posibilidad de la victoria existe codo a codo con la de la derrota. Las revoluciones pueden no suceder o ser derrotadas.

Los escritores de ciencia ficción han elaborado todo un género de historias alternativas (las ucronías), lleno de historias contrafactuales que se hacen esas preguntas: ¿Cómo habrían sido las cosas si Martí no hubiera muerto? ¿Qué habría ocurrido si Fidel hubiese muerto durante el asalto al Cuartel Moncada?, ¿o en la oleada represiva posterior?, ¿o en la Sierra?

Es precisamente este carácter abierto, no definido, no garantizado, el que requiere de una toma de posición, de una apuesta, de asumir un riesgo. El azar histórico contempla también una postura activa: la situación tal y como existe podría cambiar en cualquier momento; lo que hoy es mañana puede no ser, y viceversa.

“Lo que aparece como hecho consumado, estable, sólido, puede disolverse”.

Hay quien dice que estas preguntas no tienen sentido alguno, pero sería entonces una historia muerta, pues en ese espacio abierto por el azar puede surgir aquello radicalmente nuevo, aquello creado por la potencia de la imaginación que actúa sobre la historia. Olvidar esa capacidad desdibuja los potenciales y las posibilidades de situaciones históricas que nos antecedieron y que pueden informar las posibilidades que cruzan y desaparecen hoy bajo nuestras narices, los posibles encuentros. El azar trata de la posibilidad de esos encuentros, no solo los fugaces, sino, y sobre todo, los duraderos, aquellos en los que una situación toma consistencia en ese encuentro de la convergencia de muchas trayectorias en un punto inesperado.

Lo que aparece como hecho consumado, estable, sólido, puede disolverse. Como reflexiona Althusser, quien nombra a este materialismo, materialismo del encuentro en un ensayo tardío: “Nada puede jamás garantizar que la realidad del hecho consumado sea la garantía de su eternidad: todo lo contrario, ningún hecho consumado (…) —y todo aquello que haya en él de necesidad y de razón no es más que encuentro provisional, pues todo encuentro es provisional incluso si dura— implica en absoluto la eternidad de las ‘leyes’ de ningún mundo ni de ningún Estado”.

¿La Revolución es en sí misma un azar histórico?

Solo hay que pensar en cuántas veces las revolucionarias y los revolucionarios cubanos fueron derrotados. Las derrotas siempre son pasto fértil para el análisis, y tras cada momento de derrota del movimiento fue necesario recomponer ese saber para continuar la lucha. En los análisis de las derrotas tal parece que todo estaba destinado a fallar desde el principio, y se procede como si se tratara de la autopsia de un cadáver o el diagnóstico de un enfermo terminal. Como fallaron, debemos suponer que estaban destinados a fallar, y más aún, que se trata siempre de un déficit del lado del sujeto colectivo el que produce este fracaso.

“Las derrotas siempre son pasto fértil para el análisis”.

Las victorias, por el contrario, tienen una naturaleza diferente. En primer lugar, ya lo decíamos, una revolución triunfante es siempre un hecho sorprendente, incluso para aquellos que la desean o la hacen. Solo unas semanas antes de febrero de 1917, el propio Lenin no presagiaba una revolución en Rusia en el corto plazo. En el propio 1958, quiénes, salvo un puñado de barbudos, podían decir que solo unos meses después entrarían triunfantes las tropas del Ejército Rebelde en La Habana. Y en segundo, las victorias, por el hecho mismo del asombro que provocan y por la vorágine en la que lanzan a sus abanderados, se resisten a ser pensadas. Lenin, en aquel capítulo final de El Estado y la revolución, anotaría: “Es más agradable y más provechoso vivir la ‘experiencia de la revolución’ que escribir acerca de ella”. En Cuba el Che también advertiría sobre esta dificultad: “Hemos hecho mucho, algún día tendremos también que pensar”. De hecho, el grueso de la labor del grupo de la revista Pensamiento crítico eran los trabajos preparatorios para pensar la propia Revolución, para “poner el pensamiento a la altura de la Revolución”.

¿Por qué debemos pensar la Revolución? ¿Qué relación tiene esto con el azar, o más bien, con la contingencia? Porque al pensarla, en los marcos de una historia caótica, abierta, contingente, múltiple, podemos cobrar conciencia de su fragilidad, de su existencia en este punto particular de la historia, no como un momento que se extiende y se hace eterno en virtud de un origen que se repite de forma automática, sino como la bailarina que mantiene un equilibrio insólito sobre el escenario, que requiere de toda su fuerza y concentración.

¿Cuál es el mérito de un revolucionario?

El mérito de un revolucionario se coloca entonces no solo en su “virtud”, en su trayectoria personal, sino en su relación con un tiempo histórico más amplio, que Fidel resume en su discurso de clausura del Primer Congreso del Partido:

Aparece ahora como si sobre la conducta de algunos de nosotros recayeran méritos especiales; pero no podemos olvidar ni por un instante que, más que hombres con grandes méritos, somos hombres a los que el azar y la historia nos han concedido excesivos privilegios. ¡Cuántos lucharon durante tanto tiempo, desde Carlos Manuel de Céspedes, Agramonte, Maceo, Martí, Mella! Tantos hombres que lucharon por ver un día al país libre, por ver cumplidos sus sueños, y factores históricos, terribles fuerzas adversas, hicieron imposible el que vieran un día coronados los esfuerzos, que vieran un día convertidos en realidades los sueños. Esos hombres no pudieron ver muchos de ellos la patria libre, esos hombres no pudieron ver un día unido todo el país, independiente, soberano, revolucionario, democrático, justo, victorioso. ¡No lo pudieron ver, a pesar de sus extraordinarios méritos personales! Y nosotros somos un puñado de hombres con unos pocos méritos y unos extraordinarios privilegios como herederos de los que hicieron la mayor parte de esta tarea. Somos, más que hombres de méritos, privilegiados herederos de lo que otros hicieron.

Retengamos esta idea: “El mérito como el privilegio del heredero”. Y es un heredero de un bien muy particular: sostener hacia un futuro incierto y azaroso una apuesta radical. Por lo tanto, su mérito está también en la capacidad de, en un momento de crisis, en un momento decisivo, sostener esa decisión frente a la incertidumbre. Pero “sostener”, como metáfora, puede llevar a error: no sostener como se sostiene un objeto, sino sostener como quien continúa un movimiento, una lucha, una trayectoria. A veces un salto de fe.

Es también la visión de una larga historia de lucha, de sedimentos presentes que deben ser reactivados y puestos en marcha, de memorias que se iluminan. Incluso en las épocas más oscuras los revolucionarios mantienen ese encargo: sostener el umbral para que el encuentro de esa causa con sus nuevos abanderados sea posible; propiciarlo y hacer suyo ese momento de oportunidad.

¿Cómo se forja la vanguardia de una nación?

Como la contingencia implica un tiempo que no es lineal y eterno, requiere de una capacidad de discernimiento en la historia de sus distintos momentos. Ese sentido del momento histórico es la primera noción de cualquier vanguardia, que sabe situarse en medio de la catástrofe del mundo con una idea clara del conjunto de la situación (y esta idea no necesita demostrarse o explicarse para existir en la conciencia como imagen). De manera que ese sentido del momento transmite una urgencia: lo que es debe dejar de ser para dar paso a otra cosa, algo debe cambiar; en efecto, se debe cambiar todo lo que necesita ser cambiado. Y de ahí pasar a la decisión, a la acción transformadora.

“Forjando el pueblo, forjándose con el pueblo, forjándose desde el pueblo: ahí está el proceso en el cual se construye una vanguardia”.

Este movimiento que se realiza en unos pocos hombres dispersos, en unos pocos grupos de hombres, vale muy poco si ese sentido del momento no se extiende entre la gente, si la urgencia no se transmite, si la decisión de pasar a la acción se queda en unos pocos. Una vanguardia no vale nada si no es capaz de ser una vanguardia político-pedagógica; si no es capaz de tener en mente su propia disolución a futuro, la diseminación de sus capacidades, la multiplicación de una potencia histórica que le permita burlar las contingencias de la historia a través del conocimiento y la organización. En el acto de masas que sucede a ese discurso del Primer Congreso, Fidel lo recalca: “Nos sentimos como gotas de agua en este mar de pueblo”.

Forjando el pueblo, forjándose con el pueblo, forjándose desde el pueblo: ahí está el proceso en el cual se construye una vanguardia.

Según tu testimonio: “Si moría cualquiera de los dirigentes de la Revolución, la Revolución podía incluso no suceder. El azar no actúa solo para que estén ahí, sino que puede actuar para que algo como la Revolución pueda no suceder”. En diálogo con nuestro contexto, ¿la dirección actual del país es también resultado del azar histórico?, ¿de no estar ellos, habría Revolución en Cuba?

Este otro fragmento de Fidel remite a un tiempo que él llama crítico, un momento de peligro, un estado de excepción —¿qué momento de la Revolución no lo es, en el sentido que Walter Benjamin le daba al “verdadero estado de excepción”?—, al que contrapone un tiempo de las instituciones, de consolidación, de estabilidad: ambos existen en tensión, pues las instituciones y el Estado buscan resultados previsibles, subordinados a su lógica racional e instrumental, pero el tiempo crítico produce siempre resultados inesperados.

En ese fragmento hablo de los 50, de los 60, un período de flujo, de saltos y cambios repentinos. Habría que preguntarse si hoy estamos en un tiempo histórico como ese, propicio a los giros abruptos. En cualquier caso, no deja de existir un elemento aleatorio que, como mínimo, puede suscitar el pensamiento. Así, la dirección actual del país podía haber sido otra, habría que historiar sus “posibles”, las trayectorias que no sucedieron y por qué. De manera que sí, también el azar ha tenido un lugar (con todas las calificaciones que hemos discutido).

“El tiempo crítico produce siempre resultados inesperados”.

Este momento histórico es muy distinto al de los 60, los 70 o los 90, incluso muy diferente al de hace dos años. Es una pregunta inquietante. Si la respuesta es que no existiría la Revolución de no existir la dirección actual de la Revolución, habríamos fracasado como proyecto histórico y cultural hegemónico, como poder social revolucionario, y no solo como poder estatal. No creo que sea así, pero si vamos a responderla afirmativamente (si la dirección actual del país desaparece la Revolución continuaría), nos llevaría a una autocrítica seria y a preguntas candentes sobre las capacidades políticas y de autonomía de las fuerzas de la Revolución para, en un momento decisivo, en medio de una crisis como la que imagina la pregunta (la desaparición de la alta dirección del Estado, el Partido y el Gobierno), pasar a la acción. Existe un ejemplo histórico reciente de este tipo de activación popular: la derrota del golpe contra Chávez en 2002. Incomunicado, separado de cualquier medio para actuar, de los cerros y los cuarteles, sin que nadie se lo pidiera, bajó el pueblo a restituir al Presidente. ¿Somos capaces de articular ese tipo de respuesta? ¿En qué escala?

Es decir, si la pregunta por la fidelidad se responde afirmativamente (la Revolución continúa), la pregunta se convierte en una pregunta por la autonomía (¿somos capaces de continuarla?).

¿Cuál es el papel de la juventud actual en ese acto de fe que es la emancipación?

Al llegar los últimos a toda esta historia, no como menos, sino como más herederos, los jóvenes tenemos varias ventajas. Una de ellas es, como diría Armando Hart, el “beneficio de inventario”; la capacidad de sintetizar y construir desde nuestra propia situación a partir de todo lo heredado; discriminar en ese legado aquello que nos impulsa, aquello que debemos revisar, aquello que nos lacera. Para este discernimiento operamos con otra ventaja, la duda radical que repite aquella pregunta guevarista: ¿Por qué lo que es durante la transición socialista necesariamente debe ser? Y con la duda, el fuego de la rebelión contra toda injusticia, opresión, explotación y dominación: dudar de todo menos de la justicia de nuestra causa.

Claro, no solo asumimos el pasado, sino que nos damos por entero a los que vendrán: no recibimos una causa hecha de una vez y para siempre, y tampoco es suficiente con que se parezca a nosotros. De hecho, si nos planteamos una causa demasiado pequeña o que se parezca tanto a nosotros que oculte la injusticia que nos falta por revelar, fallaremos. Es en el exceso que se encuentra nuestra razón. Sobrescribir, sobrepasar, romper el molde de “los jóvenes”.

Como Pascal, la fe y el azar no se excluyen. El propio acto de nombrar esa fe ya le da forma al futuro, lo hace aparecer, corta en lo desconocido un camino.

“Estamos obligados a cambiar el mundo a la medida de nuestros sueños colectivos”.

No soy un gran defensor de la política generacional, pero hay en ella una verdad: los jóvenes deben encontrar su lugar en el mundo, pero nadie que mire este mundo que vivimos con un buen par de ojos puede decir con sinceridad que quiere un lugar en él. Estamos obligados a cambiar el mundo a la medida de nuestros sueños colectivos.

¿Cómo reflexionar y asumir el pensamiento de Fidel en la actualidad?

Fidel espera ser descubierto. Puede sonar raro cuando se considera que estuvo ahí de pie, en la tribuna, hablando, hasta hace unos pocos años, y hablando durante largas, incontables horas. Pero desde el punto de vista de sus ideas, de su acción, de su historia, resulta todavía un desafío. El pensamiento de Fidel hoy no necesita estatuas (él estaba claro de eso) ni una industria que reduzca su pensamiento a un anecdotario para seguidores, ni tampoco necesita que se ponga en marcha una máquina de canonización que congele sus ideas en dos o tres frases definitivas.

“Fidel espera ser descubierto”.

El pensamiento de Fidel hoy necesita compañeros, camaradas, aquellos que lo compartan como el pan y lo lleven a la lucha. Necesita gente que sepa sembrarlo y hacerlo parir maravillas útiles. Creo que necesitamos reencontrarnos con todo el arsenal que lo convirtió en el punto de convergencia de los revolucionarios de Cuba, América Latina y el mundo: sus imágenes, su estructura de pensamiento, cómo la llevaba al discurso, su visión global, anticolonial y antimperialista, su constante movilización y recreación del pueblo como sujeto y su compromiso comunista, hasta el final de sus días, con la victoria.

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