Campanas

Laidi Fernández de Juan
2/9/2020

¿Alguna vez pensamos que estaríamos así?

¿Alguien avizoró lo que nos venía encima?

¿Se pudo calcular la cifra de muertes que ocasiona la actual pandemia?

¿Estaremos a tiempo para inmunizarnos con una vacuna?

Muchas interrogantes nos asaltan, y casi ninguna puede responderse. Obviamente, concentrarse en sobrevivir ocupa nuestro pensamiento. No obstante, resulta curiosa la forma que cada uno de nosotros adopta para agazaparse en su propio caparazón, según la escala de valores de cada quien.

“Más allá de diferencias políticas, de enemistades, de rencores y de intransigencias, nos une el imprescindible anhelo por sobrevivir juntos”. Fotos: Internet
 

No basta con mirarse el ombligo. Si antes nos preocupaba la humanidad en sentido abstracto, y sentíamos angustia por la desgracia de los demás, en estos momentos dicha pesadumbre adquiere forma concreta: Son nuestros amigos, nuestros hijos, nuestros colegas, y no simples cifras o nombres desconocidos los que se incorporan a listados pantagruélicos, de dimensiones incalculables, entre contagiados y fallecidos. Más allá de diferencias políticas, de enemistades, de rencores y de intransigencias, nos une el imprescindible anhelo por sobrevivir juntos.

Ya habrá tiempo para reanudar viejas polémicas. La pandemia pasará, igual a como ha sucedido con los anteriores azotes sufridos por la especie humana, pero el miedo, el horror de sufrir separaciones involuntarias, la incertidumbre de no saber cuándo volveremos a vernos, y el descubrimiento de cuán vulnerables somos, nos perseguirán por muchos años.

“¿Alguna vez pensamos que estaríamos así?”.
 

No me apunto al bando de esos superoptimistas que proclaman que dentro de poco volveremos a abrazarnos, a cantar unidos, y a decir ¡qué lindo es vivir! Admiro la certeza de ese grupo, pero francamente no la comparto. Quienes sobrevivamos (y ya el hecho de incluirnos entre los supervivientes muestra un mínimo consuelo), permaneceremos durante un tiempo incalculable en un estado anímico que oscila entre la incredulidad y el agradecimiento.

La gratitud hacia el personal de la salud será eterna.
 

Lo primero se explica porque siempre nos preguntaremos ¿cómo fue?, ¿qué pasó?, ¿de qué manera estuvimos tan desprotegidos?, ¿cuánto cambió nuestra forma de vivir y la de los demás?, ¿cuántas vidas se perdieron?, ¿cuántas pudieron salvarse?, ¿cómo evitar que se repita el actual descalabro mundial?, ¿cuánto habrá que reforzar las defensas sanitarias de cada país, de cada región, de cada espacio que solemos habitar?; y la gratitud, a su vez, expresa retribución hacia los actuantes en materia de salud, que se han dejado la piel en este maratón tan difícil, y han muerto muchos en el intento, y también reverencia a deidades del más allá. La mezcla de ciencia constituida y apoyo espiritual intangible se robustece, como es natural.

“El miedo, el horror de sufrir separaciones involuntarias, la incertidumbre de no saber cuándo volveremos a vernos, y el descubrimiento de cuán vulnerables somos, nos perseguirán por muchos años”.
 

Y volvemos a preguntarnos: ¿Francamente pudimos evitar la propagación de este nuevo virus?

¿Reconoceremos, de una vez por todas, el cuantioso daño que ocasionamos a la naturaleza?

¿Seremos capaces de recuperar estabilidad económica, y, a la vez, protegernos como especie animal?

¿Sucumbiremos a la ambición, o, por el contrario, aprenderemos que solo siendo solidarios es posible emerger?

Muchas preguntas quedarán sin respuestas mientras cada uno consigue continuar de este lado de la luna. Quizás lo que mejor aprenderemos, la lección más obvia sea que, efectivamente, como dijo el poeta inglés John Donne en su poema más conocido, y cuyo fragmento utilizó Hemingway como exergo en su novela Por quién doblan las campanas: “la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Septiembre, 2020.