Una de las enseñanzas que nos dejó la lectura de Max Jacob, a finales de los 80 del siglo pasado, fue que: “El poema es un objeto construido y no el escaparate de una joyería”. Y, no tengamos prurito al decirlo: en los días que corren hay mucha poesía que hace más esfuerzo en encandilar que en mostrar la profundidad merecida de las catedrales.

La poeta Caridad Atencio. Foto: Internet

Caridad Atencio (La Habana, 1963) lo sabe, lo precisa, lo enuncia. He aquí que en Historia de un abrazo (Letras Cubanas, 2019) vuelve al ruedo, y más que lidiar con las palabras, llega para pleitear en profundidad, como un golpe de manos sobre el dolor, la angustia, el esplendor, cuyos bordes pudieran ser origen, semilla, matria, nacimiento. Como dos voces que marchan unidas, una mística y contemplativa, otra real y lacerante, arman un discurso del cuerpo, de otros cuerpos, de una maternidad que a veces se torna circular, en otras dolorosa:

El espíritu
siempre está alentando
al cuerpo, y tú me entregas
la vigilia congelada. (pág. 124).

Difícil, sospecho, es hablar de lo que crece allá dentro. Adivinar el futuro que pronto puede ser pasaje. Sentir el trasvase de la sangre, el temblor de los genes, el grito que puede florecer o no. Ver el poema/realidad como aquel grano contenido en el interior del fruto/misterio y esperar la germinación y la gracia. La semilla como un símbolo:

Aunque
no hubiera
condiciones
para sembrarla,
mi padre
siempre estaba
guardando
una semilla (pág. 67).

Madre es como la tierra,
pisoteada, protege a la semilla (pág. 12).

Como dos voces que marchan unidas, una mística y contemplativa, otra real y lacerante, arman un discurso del cuerpo, de otros cuerpos, de una maternidad que a veces se torna circular, en otras dolorosa.

Aquí el espejo es representación de la realidad, de lo idéntico pero invertido. Un regreso a lo genésico. Es regresar a Corintios y reconocer que ahora vemos por espejo, cierta oscuridad, pero el poema nos puede permitir ver cara a cara, pues ahora conocemos, en parte pero, a no dudarlo, conoceremos cómo fuimos conocidos:

El sol rápido
indica
que la
vida
se nos va
por un espejo. (pág. 75).

Como si fueran tres estaciones o círculos que se amalgaman: Árbol que no quieren ver (I), Árbol que no quieren ver (II) y La vigilia congelada,[1] asistimos a un camino, a un parto, a un caudal de interrogantes que solo se van a contestar desde el más íntimo respiro o jadeo hasta la más exaltada admiración por un nacimiento.

Caridad Atencio lo sabe. El poema es un objeto construido y no el escaparate de una joyería. Historia de un abrazo es prueba de ello. Y lo dice despacio, con rabia, con valentía:

En la medida
que el alma
es posible
hay una llama
como una indignación.
Entre los dientes
la almendra
amarga
de la maternidad,
donde arañar
una superficie
es profanarla. (pág. 113).

Cierro estas páginas y comienzo, junto con su autora, a sentir el color demorado de las cosas.[2]


Notas:

[1]– Así se titulan las tres secciones que conforman el libro.

[2]– Verso del siguiente poema de Historia de un abrazo:

Tú / como una mano / crispada / sobre el cuello. / La boca como un bies. / Sombra de huesos tiernos / que tu obsesión quebró. / Siento / el color demorado / de las cosas, / el pie helado / de la bailarina / en la puntilla / con la que soy / colgada. / Solo paisajes / para aprender / el miedo. / La noche / a cuestas / de tu vida / en una noche. / Contemplarte / sin máscara / y pañuelo / acaso un lujo / por el que pago, / la lengua / un puñado / de sal, / la lengua, / un pedazo alto. / Solo pasajes / para aprender / el miedo / hasta / una vez / en que no vas / a regresar.

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