Carlitos León, “de amores por el cine, las guitarras y las músicas”

Norberto Codina
7/1/2020
Carlos León. Foto: Uneac
 

Al mediodía del miércoles 11 de diciembre del pasado año, durante las jornadas del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano —día y hora “atravesados” al decir de Carlitos con su habitual sentido del humor—, fue la presentación en el Centro Cultural Fresa y Chocolate de Trovar el cine, compilación de entrevistas de Carlos E. León (Ediciones Icaic, 2018). Una de la tarde, para ser más exactos. Pero comentamos en los preparativos de la actividad —etiqueta de la que también se burlaba—, que al fin y al cabo lo más importante era llevar a efecto el lanzamiento, pospuesto desde el 31 de agosto justo por sus avatares de salud. Se había planificado entonces para que cerrara las “lecturas de verano”, incluyendo una descarga con sus amigos trovadores, varios de ellos incluidos en el libro, pero la editorial, y en particular su directora Mercy Ruiz, decidieron con justicia que sin la presencia de Carlos no se debía efectuar, pues, ante todo, cada presentación es la fiesta del autor.

Y la vida les dio la razón, pues en eso se convirtió el evento pospuesto, en un nutrido encuentro de lectores, amigos, colegas, compañeros de toda la vida, incluyendo lo mismo a alumnos de su madre que a cofrades de la Nueva Trova, como Vicente, Virulo, Angelito Quintero o Manuel Argudín, que al final nos regalaron un breve pero emotivo recital. Una tarde para celebrar a alguien muy querido, con el noble pretexto de la entrega de un libro que deja, junto a sus documentales y su quehacer promocional, la impronta del hombre bueno y provocador, “ambamente”, que fue Carlos.

En los últimos años sobresalió como uno de los colaboradores más dedicados de La Gaceta de Cuba. En su más reciente número, que ha sufrido los percances de esta nueva crisis del papel, a pedido nuestro y a tenor de una sección de la revista titulada “Conversar sobre el otro”, entrevistó a su colega Daniel Diez Castrillo con motivo del centenario de Santiago Álvarez[1], y en las primeras líneas revela su admiración por el maestro del documental en América Latina, y reconoce la influencia de su “arte poética”. Por eso prefiero recordar a Carlos con sus propias palabras:

“Incluso aunque nuestros estilos sean diferentes, siempre he creído que los documentalistas cubanos somos, de algún modo, herederos de la obra de Santiago Álvarez. La confluencia transita por la cubanía, la búsqueda de la verdad y, sobre todo, la honestidad, eso que forma parte de lo que Santiago llamaba documentalurgia”.

Y en otra conversación que aún permanece inédita, igual pensada para publicar en La Gaceta, y que quedó pendiente de perfilar definitivamente con el editor y el entrevistado, titulada “Arturo Sotto y la suprema constancia”, marca en la introducción toda el aura de complicidad que fue constante en su oficio de entrevistador y documentalista, un sello que lo distinguió. El mensaje que acompañaba al adjunto así lo ratifica: “Norber, aquí te va la entrevista al ‘primo’. En este caso, como hay familiaridad suficiente, él se va a encargar de darte las fotos para la publicación, él estuvo de acuerdo, así que lo pueden hablar en esas conversas domingueras que a veces tienen. Abrazos, EHDO”. Firma que se traduce como “el hijo de Olimpia”, pues así siempre lo llamé, en memoria de su madre, mi recordada profesora de Geografía en el ahora muy remoto primero de secundaria.

En el primer párrafo hay palabras que son tópicos en su trayectoria profesional, como “confieso”, “sedujo”, “jugar”, “cazador cazado” y, sobre todo, “provocador”, pues lo era incluso en la conversación cotidiana con su familiar manera del humor. Y cito:

“Confieso que siempre me sedujo la idea de entrevistar a Arturo, entre otras cosas por el aquello de jugar un poco al “cazador cazado”, lo que en este caso sería al “entrevistador entrevistado”. La idea de tener detrás de la grabadora a un excelente entrevistador, además de sus probadas profesiones habituales, me sigue pareciendo muy interesante y provocador”.

Quiero terminar esta evocación del amigo con las mismas ideas con que esa tarde de diciembre finalicé la presentación de su libro, ahora con la pesadumbre que nos trae su fallecimiento y la premura de compartirlas cuando aún en los espacios digitales que le fueron tan cercanos resuena con tanto cariño su nombre, imágenes que alcanzan en estos momentos otra dimensión: Estas breves palabras, que intentan atrapar esa remembranza que nos regala toda conversación, pretenden ser consecuentes con las afinidades y la memoria, pues, como diría Marcel Proust —ese explorador del tiempo pasado—, el recuerdo es algo que encontramos “en las cuatro esquinas del mundo, en donde palpitan sin cesar sus alas gigantescas, como las de uno de esos ángeles que la Edad Media imaginaba”.

Foto: La Jiribilla
 

Carlos parafraseó a Noel cuando escribió sobre “las maravillosas coincidencias de amores por el cine, las guitarras y las músicas”. Si con ellas conjugamos además el tiempo y la amistad, tendremos las claves no solo de este libro, sino de todo lo que “el hijo de Olimpia” ha sido para nosotros, la Nueva Trova, el Icaic y la cultura cubana. Aunque tal vez ahora mismo a mi lado, con su habitual sorna, “cuestionador por naturaleza”, se burle de este final tan retórico, no importa la justicia que contengan esas palabras, y prefiera ser reconocido como el ángel luciferino antes mencionado.

Notas:
 
[1] Carlos E. León. “Daniel Diez Castrillo: Santiago Álvarez, saber mirar la realidad” (La Gaceta de Cuba, no. cuatro, julio-agosto de 2019). Pp. 21-23.