Cuentan que llegó al mundo un domingo en la noche, cuando arreciaba un aguacero, con truenos y relámpagos, cual presagio de su vida tormentosa, de grandes decisiones, golpes y tiros. Hace hoy exactamente 204 años que en la aristocrática casa, la número 4 del callejón de la Burruchaga, en Bayamo, había tremendo ajetreo, pues estaba a punto de nacer el hijo primogénito de Jesús María de Céspedes y Luque y Francisca de Borja del Castillo y Ramírez de Aguilar, dama de excelente educación, inteligencia y bondad.

“A las 11 de la noche aproximadamente, se escuchó el llanto del pequeño Carlos Manuel”.

Momento singular aquel: la lluvia que aumentaba; el sonido de los truenos; la comadrona Gertrudis Fornaris, más conocida como doña Tula, y el médico José María Izaguirre, de origen venezolano, empeñados en que todo saliera bien; el nerviosismo de los familiares. Por fin, a las 11 de la noche aproximadamente, se escuchó el llanto del pequeño Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Castillo.

La infancia del Padre de la Patria

Poco se habla de esa etapa de su vida. El historiador Aldo Daniel Naranjo asegura que su infancia fue característica de niño rico, con muchas comodidades, y juegos como ponerle la cola al burro. Le gustaban los ajiacos, las viandas y bañarse en el río, lo cual hizo con frecuencia cuando la familia se trasladó a la hacienda Santa Rosa, propiedad del abuelo materno Francisco del Castillo y Miranda, en el actual municipio granmense de Buey Arriba.

Había ocurrido un ataque de corsarios en la zona de Manzanillo y se especulaba sobre la posibilidad de otro y el avance hasta la Villa de San Salvador de Bayamo, por eso la familia de Céspedes estuvo algún tiempo en aquel sitio rural.

Casi nunca se menciona a su primera maestra Isabel Cisneros, quien lo recibió en la escuela a los cinco años de edad y seguramente caló muy hondo en él, pues además de enseñarle a leer, escribir y aspectos elementales del catolicismo, también le narraba leyendas de güijes y hadas del monte.

No encontramos referencias a una amistad desde la niñez con otros infantes que se convirtieron en grandes patriotas, como Francisco Vicente Aguilera y Perucho Figueredo, pero no es descabellado pensar en esa posibilidad, pues vivían muy cerca y tenían edades y costumbres sociales similares. La historia demostró luego que también poseían maneras parecidas de pensar y comportarse.

De ese período hay una anécdota que revela el profundo humanismo, valor y solidaridad del futuro Padre de la Patria, pues en una ocasión, cuando salió de las clases, vio cómo un niño más grande maltrataba a otro en el colegio, y le dijo: “Abusa conmigo, ven”. Minutos después, comenzó la pelea en la cual venció. Más tarde, citaron al padre a la escuela, y el director lo felicitó por la gallardía y sentido de la justicia del hijo, quien tuvo cuatro hermanos, y, pasados algunos años, empezó los estudios de bachillerato en La Habana, los cuales terminó un semestre antes de lo habitual, gracias a su inteligencia elevada, reconocida por los profesores.

La Demajagua y el 10 de Octubre

El 10 de octubre de 1868, en La Demajagua, cerca del mar y a unos 13 kilómetros de la ciudad de Manzanillo, Céspedes, el abogado, el ser humano de ideales independentistas, el patriota cabal, alcanzó una estatura sin límites cuando liberó a sus esclavos y convocó a todos los presentes a la lucha.

Día de gloria aquel, cientos de hombres aguardaban desde la tarde anterior. La joven Candelaria Acosta, más conocida como Cambula, ya había elaborado la bandera que presidiría el momento, para la cual no encontraron la tela adecuada y emplearon la única disponible, incluidos trozos de un vestido y un mosquitero.

“Su ejemplo permanece fuerte, cual brújula de dignidad”.

Aquella mañana de coraje y decisión, la muchacha de piel blanca y pelo rubio platinado entregó el estandarte al abanderado Emiliano Tamayo, quien tenía entre 20 y 22 años, y expresó: “Primero mueran antes que verla deshonrada”. Tremendas palabras de quien apenas tenía 17 años de edad.

Céspedes procedió a realizar el juramento a la bandera, a lo que todos respondieron: ¡Juramos! Entonces el Padre de la Patria agregó: “Por mi parte, juro que os acompañaré hasta el fin de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes patrios y el odio que todos debemos al gobierno español, venganza, pues, y confiemos en que el cielo protegerá nuestra causa”.

En ese momento también se dio a conocer el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, prueba de que el alzamiento y la voluntad de luchar tenían un profundo basamento en las ideas, con objetivos definidos más allá de lograr el triunfo.

Céspedes, siempre vivo

Su vida en lo adelante fue difícil, salpicada por contradicciones, tragos amargos y envidias hasta la muerte física el 27 de febrero de 1874, disparando su revólver contra los soldados enemigos en San Lorenzo, zona oriental. Sin embargo, tiene asegurada la inmortalidad, como parte de las esencias fundamentales de la nación.

“Su vida en lo adelante fue difícil, salpicada por contradicciones, tragos amargos y envidias”.

En la primera plaza, denominada de la Revolución, ubicada en el Centro Histórico Urbano de Bayamo, su figura esbelta y segura, en forma de estatua, parece observar con su serenidad de siempre. Su ejemplo permanece fuerte, cual brújula de dignidad.

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