Carlos Pérez Peña y su teatro visceral

Vivian Martínez Tabares
21/11/2017

Un acontecimiento teatral, pequeño y grande a la vez, se produjo el pasado jueves 9 de noviembre para la escena cubana, cuando en la Sala Manuel Galich de la Casa de las Américas tuvo su estreno el espectáculo Nadie me entierre ese muerto. Pequeño, por el minimalismo con que se concibió y creó por su dramaturgo y director, Carlos Pérez Peña, a partir de la cuentística de Onelio Jorge Cardoso, y grande, porque con solo dos actores, Carmen Fragoso y Denis Colina, dos sillas de madera, y una guitarra se erige ante nosotros un mundo pleno de sentido y sensorialidad, de cubanía y humanismo.
 


Foto: Abel Carmenate
 

Carlos, Carmen y Denis sostienen la reunión fecunda de la narrativa de una de las grandes voces de la literatura cubana y una selección musical signada por la más exigente calidad sonora, para crear una rotunda sesión de teatro, en la cual la palabra vuela elocuente, y construye una poética de la escena que nos transporta a una instancia imaginativa y nos permite visualizar cada pasaje, cada personaje y cada momento de tensión, hechos carne y drama tangible.

En Nadie me entierre ese muerto, que toma su nombre del cuento que cierra esa pequeña saga cubana en torno a la muerte, destaca el buen gusto que ha caracterizado desde siempre la labor del gran teatrista que es Carlos Pérez Peña, un actor y director que comenzó su quehacer, muy joven —tuve la suerte de disfrutar, en mi infancia, de algunas de sus interpretaciones para niños en la Sala Ciro Redondo, junto al Cuartel de Bomberos de la Calle Corrales—, y que ha dado siempre que hablar en las tablas por su brillante desempeño. Formado en el Teatro Universitario y en la Academia de Arte Dramático de La Habana, Carlos trabajó como intérprete y diseñador en el Teatro Nacional de Guiñol, junto a los Hermanos Camejo y a Pepe Carril; formó parte del Conjunto Dramático Nacional y luego del grupo La Rueda, fundado por el argentino Néstor Raimondi; fue parte del Teatro Musical de La Habana y de Los Doce, el fugaz pero emblemático colectivo experimental creado por Vicente Revuelta, y se sumó muy pronto a la aventura del Teatro Escambray, donde asumió importantes roles en obras como El juicio, de Gilda Hernández; La vitrina, de Albio Paz; Accidente, de Roberto Orihuela; Molinos de viento y La paloma negra, de Rafael González.

Del quehacer del Escambray, donde Carlos investigó y participó en la escritura de textos que luego representaba, incorporó el gusto por la música campesina como una parte fundamental de la escena. Intérprete de décimas jocosas y agudas en La vitrina, actor de amplio registro, se convirtió en un pilar imprescindible para el grupo. Más tarde, con un equipo de los más jóvenes, creó una joya de la escena fuera de los recintos teatrales, Voz en Martí, que, aunque se apoya básicamente en la palabra y el sonido, como una singular lectura de tabaquería —creada para ese entorno—, basada en la vida y en la obra del Apóstol, es mucho más, por la carga vibrante de emoción a la que le da vida la efectiva dramaturgia. Como es mucho más que una sesión de narración oral esta nueva puesta, minimalista pero teatralísima.

Carlos dijo hace unos años que le sería muy difícil imaginar qué hubiera sido de su vida y de su carrera fuera del Escambray, y que todo lo que es, lo debe a los 37 años vividos dentro de ese grupo. No obstante, en los casi dos lustros que lleva fuera de la agrupación tampoco ha dejado de crear. Otro momento cimero de su carrera, ya en la capital, es el unipersonal Como caña al viento, en el que hilvana con delicada fluidez hermosos textos y canciones en una hora de emoción, metáforas y sensibilidad inigualables.

Ese empeño imparable fue el que le hizo merecer en 2009 el Premio Nacional de Teatro, y ha tenido continuidad con su participación en montajes de Mefisto Teatro, y de diferentes colectivos teatrales al lado de actores de diversas generaciones. Por esa constancia siempre exigente, he querido abrir un paréntesis para reconocer su estirpe de artista virtuoso.

De aquellos memorables tiempos contando historias para los campesinos de las lomas, cuando Carlos y la actriz Carmen Fragoso, que también fue parte del Escambray, representaron Los cuentos de Onelio Jorge Cardoso, bajo la dirección de Elio Martín, han querido traer al presente esta joya de la escena que es Nadie me entierre ese muerto y que precisamente dedican a Elio.

Los relatos “El hambre”, “Francisca y la muerte”, “Leonela”, “In memoriam” y “Nadie me entierre ese muerto”, de quien se ha llamado nuestro cuentero mayor, tejen un entramado dramatúrgico que va de lo trágico a lo jocoso, de la tradición literaria a la ocurrencia salida de la sabiduría popular, marcados por la gracia y por una palabra erigida en imago, y nos transporta al ambiente íntimo de una casa campesina, a las calles de un pequeño pueblo, a un batey o a una guardarraya entre las cañas bajo el sol, o a la consulta médica en la que una puntillosa profesional conduce los últimos minutos de su paciente a recobrar la memoria perdida.

Carmen y Carlos se alían al músico y actor Denis Colina, heredero también de la tradición campesina del centro de la Isla, e insertan temas de la trova cubana y el cancionero latinoamericano, de Miguel Matamoros y Manuel Corona a Guillermo Portabales. Canciones, boleros y guajiras se engarzan con fluidez en las historias, como cuando escuchamos fragmentos de “El arroyo que murmura”, “Santa Cecilia” y “Cucurrucucú paloma”. Y si la muerte es la brújula temática, el amor por la pareja, por los placeres de la vida y por el trabajo, la amistad y la pasión humana también se adueñan de nuestros sentidos como referentes para engancharnos y hacernos sentir parte de las historias, como si fuéramos otros de sus personajes. Cincuenta minutos bastan para conquistarnos, sonreír, reír a carcajadas o conmovernos en humanísimas situaciones.

Carmen Fragoso sortea sus limitaciones visuales y concentra su proyección dentro de un espacio reducido. Con memoria prodigiosa y cuidada dicción, encuentra expresiones y tonos precisos en cada uno de los roles —a veces más de uno en un mismo cuento—, y Denis Colina, también versátil, aprovecha las máscaras faciales de su expresivo rostro, de marcados rasgos, para encarnar en fugaces pasajes los singulares personajes que hacen la contraparte a la mujer en estas historias cubanísimas.
 

espectáculo Nadie me entierre ese muerto
Foto: Abel Carmenate

Como rara avis que rescata una cuentística omnipresente en la escena para niños y de títeres de otrora, Nadie me entierre ese muerto abre un recorrido por los escenarios cubanos que auguro será largo y de franco crecimiento en los encuentros con el público. Ya es una ocasión de disfrutar de la buena literatura y de un excelente encuentro con el Teatro, ese que crece del encuentro visceral entre actores y espectadores.