Carnes desnudas evocan a Servando…

Dayma Crespo Zaporta
25/10/2018

Cuando existen grandes hombres, tras ellos aparecen discípulos que continúan su obra, y dan lugar a movimientos epigonales. No hace falta siquiera que hayan sido sus alumnos, pues cuando una obra tiene el poder de evocar, por muy libre que sea la estética personal, las influencias formales y conceptuales acaban permeándolo todo. Es un hecho que marca las prácticas artísticas contemporáneas, y justifica hasta cierto punto la existencia de fenómenos posmodernos como el pastiche cultural y la parodia, pues, en ocasiones, en lo ya acontecido aparece el resorte motivador de las nuevas musas.

Tal es el caso del joven artista de la plástica José Ernesto Pereira Gómez quien —con una sólida formación como diseñador editorial e ilustrador científico y muchos años de intensa labor en el mundo de las artes visuales—, resignifica la obra de artífices del patio, como Servando Cabrera y Rafael Zarza. El erotismo masculino se presenta en su producción artística como un leitmotiv y, en la búsqueda de verdades al interior de ese campo, se aventura constantemente a experimentar con el cuerpo de hombres anónimos, modelos que quizás ni existan, pero que inspiran la creación de lienzos plenos de verismo. Fragmentos corporales sin identidad danzan a la vez que nos regalan complejos escorzos que visibilizan la tensión del cuerpo durante la realización de una fuerza. Sin lugar a dudas, la utilización de torsos sin rostros es una idea heredada de Servando Cabrera, solo que este artista prescinde de las armónicas transparencias que caracterizaban la estética de aquel, al imprimirle una iconografía muy propia, marcada por ramificaciones y arabescos que completan el interior de los contornos de las figuras.

 El erotismo masculino se presenta en su producción artística como un leitmotiv
Foto: Cortesía del artista

 

Pereira Gómez trabaja con el desnudo masculino como una metáfora del autorreconocimiento de lo que somos, o sea, como pararse frente al espejo y ser capaz de obviar las apariencias, de apagar la hipocresía de la máscara social para mostrarnos con total transparencia ante nuestro yo íntimo, con nuestros defectos, virtudes y marcas imborrables sobre pieles corroídas por el tiempo y el dolor. Sus cuerpos no son puramente hermosos, ni sus desnudos bucólicamente idílicos como los Narcisos junto a la fuente, sino que constituyen torsos no contextualizados que, a través de lo grotesco de la representación y la violencia de los tonos, muestran la bestia que llevamos dentro, como una preocupación de carácter universal. Sin contar los agresivos contrastes de negros y rojos que ponen de relieve el influjo de las impactantes reses del artista de la gráfica cubana Rafael Zarza.

Queda claro que José Ernesto Pereira no descubre en sus obras “el agua tibia”, pero su manera de reinterpretar hechos artísticos ya existentes no solo es válida, sino que brinda además una actualización del tema propia de nuestros tiempos, donde la fiereza pulula y el toque de gracia servantiano se diluye entre las tentaciones de la carne y el amor por el dinero. La vorágine de la vida contemporánea cada vez nos aleja más de la calma, ¿cómo pedirles entonces a los artistas que solo nos transmitan paz en sus obras?