Hermano, consternado por el dolor de tu partida, necesito decir cuánto te extrañamos. Creo que nunca aceptaremos que los dioses también mueren; los creemos eternos, y prueba de ello es el placer de hacerte llegar, antes que a nadie, las notas que he escrito sobre tu obra, las cuales a menudo te emocionaron profundamente.

“El libro de Adalberto Álvarez en la música cubana cuenta con las inmortales páginas del son”. Foto: Ariel Cecilio Lemus/ Tomada de Granma

Recuerdo tu sorpresa al preguntarme si era poeta cuando escribí que atender tu quehacer como músico significa “mojarnos por el cantar de un son que Adalberto, desde hace 35 años nos entrega como lluvia para hacer crecer en nuestras cubanas almas las flores que embellecen el jardín de la patria”. No, mi hermano, para nada me considero poeta. Lo que tanto te impactó, sencillamente, fue el hecho de haber recogido el sentimiento de todo un pueblo agradecido por el esplendor de tu obra.

“Descansa en paz, hermano”.

Nos dejas con un sentimiento de orfandad que solo es posible superar con la certeza del amor por el son que inculcaste en nosotros. Quiero despedirme con una reflexión martiana que aprendí de mi padre cuando era pequeño. Si para el Apóstol todo hombre debe tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol, tú superaste con creces semejante reclamo. Cuando se hable de ti, será con la certeza de que nos referimos a un ser que los cubanos queremos como un padre. También sabes que el libro de Adalberto Álvarez en la música cubana cuenta con las inmortales páginas del Son, al que siempre te has entregado. Y si de sembrar se trata, los millones de semillas esparcidas por ti en el fértil terreno de la cubanidad germinan como poderosos árboles, cuyos frutos del talento, buen gusto y sabrosura criolla constituyen el mayor monumento a tu memoria.

Descansa en paz, hermano.

Te quiero mucho.

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