Cien años atrás: Isadora Duncan en La Habana

Leonardo Depestre Catony
29/12/2016

Para algunos fue una bailarina genial, para otros ha devenido un mito. Hoy, la realidad sobre su vida se entreteje a la leyenda y abundan las anécdotas que la toman de centro, a veces para bien y otras no tanto. Lo cierto es que Isadora Duncan trascendió el mundo de la danza, de su tiempo y de las costumbres, para insertarse en el mundo tan amplio como diverso de las que denominamos celebridades.

foto de la bailarina Isadora Duncan en La Habana
Isadora Duncan, la musa de la danza libre. Fotos: Internet

Isadora viajó mucho. Su espíritu y su cuerpo no conocieron de fronteras geográficas ni de limitaciones al pensamiento. Lo curioso es que hace cerca de un siglo, porque no podemos precisar fechas, Isadora se detuvo en La Habana. Del análisis de cuanto ella narra en su autobiografía Mi vida, llegamos a la conclusión de que arribó a La Habana durante el invierno, entre finales de 1916 y comienzos de 1917.

A diferencia de otros artistas, ella llegó por razones personales y no por dictámenes de contrato alguno. Por tanto, no hubo publicidad en torno a su estancia habanera, enmarcada dentro de la más estricta privacidad, pues era su intención recuperar parte de la estabilidad emocional, tras la muerte de sus dos hijos en un accidente ocurrido en abril de 1913.

Sin embargo, se relacionó con algunas personalidades de la sociedad cubana de entonces y visitó a Rosalía Abreu, una de las damas más distinguidas y ricas, que tenía como residencia una quinta en la barriada de Palatino, hoy municipio del Cerro. Isadora no menciona el nombre de Rosalía, pero el pasaje reproducido a continuación no deja dudas acerca de la identidad de la propietaria de tan curiosa mansión, conocida en toda la ciudad como La Quinta de los monos, debido a su pasión por los simios. Cuenta Isadora que:

Visitamos una casa que estaba habitada por una dama de las más rancias familias cubanas, que tenía la manía de los monos y los gorilas. El jardín de la casona estaba lleno de jaulas, donde guardaba a sus animales favoritos. Era esta casa uno de los sitios más curiosos para visitantes. La dueña dispensaba a estos la más pródiga hospitalidad. Los recibía con un mono sobre el hombro y con un gorila que llevaba de la mano.

Una noche de fiesta, después de su habitual paseo a orillas del mar, Isadora decidió entrar en uno de los cafés del entorno portuario habanero, donde halló a un pianista —desconocido y totalmente ebrio— que interpretó una pieza de Chopin con exquisita profesionalidad. Incapaz de resistirse ante el embrujo de aquella música, “me entró —escribe en su autobiografía— el deseo frenético de bailar para aquel extraño concurso. Me envolví en mi capa, di algunas instrucciones al pianista y bailé al ritmo de algunos de los Preludios hasta el amanecer, y cuando terminé me abrazaron”.

bailarina Isadora Duncan
Isadora bailando con uno de sus clásicos velos.

Fue entre 1926 y 1927 que Isadora preparó sus memorias, o sea, unos 10 años después de su visita, pero recordaba nítidamente los pormenores de sus días en la capital cubana, ocasión en que captó la belleza de los campos y del mar, aunque también la pobreza de los sectores marginales de la población y la proliferación de los vicios. Apuntaría: “Las tres semanas que pasamos en La Habana las invertimos en pasear a caballo por la costa y en contemplar sus pintorescos alrededores”.

El libro Mi vida, traducido a varios idiomas y leído con la amenidad de un best seller por la profusión de datos de interés que su autora incluyó, no fue su único texto; los artículos que dejó se compilaron y fueron publicados con el título El arte de la danza.

Nacida en California, Estados Unidos, en 1878, la Duncan —inquieta y autodidacta— se apartó de los estilos tradicionales de la danza para desarrollar un modo personal de apreciación y ejecución basado en la espontaneidad de los movimientos, ataviada con una túnica y descalzos los pies. Se afirma que su fascinación por el movimiento de las olas fue el punto de partida para desarrollar su estilo danzario.

Llevó su arte a Europa —Rusia incluida—, y estableció una escuela propia desde la cual promovió el ejercicio de la danza según sus patrones estéticos. Mujer dotada de personalidad e inteligencia singulares, ganó la amistad y simpatías de numerosas figuras de las artes en todo el mundo.

Murió en Niza, Francia, el 14 de septiembre de 1927, al enredarse su chal entre las ruedas del automóvil en que viajaba. La manera en que se cerró su ciclo vital fue tan inusual y poco convencional, como dramáticos lo fueron varios de los episodios de su existencia.

Que Isadora Duncan estuviera en La Habana de un siglo atrás no es un dato desconocido, aunque no deja de ser asunto de interés para nuestros lectores.

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