Cien imágenes en una palabra

Maikel José Rodríguez Calviño
1/10/2018

La historia del octavo arte insular se ha construido sobre la base del empirismo y la proverbial ausencia de una Academia dedicada a su enseñanza. La gran mayoría de los fotógrafos cubanos ha crecido de forma independiente, a base de prueba y error, ejerciendo una manifestación que aun en determinados sectores docentes e institucionales es vista con reticencia o, por múltiples motivos, no se le concede el espacio y la importancia que merece.

En este sentido, la organización e inauguración de una exposición antológica de fotografía cubana como La imagen sin límites, curada por el crítico y ensayista Rafael Acosta de Arriba en una sala transitoria del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), constituye un acontecimiento tan relevante como polémico. Relevante, por cuanto llama nuestra atención sobre los niveles de representatividad que la fotografía tiene en nuestros museos; polémica, porque muestras así, centradas en historiar una manifestación artística y seleccionar sus voces más relevantes al interior de la producción simbólica nacional, despiertan opiniones encontradas, aplausos y sinsabores, críticas y comentarios, lo cual, en última instancia, resulta útil y necesario, pues las curadurías, en sentido general, deben ser vistas como espacios vivos, perfectibles, dinámicos, que cuestionan y revelan con la misma fuerza con que se interrogan y evidencian a sí mismas.


Hasta el próximo 26 de noviembre, el Edificio de Arte Cubano del MNBA acogerá La imagen sin límites.
Fotos: Maité Fernández

 

Toda (buena) curaduría es polémica, y eso Rafael Acosta de Arriba lo sabe muy bien. La imagen infinita así lo demuestra. En mi opinión, la propuesta se fundamenta en una línea curatorial precisa y evidente: seleccionar los nombres más significativos de la fotografía cubana y, por extensión, las piezas más relevantes. Se trata, por consiguiente, de una muestra centrada en los fotógrafos y su trabajo, no en temáticas o períodos de la fotografía cubana. Según aclara el propio Acosta de Arriba en las palabras para el catálogo, “no se trata de tejer una historia de Cuba desde las imágenes”(lo cual le hubiese concedido un mayor peso a lo iconográfico y precisado de un espacio expositivo mucho más grande), “sino de marcar hitos, tendencias, rupturas y continuidades en la evolución de la fotografía insular y, en ese propósito, los artistas más representativos son esenciales.”[1]


“Nicolás Guillén” (1976), de Osvaldo Salas

 

Historiar el desarrollo de una manifestación artística a partir de sus principales exponentes obliga  a retomar, aun en contra de la voluntad del curador, nombres e imágenes ampliamente publicitadas, pero que juegan un papel fundamental o marcaron un punto de giro en el desarrollo de la manifestación. Por consiguiente, es posible que esa o aquella pieza nos resulte demasiado conocida, o que otras las veamos por primera vez. Estas constituyen algunas de las prerrogativas de sistematizar el conocimiento. Si todos domináramos al dedillo la historia de la fotografía cubana, no necesitaríamos propuestas como La imagen sin límites

El curador-historiador también se enfrenta a las temidas omisiones y a la inserción de jóvenes exponentes. "¿Por qué seleccionó a determinados artistas y a otros no?", nos preguntamos al ver la muestra. "¿Por qué priorizó unas instantáneas y obvió otras?". El reclamo gana intensidad cuando la propuesta curatorial confronta nuestras propias opiniones sobre los artífices que deben o no aparecer en la exposición, sin considerar que toda (buena) muestra retrospectiva no es más que un ejercicio de selección legitimador, una manera de historiar centrada en la ética, la responsabilidad y la investigación, pero una manera al fin y al cabo, más o menos perfectible que otras. Eso sí: es preferible contar con una historia imperfecta que carecer por completo de ella.

Con respeto a la inserción de voces nuevas, toda curaduría encargada de sistematizar determinada manifestación al interior de la producción simbólica nacional debe contemplar el presente y abrirse al máximo de posibilidades futuras. Entre los tantos jóvenes fotógrafos que actualmente encontramos en nuestro país, Rafael seleccionó algunos de los que, hasta el momento, han desarrollado una poética sólida y renovadora. Destacan Yanahara Mauri, con un discurso de género cáustico y agresivo; Jorge Otero, con sus acercamientos a la mujer como objeto de deseo y al guajiro cubano desde una perspectiva identitaria; y Rodney Batista, con el tratamiento de la muerte.

Dichas inclusiones constituyen un riesgo y pueden convertirse en un arma de doble filo, pues estos artistas, hoy interesantes, puede que no ocupen un lugar protagónico en la reescritura de la historia fotográfica cubana que llevemos a cabo dentro de cincuenta o cien años. Pero todo curador debe correr ese riesgo y, con ojo crítico, presentarnos a artistas y poéticas sugerentes, con una evidente calidad estética, que se gestan en el presente y muestran una clara proyección futura. Además, el propio ejercicio de selección y el espacio expositivo constituyen agentes legitimadores para los jóvenes artistas, lo cual afecta directamente el proceso de historiar, propio de la muestra. Claro está que dichas inclusiones parten del interés o las conclusiones investigativas del curador, quien debe justificarlas y explicarlas mediante la indagación y el análisis, herramientas sine qua non de cualquier curaduría.


“Objeto escultórico con imágenes”, de la serie Todos mis vecinos quieren ir al cielo (2017),
de Ernesto Javier Fernández Zalacain

 

Estas son algunas de las cartas con las que Rafael Acosta de Arriba jugó la partida de La imagen sin límites: arduo ejercicio de selección, fundamentado en una extensa investigación explícita en el resultado final. ¿Exposición definitiva? No lo creo. Dudo mucho que un intelectual como Acosta de Arriba considere definitiva una muestra que, a pesar de sus altísimos niveles de elaboración, solo nos muestra una parte de la producción artística nacional o del devenir fotográfico insular. Pienso que La imagen sin límites es el segundo paso de un proceso curatorial mucho mayor y más abarcador que el propio Rafael inició con su excelente libro La seducción de la mirada. Fotografía del cuerpo en Cuba (1840-2013), y que irá incrementando con nuevas pesquisas. A fin de cuentas, tal y como solía aclarar la mítica Doctora Novoa, las investigaciones no se terminan, sino que se abandonan; máxima igualmente aplicable a los ejercicios curatoriales. 

No obstante, La imagen sin límites presenta algunos inconvenientes que, si bien escapan a la voluntad del curador, limitan su capacidad de impacto. En primer lugar, la muestra fue desplegada en un reducido espacio, lo cual provoca un hacinamiento visual que demerita la puesta en escena. En segundo, se siguió un orden cronológico estricto, sin tomar en cuenta los núcleos temporales y temáticos presentes en el catálogo, ideales para articular en torno a ellos la disposición museográfica. Asimismo, la mayoría de las imágenes se corresponde con copias de fotografías. Ello concede uniformidad visual a la exposición, pues las piezas fueron adaptadas a un formato estándar, al tiempo que contribuye a proteger documentos históricos de altísimo valor, difíciles de reproducir o cuyos negativos han desaparecido. Sin embargo, esta estrategia impide el disfrute del grano original presente en las impresiones de plata sobre gelatina o el trabajo con collages, fotomontajes y demás estrategias discursivas empleadas en las propuestas más contemporáneas. Por solo citar un ejemplo, y debido a su concepción técnica, las obras “Mi cuerpo” y “El ciervo herido”, de Eduardo Hernández Santos, solo pueden ser disfrutadas a cabalidad de manera directa y no mediante una copia. Algo similar ocurre con varias de las imágenes que remiten a fotografías analógicas, cuya calidad visual disminuye considerablemente al ser mostradas mediante una reproducción digital.      


“La sombra dilatada” (2018), instalación de José Manuel Fors

 

La imagen sin límites no es una muestra absoluta, pero sí altamente plausible y de visita obligatoria para amantes y especialistas de la fotografía. El hecho de emplazarla en Bellas Artes constituye un gesto valiente y legitimador que demuestra el interés del Museo por cederle mayor espacio a una manifestación poco representada en sus exhibiciones permanentes. Por otro lado, nos pone en contacto con parte del trabajo investigativo desarrollado por uno de los intelectuales más significativos del panorama cultural nacional más inmediato, y abre un horizonte de incógnitas curatoriales que habrán de contribuir sustancialmente a la sistematización de la historia fotográfica insular.    

Reza un antiguo proverbio chino que una imagen puede expresar diez mil palabras. Con La imagen sin límites Rafael Acosta de Arriba condensa cien instantáneas en una sola: fotografía, a la que suma el adjetivo de cubana, lo cual, de por sí, constituye un estamento identitario de capital importancia. Veamos la exposición y veámonos en ella. Todo pueblo verdaderamente culto se reconoce en sus representaciones.


  
     
Notas:

[1] Rafael Acosta de Arriba: “Fotografía e historia en Cuba, la isla en imágenes”, en La imagen sin límites. Exposición antológica de fotografía cubana (catálogo de la exposición), Collage Ediciones, La Habana, p. 26.