Cine japonés en cartelera: siempre nuevo y asombroso

Joel del Río
16/8/2018

Los cinéfilos cubanos apenas conocen, más allá de un grupo de iniciados, los tesoros del cine japonés de las últimas cuatro o cinco décadas, porque si bien en los años 60 y 70 las salas oscuras cubanas (entonces numerosísimas) exhibían con frecuencia los nuevos filmes de arte (dirigidos por Akira Kurosawa u otros) e incluso los comerciales (filmes de samuráis o de judo abundaban en las programaciones), la década de los años 80, y las siguientes, nos apartaron mayormente del cine japonés. Solo ocurría alguna presencia ocasional en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.


La pricesa Mononoke, uno de los filmes japoneses más taquilleros de todos los tiempos.
Foto: Internet
 

Tales distancias se intentan subsanar ahora con sendos ciclos programados para el mes de agosto en la Cinemateca de Cuba. El primero está consagrado a “La magia de la animación Ghibli”, homenaje al célebre estudio fundado en 1985, donde construyeron sus clásicos Hayao Miyazaki e Isao Takahata; mientras que el segundo ciclo, “Miradas: Cine nipón actual”, se exhibirá en el cine Riviera durante la tercera y cuarta semanas de agosto, y propone un amplio espectro de propuestas realizadas por cineastas pertenecientes a la nueva ola de los años 90, creadores que proceden, por lo regular, de la televisión, la fotografía, el video musical o las escuelas de cine.

La mayor parte del cine japonés, cuyo número de filmes estrenados al año oscila entre 280 y 420, se realiza con presupuestos muy ajustados, y desde pequeñas compañías independientes en busca del éxito rápido, puesto que la estructura de apoyo estatal a la actividad cinematográfica carece de la densidad y el poder que posee en países europeos como Francia, Alemania u otros. Abundan las adaptaciones de originales procedentes de otros medios, sobre todo el manga (historietas o cómics), la literatura de best sellers y las series de televisión.

Debe notarse que los filmes más populares suelen estar producidos por alguno de los cinco principales canales de televisión. Tokyo Broadcasting System, Fuji Televisión Network y Nippon Television Network se cuentan entre los principales productores, que controlan los medios de comunicación y empresas de publicidad más importantes. De esta manera, acercándose a una modalidad tan popular como el manga, o en alianza con la televisión, y a partir de complicados reciclajes genéricos, los realizadores japoneses buscan, y alcanzan, el éxito, y así, aproximadamente el 40 por ciento de los dividendos en el mercado nacional de exhibición corresponden a los filmes nacionales, principalmente los distribuidos por Toho, Shochiku y Toei, las tres más poderosas.

Precisamente en la lista de los 20 filmes más taquilleros del año, que en Japón incluye siempre entre cinco o diez títulos nacionales, figuran regularmente los anime, sinónimo de una manufactura poderosa, y de una manera de entender la animación que se cuenta entre lo más novedoso y popular de la industria cultural japonesa. Tanto La princesa Mononoke (1997) como El viaje de Chihiro (2001) se encuentran entre los filmes nacionales más taquilleros de todos los tiempos, y ambos figuran en esta antología mínima de 20 títulos que exhibe la Cinemateca en agosto sobre “La magia de la animación Ghibli”.

Reconocido como uno de los mejores del mundo en el campo de la animación, el estudio Ghibli fue dirigido durante muchos años por el reverenciado Hayao Miyazaki, junto con su amigo y mentor Isao Takahata (La tumba de las luciérnagas, El pequeño príncipe del sol), ambos muy reconocidos por su artístico empleo del color y el extremado detallismo de sus fondos y escenarios hiperrealistas. Emotivamente desoladora, La tumba de las luciérnagas (1988) trata sobre dos hermanos que intentan sobrevivir en el Japón desolado de la segunda postguerra, y por tanto presenta la palpitación artística de un anime vinculado al realismo de tema antibélico.

De Miyazaki se reprograman clásicos indiscutibles, desde Nausicaa, guerreros del viento (1984) hasta El viaje de Chihiro (2001), catalogada entre los mejores filmes de animación de todos los tiempos, Premio máximo en el Festival de Berlín y Óscar al mejor filme animado del año, pasando por la imprescindible La princesa Mononoke (1997), todas ellas relacionadas, directa o indirectamente, con temas como la contaminación ambiental, el cuidado de la naturaleza, el consumismo y la pérdida de los valores tradicionales. El viaje de Chihiro representa alegóricamente el paso de la adolescencia a la adultez a través de la historia de una niña que se adentra, inexplicablemente, en un mundo de fantasmas, brujos y antiguos dioses y debe cumplir una serie de hazañas para salvar a sus padres hechizados y convertidos en cerdos.

Por otra parte, en un sentido más contemporáneo, el ciclo del cine Riviera propone dos impactantes thrillers de venganza como Confessions (2010) y El mundo de Kanako (2014), ambos dirigidos por el prestigioso Tetsuya Nakashima. El primero de ellos fue ganador de los premios que entrega la academia de cine japonesa a la Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion y Mejor Editor. Se trata de un singular thriller sobre una profesora de instituto que deja la docencia luego de confesar que su hija Manami fue asesinada por dos alumnos de su clase. Ella admite haber inyectado sangre de su marido muerto por VIH en los cartones de leche que los asesinos de su hija acaban de beber. El resto de la película describe las consecuencias de este evento en una serie de narraciones en primera persona. La violenta y perturbadora El mundo de Kanako se concentra en un desafortunado y brutal expolicía que investiga por su cuenta el asesinato de su hija.

Uno de los realizadores más populares y versátiles de Japón es Yoji Yamada, quien debutó en los años 60, y desde entonces ha dirigido regularmente dos largometrajes al año. Muchos de sus filmes lo convirtieron en maestro del estilo ofune, una mezcla de comedia ligera con ciertos toques trágicos, como ocurre en Maravillosa familia de Tokío (2013). No obstante, Yamada también ha cultivado otros géneros, como el cine de samuráis, que expresan la nostalgia tan japonesa por los valores tradicionales, y realizado filmes históricos como Nagasaki (2015), que indaga en las secuelas sicológicas y culturales de la guerra y las espantosas explosiones atómicas.

Además de los dos filmes de Nakashima, y los otros dos firmados por Yamada, el ciclo del Riviera incluye Nuestra hermana pequeña (2015), otra joya del maestro del cine japonés sobre familias desestructuradas que es Hirokazu Kore-eda, interesado también en temas como la muerte y el luto, y en estilos que compatibilicen documental y ficción, por lo cual suele inspirarse en hechos y personajes reales. Producida por la Fuji Television Network, y con dirección, edición y guion de Kore-eda, Nuestra hermana pequeña adapta a la pantalla una serie manga muy popular, sobre tres hermanas veinteañeras que descubren súbitamente la existencia de una medio hermana de 13 años, cuya presencia entre ellas despierta recuerdos que creían sepultados. De modo que el filme viene a ser reflexión autoral sobre la pérdida, la memoria y la ausencia, que sitúan a Kore-eda en la elite de autores contemporáneos amantes de estos temas, es decir, maestros como el ruso Aleksandr Sokúrov, el tailandés Apichatpong Weerasethakul, el taiwanés Hou Hsiao-Hsien, el argentino Lisandro Alonso o el portugués Pedro Costa. Y la anterior afirmación equivale a decir que el cine japonés continúa generando obras maestras, por si hace falta decirlo.