Cómo me gusta hablar español

Ricardo Riverón Rojas
16/9/2019

Un amigo poeta que vivió una corta temporada en España, me visitó a su regreso y entre otras cosas me comentó que tal o más cual oferta era un chollo, y que tal o más cual puesta en escena era una pasada. Luego me aseguró que flipaba al leer cierto libro de autoayuda gracias al cual superó un desafortunado lance sentimental. Finalmente me mostró unos zapatos que había comprado en El Corte Inglés porque los encontró muy guay. Las “c” y las “z” competían con las “s”; las “v” trataban patéticamente de separarse de las “b”, y esas peculiaridades singularizaban su dicción, tanto que me hizo comprender que estaba ante un desconocido, o ante el extraño en que mi amigo quería convertirse, por encima de lo que su origen marcaba.

Fotos: Internet
 

Reaccioné, le puse en el equipo de música un disco de Pedro Luis Ferrer: Qué sanga más dongo, / qué dongo más sanga, / qué sangandongo más burundanga…, le leí unos poemas de Eloy Machado, El Ambia, y empecé a hablarle en términos cubiches: “le ronca el merequetén”, “dale Juana con la palangana”, “le zumba el mango”, “fulano está dando tángana”, “a mengana le dio un tarantín y a esperencejo un soponcio”.

Quería hacerlo reaccionar, pero fue en vano; tuvieron que pasar varios meses para que recuperara, por cuenta propia, la normalidad. Ignoro las causas, pero no son pocos los cubanos que padecen una especie de servilismo lingüístico, derivado de complejo de inferioridad, que los convierte de la noche a la mañana en papagayos fantoches. ¿Quién no ha chocado con parientes o amigos llegados desde Miami que nos bombardean constantemente con los “bye”, los “cumple”, las “compu”, los “pone”. Lo peor es que no son pocos los que, aquí mismo y en este momento, incorporan ese léxico del apócope light.

Paradójicamente, no es en el populacho donde con más fuerza se manifiesta esa aberración, sino en un sectorcillo intelectual que de la misma forma en que antes imitara al surrealismo hoy se desprende de su léxico vergonzante, pese a la demostrada riqueza metafórica que nos asiste.

Afortunadamente, es el lenguaje popular el que le incorpora a la lengua, con apreciable frecuencia, nuevos vocablos que la Real Academia acepta, no siempre de manera expedita. Americanismos, cubanismos, mexicanismos, todas las regiones de Nuestra América enriquecen el idioma sin que este emita el más mínimo resquemor. A veces me pregunto si aquel afán de mis compatriotas por desprenderse de su dicción y léxico natales tiene una explicación en lo político, pero entonces me respondo que en ese caso, atendiendo a que los grandes teóricos fundadores de las ideas de izquierda fueron europeos, me hallo ante una paradoja. No hay relación entre nuestro devenir socialista y esas aberraciones poscoloniales.

De la misma forma en que esa actitud del poeta amigo me disgustó, me disgustan hoy los afanes imitativos de quienes tienen en sus manos los poderosos medios de comunicación audiovisuales e importan modos y mohines, frases y gestos, construcción de escenografías lumínicamente esquizoides y magnificación de individualidades. El propósito parece ser entontecernos con espacios competitivos, modélicos en la legitimación de lugares comunes. Comerciales a todo costo, disfrutan su trabajosa y desechable categoría de epígonos. Ni el ridículo los avergüenza.

De nuevo en el terreno de la música, ya cité la guaracha de Pedro Luis Ferrer, llena de deleitosos cubanismos. Antes tuvimos composiciones como “Si me pides el pescado te lo doy”, “Qué manera de gustarme tu cosita, mami” y “A esconderse que ahí viene la basura”, entre otros. La música popular, pura picardía y connotaciones, coloreaba nuestra cotidianeidad con diálogos, situaciones y giros donde el humor alusivo cumplía con eficacia su rol. Hoy ocurre exactamente lo contrario. El surgimiento del fenómeno, brutalmente denotativo, del reguetón, vilipendiado con justicia desde el rigor cultural, nos devolvió a los enunciados más primitivos, los que quizás no usaran ni los mismos caníbales. Veamos solo un par de estrofas:

1

Mejor dime que me extrañas,
que tas loca de hacerlo conmigo,
baby, yo sé que tú me quieres,
me pides que te la eche adentro del ombligo.

2

Digan lo que digan, ven, trépate encima,
quédate sin ropa, pero déjate las Adidas.
Yo sé que a ti te motiva cuando te toco el área sensitiva,
después quieres que prosiga y te la deje toa llena'e saliva.

 

Esos que españolizan o miamizan nuestro español (mexicanizan, chilenizan o argentinizan, da igual) se erigen símbolo de una desnaturalización que se ceba, en el primer caso, en una conciencia de ser subalterno frente a ciertos paradigmas occidentales. Los que descuartizan el idioma y la decencia hacen que no olvidemos la globalización de la barbarie expresada como reafirmación de una anarquía que empieza en la indisciplina social y se vale del dialecto marginal para plantar bandera.

La emisión del Decreto 349, que tanta polvareda levantó, pretendió con toda justicia elevar un muro de contención ante esto último, pero no ha rendido las ganancias esperadas. El furibundo ataque a ultranza de los críticos de la Revolución, que nos lo quiso investir de censura, unido a que el acto legislativo no vino acompañado de una agenda lógica para su aplicación, lo hicieron caer en tierra infértil.

El lenguaje define nuestra relación íntima con los objetos, sujetos y sucesos alrededor de los cuales la vida enmarca sus contornos espirituales; viene a ser algo así como el alma de la atmósfera donde respiramos, recibida como el aroma de lo exquisito o el hedor de lo corrupto. Cada sitio tiene su lenguaje y a su ritmo se mueven los músculos y se activan los imaginarios donde crece nuestra identidad. Me niego a pensar que el lenguaje de mi Cuba, con tanta grandeza demostrada en su limpia poesía, necesite importar, de piernas abiertas, fórmulas lingüísticas y de dicción como las que mencioné, y mucho menos degradarse hasta hacerse incompatible con la ética, la civilidad, y el humanismo.