Compre este libro

Raúl Flores Iriarte
3/2/2017

Compre este libro; constituye un raro caso de buena literatura. Si quiere ser políticamente incorrecto, entonces róbeselo. Si no le gusta su lectura, siempre puede cogerlo para hacer cucuruchos de maní. Eso es bueno: el riesgo de lo desconocido, el hecho de preguntarse qué habrá en las páginas de algo llamado El salvaje placer de explorar, publicado por la editorial Letras Cubanas en 2014.

foto del libro El salvaje placer de explorar
 

Los cucuruchos de maní también son buenos. Sirven para entretenerse en la parada del ómnibus, mientras se piensa que se está llegando tarde a alguna parte. El maní sirve para suavizar la espera. ¿Sabe qué otra cosa sirve para la espera? Pues leer.

No me haga caso solo a mí. Hágale caso al premio Alejo Carpentier que valida a esta lectura. Y, por si esto no fuera suficiente, también le puede hacer caso al Premio de la Crítica que este volumen ganara en el año 2015. Eso, si anda creyendo en premios y otros tipos de validaciones. El autor, Daniel Díaz Mantilla, no cree mucho en ellos. Se puede decir que es cosa de la suerte el hecho de que un jurado cualquiera haya decidido conceder uno u otro premio. Lo que no es cosa de la suerte es haber escrito los cuentos que componen este volumen. Más bien, es cosa de oficio, deseo de contar historias y aspiraciones de ir más allá de una primera lectura; dejar un sedimento, revelar una corriente subterránea que late como un corazón con un poco de arritmia.

Este libro tiene un poco de todo. Hay desde textos de aventuras (el cuento Sin rumbo definido recuerda algo a las atmósferas árticas de Jack London, y las hazañas espeleológicas de Abismo recuerdan a algún libro de Julio Verne) hasta ciencia-ficción (Harold y su máquina; El día que asaltamos Londres), pasando por textos donde se cruzan la poesía, la crónica y hasta un poco de ensayo existencialista.

También propone una vía de escape a esa literatura made in Cuba que prolifera a menudo por todas partes: esa escritura que no busca evadir las fronteras del territorio nacional. El salvaje placer de explorar rompe la maldición del agua por los cuatro costados para desarrollarse lo mismo en el Círculo Ártico que en Beijing, el País Vasco, Tokio o California.

Aquí no habrá narraciones que sean como un beso de mujer u otras como el perfume de una flor. En todo caso, si encontramos algún cuento que sea como el beso de una mujer, será amargo como podría serlo viniendo de los labios de una refugiada de guerra (Salvación). Estos, en cambio, resultan ser textos de silencios. El vacío que dejan las palabras no dichas conduce a múltiples significados de un mismo suceso. Sin embargo, este silencio es como un grito. Debemos hacerle caso, ¿debemos hacerle caso?

Es una prosa áspera como madera de barco, filosa como arrecife. Sin embargo, debajo de todo esto siempre podemos hallar la belleza, la majestuosidad, la quietud arrobadora del paisaje ante los ojos, “una quietud cargada de infinitas probabilidades”. Se nota que Daniel Díaz Mantilla, aparte de narrador, también es poeta (recordemos sus libros Templos y turbulencias y Los senderos despiertos, en los que la poesía se mezcla igualmente con la narrativa para dar luz a algo que se resiste a ser nombrado, pero que puede estar más allá de esto y más acá de aquello).

Una imagen vale más que mil palabras y tal vez por eso los protagonistas de algunos de estos cuentos se dediquen a la fotografía: para poder hablar con más de mil palabras por minuto. La imagen gráfica adquiere otro significado en este libro; cada párrafo es como un pequeño thumbnail donde no podemos pinchar (todavía) para adquirir más información o para discernir la imagen completa.

Daniel no solo nos da a explorar el mundo que nos rodea (a nosotros, a los personajes, ¿no somos, al fin y al cabo, lo mismo: pura ficción insertada en la vida real?), sino las posibilidades y deberes que tenemos como seres humanos para con este mundo y entre nosotros mismos. “Somos víctimas, pero también somos victimarios”.

No se ve bien con los ojos, sino con el corazón, y Daniel Díaz Mantilla ha extraviado el suyo. Su corazón, quiero decir. Tal vez lo hallemos en estas páginas, tal vez no. Somos libres de pensar lo que queramos. Pero enfrentarnos a esta libertad (o a alguna otra), según el autor, no significa que estemos listos para ella: “la gente teme profundamente a la libertad (…) harán lo que sea para librarse de ella”.

El protagonista varía en las 150 páginas que componen el libro. Muta en distintas versiones de un yo cargado de una mezcla de pesimismo hacia la humanidad y optimismo por un futuro incierto. Pero es “el mismo misántropo de siempre, lúcido y terrible, incapaz de arraigar entre la gente, sin rumbo definido ni más futuro que una muerte solitaria. (…) soñando llegar finalmente pero, ¿llegar adónde?”.

Si es de los que desconfían de las reseñas complacientes, entonces siéntase libre de botar esta. Úsela para hacer cucuruchos de maní y suavizar la espera en la parada del ómnibus. Solo es una más en ese mar de reseñas complacientes donde naufraga esa nave a veces llamada Crítica Literaria Nacional. Pero déjeme agregar antes que El salvaje placer de explorar es libro digno de ser tenido por cualquiera en los marcos de su biblioteca personal.

Honesto, como dije antes.

Introspectivo, podría añadir ahora.

Compre este libro, si le alcanza el dinero, y vaya abriendo los ojos, como dice Daniel Díaz Mantilla.

Que ya viene siendo hora de despertar.