Aquel “estado de concurrencia poética” de que habla Lezama refiriéndose a ciertos momentos privilegiados de la creación literaria en Cuba, podría también extrapolarse para nombrar ciertos “estados de concurrencia traductora”, que por lo general acompañan, como gestión inevitable de mediación intercultural y de enriquecimiento en lo diverso a todos esos períodos de aguda creatividad y voraz interpretación y asimilación cultural. En la literatura cubana, integrada a los procesos de formación de la cultura nacional, también la traducción interviene decisivamente, como un festín universalista, desde los tiempos fundadores del Real Seminario y del Círculo delmontino, en los que Heredia, Del Monte y Luz y Caballero nos ofrecen ejemplos clásicos y deliciosos, hasta los días de Martí, en el exilio, formando parte del esfuerzo internacionalizador del modernismo con otros traductores como José Antonio Pérez Bonalde y los hermanos Sellén. Sin duda, este momento puede ser espléndidamente ilustrado por José Martí, escribiendo sus Escenas Norteamericanas desde Nueva York, construyendo con ellas una nueva épica de rara maestría, a través de una esforzada tarea de reescritura y reformulación de la lengua y la cultura norteamericanas para el uso y aprovechamiento de los pueblos del sur y Julián del Casal, en La Habana, último reducto colonial de España, traduciendo e inventándose un Baudelaire para su angustia de poeta aniquilado por otras formas de la adversidad, o más bien, por otras caras de la modernidad.

“(…) En la literatura cubana, integrada a los procesos de formación de la cultura nacional, también la traducción interviene decisivamente, como un festín universalista (…)”.

Durante el siglo XX, el grupo Orígenes con su ciclo de publicaciones no solo desencadena una deslumbrante orgía poética, sino que es el momento de un apasionado diálogo traduccional entre la ínsula y el mundo. En las páginas de aquellas revistas se encuentran decenas de traducciones. Unos catorce traductores contribuyen a esa fiesta transcultural, algunos son extranjeros como Alfonso Reyes —si es que puede ser extranjero en Cuba el sabio mexicano—, otros no son origenistas. Entre estos últimos se cuentan Gastón Baquero, Guy Pérez Cisneros, Ángel Gaztelu, José Lezama Lima, José Rodríguez Feo, Virgilio Piñera y Cintio Vitier. Del inglés y del francés son la gran mayoría de los textos traducidos, pero están también los textos latinos que traduce el Padre Gaztelu.

Los tres autores que más colaboraciones ostentan son José Rodríguez Feo, José Lezama Lima y Cintio Vitier. Al repasar a los traductores de lengua francesa, se destaca la obra de Cintio Vitier, quien nos ofrece sin dudas los dos momentos de más intensidad poética y de más arduo y riesgoso traspaso, al publicar sus traducciones de nada menos que Un golpe de dados, de Stáphane Mallarmé, en 1952, y las Iluminaciones de Arthur Rimbaud, en 1954. Sin embargo, con independencia de estos azarosos y duros empeños poéticos, un repaso de los autores y textos traducidos del francés por Cintio Vitier arroja singulares hallazgos para iluminar su propia cosmovisión.

“(…) Al repasar a los traductores de lengua francesa, se destaca la obra de Cintio Vitier (…)”.

Dos textos en prosa aparecen entre sus ocho colaboraciones: el primero, aparecido en Orígenes en 1947, es un artículo ensayístico de Roger Caillois significativamente titulado “Límites de la literatura”. Cintio tiene entonces 26 años. El otro sale a la luz en 1955 y es un fragmento del libro Intuiciones pre-cristianas de Simone Weil (1909-1943). Ambos textos forman parte del proceso de fundamentación teórico-crítico que Cintio lleva a cabo a lo largo de toda su obra, tanto respecto de la función del escritor y la literatura, como de su comprensión religiosa del mundo. En “Los límites de la literatura” podríamos estudiar las respuestas de Caillois a la pregunta ¿Por qué escribir?, en las que opone una defensa altiva del compromiso ético y el sentido humanista con que el escritor debe encarar su oficio, frente a las respuestas que otorgan un sinsentido a la escritura.

En cuanto a Simone Weil, el extraordinario suceso de esta mujer que en sus cortos treinta y cuatro años de vida fue “profesora de filosofía, militante sindicalista, obrera, combatiente de las Brigadas Internacionales, granjera y agente de la Francia Libre”, todo ello vivido desde una fe cristiana poblada de interrogaciones incesantes desplegadas en libros y apuntes que se publicaron póstumamente, debió inspirar la traducción de ese fragmento donde se hacen afirmaciones tan heterodoxas y antidogmáticas como la de que “Cualquiera que sea la creencia profesada con respecto a las cosas religiosas, incluyendo el ateísmo, allí donde hay consentimiento completo, auténtico e incondicional a la necesidad, hay plenitud de amor a Dios, y en ninguna otra parte”.

Portada de la revista Orígenes. Foto: Tomada de Cuba periodistas

De Paul Claudel aparecen dos poemas en 1947 y es también el poeta que cierra la colaboración de Cintio como traductor de Orígenes en su número 38 de 1955 con la publicación de su obra de teatro El Canje, en ese año que es el de la muerte de Claudel y la época en que sube a escena su teatro por primera vez, cincuenta años después de haber sido escrito. El Canje, esa pieza del teatro total que quiso escribir el poeta francés espera por un estudio traduccional y cuenta, además, con un paratexto introductorio de Vitier, de fuerte carga conceptual y simbólica.

Entre esas colaboraciones claudelianas, hay un “Primer fragmento de Narciso”, de Paul Valéry (número 23 de Orígenes) y un “Retrato de Julio Supervieille” de Georges Shehadé (número 37 de Orígenes). Estas poesías indagadoras y densas, tan diversas pero al fin hijas legítimas del simbolismo, contribuían también a la fundamentación y al diálogo filosófico y estético con el poeta tanto en sus diferencias como en sus afinidades, de modo que la creación poética cubanísima dejaba atrás todo localismo para acomodarse naturalmente, desde su diversidad, en la gran corriente de la poesía occidental del siglo XX, compartiendo con ella sus preocupaciones formales y sus temas.

Detengámonos al fin, brevísimamente, en la traducción de “Un golpe de dados jamás abolirá el azar”, de Stéphane Mallarmé. Aparece en 1952, en el número 32 de Orígenes. No es el lugar en este recuento para un estudio textual de una de las traducciones ya que no hay espacio ni tiempo y habría que partir de un minucioso y detenido cotejo y no de una lectura bilingüe, que es todo lo que me he podido permitir. Cintio traduce a partir de las obras completas publicadas por la Biliotethèque de la Pléiade, preparada por Henri Mondor y G. Jean-Aubry, y además de traducir el texto del poema y su prefacio, traduce las notas que los dos estudiosos colocaron al poema, donde se relacionan testimonios de Paul Valéry y opiniones de Paul Claudel acerca de “Un golpe de dados…” En un texto posterior sobre Mallarmé, Cintio nos habla del “imposible mallarmeano” y uno comprende cómo solo desde la angustia de ese imposible experimentada por el cubano, puede emprender el traslado de ese poema a nuestra lengua, no ya de sus significados inasibles sino de sus lujosas constelaciones de imágenes, sus texturas, su constante explosión de sugestiones difusas y el movimiento mismo de la estructura lingüística sobre la página.

“La sola lectura de estos poemas en prosa trasladados al español impresiona por la frescura inaugural, deslumbradora (…)”.

La adjetivación española apresa lo que Cintio llama con tanto acierto “la intemperie trágica, estelar y marina” de “Un golpe de dados” así como el cuidadoso respeto de la revista Orígenes al reproducir el imprescindible diseño gráfico del poema sobre la página. Esta traducción de Cintio ha sido reeditada en 1971 en la antología de Mallarmé compilada por José Lezama Lima para la editorial Visor y recientemente aparece en el título Stéphane Mallarmé. Cien años de Mallarmé, editada por Ricardo Cano-Gaviria en las Ediciones Igitur, publicado en España, en 1998. Allí Gaviria expresa la intención de publicar, con motivo del centenario de su muerte, las mejores traducciones de Mallarmé en lengua española.

En cuanto a las Iluminaciones de Arthur Rimbaud aparecen en el número 35 de Orígenes y, contempladas desde ahora, constituyen una primera versión, como ha explicado Cintio, de las que después se publican en la colección “Centro” de las Ediciones La Tertulia en 1961, vueltas a imprimir en una edición bilingüe que realizó la Editorial Arte y Literatura en 1991, con motivo del centenario de la muerte del poeta. El cotejo de aquellos primeros esbozos origenistas con la traducción posterior, que fue revisada y completada por Cintio, arrojaría las particularidades de su aventura traduccional. Gravitando en torno a esta cadena intertextual, está también un bello artículo introductorio a la edición de la Tertulia, titulado “Imagen de Rimbaud” así como una nota que hace preciosas aclaraciones sobre las obras consultadas para su trabajo de traspaso.

La sola lectura de estos poemas en prosa trasladados al español impresiona por la frescura inaugural, deslumbradora, que consigue el lenguaje y que es una de las notas estilísticas del verso rimbaudiano, esa condición paradisíaca en la que las cadenas asociativas y condensadoras de sentido provocan unas incesantes detonaciones visionarias, unas interminables constelaciones de imágenes que aparecen siempre como acabadas de crear para nuestra aventura de lectores.

El solo repaso de las traducciones de Cintio Vitier para Orígenes y de sus posteriores ediciones, confirman la fertilidad de este trabajo de mediación y diálogo intercultural y nos tientan a examinar detenidamente ese universo intertextual en que rota el verso origenista entre los versos de Mallarmé, Valéry, Claudel, alumbrados con pensamientos de Pascal, como un conjunto de astros de raros reflejos y paradójicos entrecruzamientos.