No tenía ni una cana cuando llegué al Centro de Estudios Martianos, a trabajar en la investigación, como parte de una plantilla especial del ministro de Cultura, en 1989. Poco tiempo después Cintio Vitier y Fina García Marruz tendrían una oficina en dicha institución, luego de muchos años en que seres menores, contrahechos, los hacían “marcar la tarjeta” en lugares académicos que ellos prestigiaban casi con sesenta años o más. Allí recibirían sus visitas que iban desde personalidades del arte y la cultura nacionales e internacionales, hasta alumnos que encaminaban sus tesis con la singular obra de estos escritores. Hablo de Cintio, pero también inevitablemente, hablo de Fina, pues conforman un bastión artístico y ético inseparable. Un compañero que ya no está, quien me ayudó a conocer los vericuetos de la investigación me incitaba, conociendo mi vocación escritural, a que me acercara a Cintio y a Fina. “Son muy humildes”, apuntaba, “ellos de ninguna manera te van a rechazar”. Nunca lo intenté. Dejé que sucediera solo. En el año 1992, durante el evento Martí: hombre universal, tuve la oportunidad de leer un trabajo titulado “El tratamiento de la muerte en dos poemas martianos”. Era mi última actividad profesional antes de acogerme a la licencia de maternidad. Cuando comencé a leer, en uno de los salones del Palacio de las Convenciones, entraron Cintio y Fina al recinto, y me escucharon todo el tiempo. Al finalizar se acercaron humilde y noblemente a felicitarme y comentar. Conversé familiarmente con ellos, y la ocasión dejó su estela.

“Son muy humildes, ellos de ninguna manera te van a rechazar”, le decía a Caridad Atencio un compañero que ya no está. Imagen: Tomada de la Fundación Neruda

El compañero de que les hablé también me decía, entre broma y seriedad, “tú vas a llegar a ser como ellos, pero te falta una cosa. Tienes que leerte el periódico de cabo a rabo diariamente, no solo las Culturales, como hacen Cintio y Fina a la hora del almuerzo, sentados en la galería. “Ese buró, que era de ella, va a ser para ti”. A partir de entonces cada vez que publicábamos un libro, Rito y yo, lo dejábamos en su oficina dedicado. Ellos también nos tenían entre las primeras personas a las que regalaban sus libros autografiados. Una vez, durante una Feria del Libro en Pabexpo, nos encontramos con Cintio, luego de haberle dejado el libro Cuasi II de mi compañero, y yo le presento a Rito. Cintio exclamó: “¡Ven Fina, mira, este es Rito!”. Ella le dijo: “Me leí tu libro, y me gustó mucho, y hasta pergeñé unas cuartillas que después rompí. Pero lo más interesante para mí es ese verso donde dices: ‘Mi falo es un utensilio’”. Nos reímos mucho, pero entendimos que detrás de su apreciación había saber y apego a la filosofía. En ese deseo de dar a conocer nuestra obra, estuvimos enviando nuestros poemas al Concurso de Poesía de la revista La Gaceta de Cuba alrededor de diez años, hasta que “felizmente” ganamos. En una de esas ocasiones anteriores Cintio nos pidió que le entregáramos algunos poemas para su revista de Poesía La isla infinita. Le hicimos llegar la selección de cada uno mandada al concurso. Y cuál no sería nuestra sorpresa, cuando nos dijo que iba a publicar los diez poemas míos, y los diez de Rito. Así fue, dando pruebas de magnanimidad, ojo clínico y solidaridad de gremio. En otra ocasión, tras regalarle Rito uno de sus poemarios, Cintio exclamó, entre jocoso y asertivo: “¿Te lo hicieron como tú querías?” Se mostraba a nuestros ojos como un escritor más, que padece las mismas desazones y angustias. Sin duda fueron y son modelos de intelectuales para mí, para nosotros, en el mundo académico donde se dan tan raras y retorcidas clases de especialistas, a veces con poco sentido de lo humano. Una vez le escuché decir, al saber de las tareas administrativas que rigen la investigación: “Yo sé que eso lo tiene que hacer alguien, pero ese no soy yo”. Teniendo clara su misión como ensayista, como investigador, como escritor. Cuando nos veían como pareja joven que se enrumba por la poesía y la literatura nos miraban conspirativos y evocadores, y Cintio decía: “Te acuerdas, Fina, ¿cuándo estábamos así? Condición esta que nos hizo soportar no pocas bromas: César López nos decía que tuviéramos cuidado que, así como a ellos una vez le habían dicho: “Hola Fino. ¿Qué tal, Cintia? a nosotros nos dirían: “Qué tal Karol? Hola Rita”. Nos reíamos mucho de esta comparación extrapolada, solo llena de humor.

“Ese bastión ético y literario que Cintio y Fina son, crece ante nuestros ojos, sin alardes. Nos lleva a cultivar una firmeza”.

Destaco la penetración y sensibilidad telúrica en Fina, y la afinidad entre la agudeza del juicio literario y su inserción histórica, en Cintio. Del conocimiento de sus obras, de sus ensayos sobre Martí partieron mis acercamientos, mis viajes filológicos por la obra del clásico, que permite y acoge nuevas sendas y nuevos repertorios. En el esmero, la pericia y exactitud de su ensayismo, y de su obra toda, han bebido las generaciones posteriores, pasando por la mía, llegando más allá. Y curiosamente advierte mi grupo generacional: ¿Por qué se vuelve la vista a Orígenes, y no a la generación de los años 50? Bendicen y bendigo lo que los impuso: el trabajo entregado y riguroso, la apertura a las más variadas fuentes de la cultura y la literatura universales, una callada fe en la verdad, una confianza a la larga en las mejores capacidades del hombre.

“(…) los origenistas entraron a José Martí por el Diario de Campaña”. Imagen: Tomada de La Jiribilla

Ahora que acometo el estudio de la recepción de los Diarios de Campaña de José Martí, proyecto que me resta para finalizar la ingente tarea sobre la recepción de su poesía, que he llevado a cabo todos estos años, y de la que hay pruebas en los libros que sobre la poesía y la escritura de este autor he publicado, he venido a saber que los origenistas entraron a José Martí por el Diario de Campaña. Es decir que comenzaron esa lectura sagrada para ellos, que nunca terminó —José Coronel Urtecho le decía a Cintio: “Usted cita a Martí como San Agustín citaba la Biblia”— por semejante monumento de la modernidad literaria en nuestras tierras, y el más grande poema escrito por un cubano, al decir de Lezama. Lo que explica esa luminosidad, ese magnetismo, esa altura de la prosa ensayística de aquellos. Ahora entiendo por qué uno avanza en Lo cubano en la poesía como si estuviera contemplando paisajes que te dejan cautivo. Sabiéndome admiradora y seguidora de ese encanto, incurrí en una osadía. Les pedí que fueran mis oponentes para un estudio que había terminado sobre el estilo en las Escenas Norteamericanas. Sentía en mi pecho el temor de la osadía, pero dijeron que sí, y me entregaron una precisión, una palabra de elogio, nunca un juicio presuntuoso o infundado, ni unas palabras o un tono fuera de lugar. No quisiera dejar de contar en esta saga de vivencias con Cintio una curiosa y pícara anécdota, que da la medida de la efervescencia intelectual que vivimos cuando teníamos, a lo sumo, unos treintaipico de años. Leímos Rito y yo en la revista Artefacto número 18 de Nicaragua una entrevista realizada a José Gómez Sicre por Alejandro Anreus. Allí, luego de incurrir este crítico en significativas revelaciones y juicios sobre los pintores cubanos de la primera mitad del siglo xx, el entrevistador le pregunta que si se había enamorado. A lo que este le espeta: “No te metas en asuntos que no te conciernen, muchacho, solo una vez, y como un perro, de Fina García Marruz”. Si bien es cierto que el director de esta revista trajo el número y lo presentó en la Torre de Letras, espacio conducido por la poeta Reina María Rodríguez, y deseaba que un ejemplar de ella llegara a manos del matrimonio de Orígenes, nuestra curiosidad no tuvo paz hasta que no hicimos llegar esta revista con la entrevista, a Cintio. Pero no podíamos dársela cara a cara. Solo queríamos que la leyera. La dejamos en la recepción del Centro de Estudios Martianos. Supimos que la mañana en que la leyó a cada rato se levantaba de su buró y preguntaba a su secretaria: “¿Quién trajo esto? A lo que ella contestaba: “Lo dejaron en la recepción”. Y volvía a sentarse y a leerla. Según ella, pasó toda la mañana leyéndola y releyéndola. Di tú: ¿Dónde guardar esta travesura intelectual?

“(…) uno avanza en Lo cubano en la poesía como si estuviera contemplando paisajes que te dejan cautivo”.

Admiramos en ellos su recia personalidad intelectual ante provocadores del gremio que impugnaban a Orígenes, buscando que ellos se pronunciaran, como aquellos, mostrando la “chancleta literaria”. Cintio concluía: “No lo vamos ni a leer”. Cuando veía a algún joven de mi generación de probada capacidad, que en ocasiones lo frecuentaba, pero al que se le salía, y se le sale, —ya cubierto de canas como yo— la oreja peluda del oportunismo, decía, con aguda penetración: “Es inteligente, pero tiene un pensamiento muy errático”. Un día memorable les regalé un poema de El libro de los sentidos sobre la humildad y condición humana de una tía mía. A lo que ellos me contestaron con una esquela: “Que había llegado a una de las manifestaciones más profundas, y a la vez, más altas del amor: la misericordia”. Ese bastión ético y literario que Cintio y Fina son, crece ante nuestros ojos, sin alardes. Nos lleva a cultivar una firmeza. En ellos el investigador, el ensayista, de la mano del artista y del poeta cobijan un humanismo que rodea a la obra y permite el frecuente ascenso de sus inclinaciones. Al leer sus ensayos sentimos, al decir de Susan Sontag, “algo como una excitación, un fenómeno de condicionamiento intelectual que condena al juicio a un estado de dependencia o cautiverio, adquirimos experiencia de la forma o estilo de conocer algo”. Asistimos a un acto de seducción en la que participa hasta los tuétanos “la complejidad del sujeto que la crea, que experimenta.” Esa seducción es la que los coloca a años luz de otros correctos ensayistas. Esa seducción. Ese poder sobre lo cautivo.

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