Con lirios en el pecho

Maikel José Rodríguez Calviño
30/7/2019

Si bien la representación de la Muerte y las ideas asociadas a ella tienen cabida en la Historia del arte cubano, pocos proyectos curatoriales se han encargado de visibilizar esta sugerente temática, abordada reiteradas veces por artistas tan significativos dentro de nuestra producción simbólica como José Nicolás de Escalera, Juan José Sicre, Rafael Blanco, Fidelio Ponce de León y Antonia Eiriz.

No es de extrañar, entonces, que me haya sorprendido gratamente la muestra exhibida actualmente en la capitalina Galería Villa Manuela. Con curaduría de la artista visual Lesbia Vent Dumois, Presidenta de la Sección de Artes Plásticas de la Uneac, esta exposición colectiva rinde tributo al 30 aniversario de Nicolás Guillén, cuyo poema Iba yo por un camino sirvió de leitmotiv y título a la exposición.

Santiago Olazábal, El Viaje, 2019. Fotos: Maité Fernández Barroso
 

La Muerte aparece aquí en múltiples facetas, ya sea asociada a lo escatológico, en cuanto al relato de las realidades últimas o al final de los tiempos (véase el díptico Fin de milenio, de Choco), lo místico-religioso en estrecho vínculo con el mundo espiritual (Canto a los ancestros, de Rubén Rodríguez; Yo quiero, de Manuel Mendive, y Cantando en la muerte de noche, de López Oliva), la infancia (Yo soy una idea, de Rodneys Batista) y el tránsito hacia otra realidad o estado del ser (El viaje, de Santiago Rodríguez Olazábal).

La Muerte como sombra está representada en las misteriosas fotografías de Lisette Solórzano, quien centra su atención en las siluetas proyectadas sobre el pavimento por elementos arquitectónicos o escultóricos de carácter funerario, mientras que la particular relación entre Eros y Tánatos gana cuerpo en un dibujo perteneciente a la serie Las estrellas inclinan…, de Lesbia Ven Dumois. Especial atención merece la serie de grabados de Belkis Ayón que recrean pasajes vinculados al mito fundacional de Sikán, tema constante en la obra de esta reconocida creadora.

Reinerio Tamayo Fonseca, Harakiri de Van Gogh, 2016.
 

Fieles a nuestra costumbre de aliviar los pesares diarios mediante el humor encontramos los trabajos de Reinerio Tamayo y Julio César Peña. El primero ilustra un apócrifo suicidio del pintor neerlandés Vincent Van Gogh mediante la ceremonia del sepukku o harakiri, de tal suerte que la punta del arma, al brotar por la espalda, se transforma en un ramo de girasoles, mientras que el segundo propone tres de sus folklóricas calaveras, tan jocosas como vitales, primas cubanas de la Calavera Garbancera ideada por el mexicano José Guadalupe Posada en 1910. A esta significativa nómina se suman René Peña con una fotografía cuyo eje temático, en mi opinión, se distancia un tanto del discurso curatorial, y Evaristo Denis Varó y Ángel Ramírez con sendas cruces que entremezclan lo escultórico-instalativo con lo votivo y lo decorativo.

Iba yo por un camino nos familiariza con un fenómeno cotidiano que el temor a lo desconocido
se ha encargado de recrear, sacralizar, demonizar o embellecer al interior de cada cultura.

 

Exposición sugerente y atractiva, despojada de patetismos molestos e  innecesarios, Iba yo por un camino nos familiariza con un fenómeno cotidiano que el temor a lo desconocido se ha encargado de recrear, sacralizar, demonizar o embellecer al interior de cada cultura. Espero que la muestra sirva de motivación para gestar otro proyecto curatorial de carácter antológico encargado de recoger, desde una perspectiva más amplia, el tratamiento de la Muerte dentro de nuestra Historia del arte.