El conocido autor Eduardo Galeano ha escrito en reiteradas ocasiones sobre su relación con el fútbol. En algún momento comentó como se había reconocido como un jugador muy brillante, el mejor del mundo, mejor que Pelé, Maradona, Messi… cuando estaba soñando. “Cuando despertaba tenía piernas de madera. Entonces decidí ser escritor”.

Galeano soñó con ser el mejor jugador del mundo.

El colega mexicano Juan Villoro, escritor de múltiples citas que recrean el imaginario futbolístico, sintetizó en términos absolutos: “la eternidad dura un gol”. Villoro tiene una obra prolífica relacionada con “el deporte de las multitudes”, pues entre otros volúmenes, es autor de Balón dividido, Dios es redondo, ambos publicados por Planeta, y por Aguilar dio a conocer Los once de la tribu, cuyo título tal vez le deba a otro clásico de Desmond Morris, La tribu del fútbol (The soccer tribe).

“La eternidad dura un gol”, escribió el mexicano Juan Villoro.

La galería de libros de tema futbolístico a mencionar sería innumerable, bastaría solo un botón de muestra: La economía del fútbol, de Ciro Murayama (Ediciones Cal y Arena); El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano (Siglo XXI), Fiebre en las gradas, de Nick Homby (Anagrama); Épica y lírica del fútbol, de Julián García Candau (Alianza Editorial); El fútbol. Mitos, ritos y símbolos, de Vicente Verdú (Alianza Editorial); Valdano. Sueños del fútbol, de Carmelo Martin (El País); Hombre de gol. Crónicas y estampas del fútbol, compilación de Juan José Reyes e Ignacio Trejo (Cal Y Arena); entre otro sin fin de títulos.

Es una propiedad repetida entre los ingleses de que, aparte de la obra de William Shakespeare, el fútbol es “la aportación más valiosa y duradera que las islas británicas han hecho a la humanidad”. Todo esto nos lleva a retomar la voluntad provocadora de las expresiones dinamiteras de Jorge Luis Borges —en su indiscutible afán por epatar—, cuando de forma demoledora, a pesar de cuán devoto fue de su lengua y su cultura, acusa a los ingleses como inventores del juego, con una sentencia devastadora que no puede provocar menos que una sonrisa: “El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”.

“Es una propiedad repetida entre los ingleses de que, aparte de la obra de William Shakespeare, el fútbol es ‘la aportación más valiosa y duradera que las islas británicas han hecho a la humanidad’”.

El ensayista y crítico de arte Iván de la Nuez —por más señas seguidor vehemente de Industriales y el Barça—, en un sugerente artículo publicado en La Gaceta de Cuba,[1] argumenta sobre esto que hemos dado en llamar el religue de “la conciencia cultural entre fútbol y beisbol”, pues ambos comparten —aparte de sus antagónicas referencias—, la misma sustancia ya sea en lo intelectual o en la adrenalina:

Omnívoro como soy —aprecio el muslo y la pechuga, los Beatles y los Stones, la carne y el pescado, la cerveza y el ron—, disfruto tanto del fútbol como del beisbol, aunque no “por igual”. Ambos representan cosas muy distintas en mi imaginario y, ya siendo objetivos, conviene admitir que no solo se trata de dos deportes diferentes, sino también antagónicos.

No resulta imposible, pues, gozar de ambos deportes; lo que resulta dificilísimo es unirlos: desde los horarios, las geografías y los compañeros, hasta los rituales de sus respectivos disfrutes, te deparan una situación que roza la esquizofrenia.

Y más adelante reivindica esas diferencias, ya sea en el marco riguroso de las estadísticas, como en el arbitrario de los imponderables:

(…) El fútbol no es exclusivamente un deporte estadístico. El beisbol siempre lo es. Para abordar sus imponderables, el entrenador serbio Vujadin Boskov –aunque también Johan Cruyff, “El Profeta de Gol”, y otros muchos tras él– solía acudir a la tautología: “Fútbol es fútbol”. El beisbol suele explicarse por la paradoja, de ahí ese refrán que parece sacado de Lao Tse: “La pelota es redonda y viene en caja cuadrada”.

Sin embargo no deja de tejerse un discurso asociativo desde el arte, la literatura, la sociología, la individualidad y las multitudes, entre los dos deportes por excelencia de nuestro hemisferio. El escritor tunero Carlos Esquivel, al que le debemos el poemario de temática beisbolera Matando a los pieles rojas (Ediciones Unión, 2008), se apuntó en años recientes con otro cuaderno de poesía, ahora sobre el fútbol, Once (Ediciones Unión, 2014). El declarado seguidor del Barça logra, aunque sin los atributos del libro antes mencionado, un conjunto de textos orgánicos sobre el deporte más universal. Esto incluye las oportunas citas utilizadas, como la del español Luís García Montero, conocido tanto por sus cualidades como poeta como por su lucidez ciudadana, cuando nos regala la imagen, “son noventa minutos en un vaso de agua”. El libro es una cartografía de juegos, equipos, figuras que dejaron su huella como Yashin, el portero ruso inmortalizado como La araña negra, y considerado junto al español El divino Zamora, entre los más grandes de todos los tiempos: Yo anhelaba ser como Lev Yashin, en un vuelo permanente, /desde el gruñido silencioso de su país en el aire.

El español Luís García Montero afirmó que un partido de fútbol “son noventa minutos en un vaso de agua”.

Antonio Lobo Antunes, escritor consagrado en lengua portuguesa, representa una cultura que en tres continentes ha santificado el balompié:

Dividía mi tiempo entre los deportes y esto de leer y escribir. Jugaba en el club Benfica, pero era difícil, porque estudiar, escribir, los partidos y los entrenamientos suponían mucho tiempo y no podía estudiar. Así que mi padre se preocupaba y tuve que escoger. Y escogí los libros. Escribir. Después me empezó el gusto por leer.

En otro escenario nacional como el mexicano donde ambos son deportes populares, pero siempre predomina el gol sobre el jonrón, el intelectual César Moheno, en su homenaje a Gabriel García Márquez, habla de cómo junto a sus lecturas iniciáticas que fueron decisivamente formativas, estaban los juegos de la infancia, y entre ellos el de las bolas y los strikes:

La nota cubría un libro, Cien años de soledad en su edición de Editorial Sudamericana, la de las tapas donde los galeones también surcan la selva.

Empecé a leer y a cada vuelta de hoja no daba crédito a mis ojos. Mientras no podía dejar de hacerlo sentía como si las vecinas de mi casa me siguieran contando sus historias. Vivíamos en calles de tierra que lo mismo eran campos de beisbol que asemejaban el Yankee Stadium, que pistas de lanzamientos de papagayos —como se le dice en mi tierra a los papalotes—, o mares arrebolados para la navegación de barcos de papel.

Por cierto, en ese amplio diapasón de admiradores y lectores que tuvo el hijo de Aracataca, un nutrido conjunto de futbolistas como Carlos El Pibe Valderrama y Radamel Falcao, hicieron pública su profunda desolación cuando supieron de la muerte de Gabo.

El fútbol ha estado presente en la obra de muchos artistas y escritores, que como lo plasman con asiduidad en su obra, como Manuel Vázquez Montalbán, Roberto Fontanarrosa o Juan Villoro.

Juan Villoro tiene una vida de amor al futbol. El romance, explica, empezó en la infancia, cuando su padre, el filósofo Luis Villoro, lo llevaba a los estadios cada domingo. Su corazón se divide entre los hidrorrayos del Necaxa y el BC Barcelona. En México, Villoro se ha encargado de escribir de manera divertida y profunda acerca del balompié.

La realidad es imperfecta, el mundo está muy mal hecho y el ser humano necesita compensaciones ilusorias. Una es el arte, otras son el erotismo, el sueño, el recuerdo, el amor y el juego. Durante noventa minutos podemos creer que la vida mejora. Si no soñáramos estaríamos perdidos, porque solamente tendríamos el mundo real, que no nos basta.

“Durante noventa minutos podemos creer que la vida mejora”, afirma Juan Villoro.

Los ejemplos se multiplican en diferentes latitudes de lo que podríamos llamar “las dos mitades” del ser intelectual y el seguidor de un deporte determinado. En el balompié está el franco-argelino Albert Camus, Premio Nobel y portero del Inter de Argelia; el gran compositor e intérprete brasileño Chico Buarque, juglar y jugador activo del Polithema de Brasil, o el mítico Bob Marley, líder de su equipo y de la más grande agrupación de reggae, y que ha “escrito y cantado a los cuatro vientos que el futbol es un arte en libertad”.  

En una lectura diferente, y retomando el ámbito de la sociología y las públicas desavenencias de Borges con el fútbol y los conflictos de sus compatriotas al respecto, el cronista Juan Manuel Vázquez desentierra esta paradójica coincidencia:[2]

A la misma hora que la selección argentina de futbol debutó en el Mundial de 1978, el escritor bonaerense Jorge Luis Borges dictaba una conferencia sobre la inmortalidad. El hecho que pudo ser una coincidencia insignificante cobraba sentido, pues en esa misma ciudad la gente, en medio de una de las más feroces dictaduras, celebraba la misa enloquecida del balompié. Probablemente era una de las ocurrencias con las que el escritor mostraba desdén por las expresiones que consideraba vulgares.

El autor de Un mundo para Julius, Alfredo Bryce Echenique, retoma la dinámica —y la dramaturgia— del escenario atlético para revelar algunas claves de su escritura. A la pregunta de si “los perdedores le inspiran mucho”, responde con una analogía deportiva: “Sí, dan más para la creación literaria. Fíjese, durante un partido de fútbol el interesante no es el jugador que mete el gol sino el portero al que se lo han colado. De ese siempre puede extraerse más material”.

Cuando a fines del pasado noviembre (2021) falleció la conocida escritora madrileña Almudena Grandes, uno de los primeros titulares que le rendía tributo rezaba, a continuación de su nombre, “…divertida, llena de amigos, rigurosa, del Atleti y roja”. En 1993, en un café de la Granada que lo vio nacer, yo había conocido al que sería su compañero entrañable durante las tres últimas décadas, el poeta Luís García Montero. Justo por esos tiempos empezaba la relación de ellos dos, pero nunca tuve el privilegio de coincidir con ella. Pero por Luís, amigos comunes, y las lecturas de su obra, sobre todo de su periodismo, estaba consciente de esas cualidades que le eran intrínsecas e inseparables. Por eso percibí, como el homenaje más natural y consecuente, que el sábado 4 de diciembre en el campo del Wanda Metropolitano, casa del Atlético de Madrid, la afición conmovida guardara un minuto de silencio, mientras la imagen de Almudena asomaba en las pantallas del estadio que le fuera tan querido.

Bajo los acordes del himno del club, los jugadores formados en el centro del terreno, y los espectadores desde la grada expresaron su admiración a Grandes. El equipo ya había dado a conocer, en su página web la semana de su fallecimiento, que “la familia atlética” estaba de luto: “Era una gran aficionada rojiblanca y miembro de la Peña de Los 50”. Como nos recordaba y remataba con admiración un cronista a raíz del fallecimiento de la destacada novelista y activista social, “Almudena Grandes nunca dudó en usar su popularidad para combatir causas políticas o para hablar de fútbol, y de su Atlético de Madrid”.


Notas:

[1] Iván de la Nuez (La Gaceta de Cuba, no. 3 mayo-junio 2015, p. 64).

[2] Juan Manuel Vázquez. “Borges” (Periódico La Jornada Sábado 15 de febrero de 2014, p. 36)

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