El 13 de septiembre de 1892 José Martí dirigía una carta al Mayor General del Ejército Libertador de Cuba, Máximo Gómez, para solicitarle, en nombre del pueblo cubano, que ayudara con su sacrificio, y sin más remuneración que la ingratitud probable de los hombres, a la Revolución que comenzaba a gestarse para lograr la independencia, la libertad y el bienestar del pueblo cubano, y además, para “asegurar la independencia amenazada de las Antillas y el equilibrio y porvenir de la familia de nuestros pueblos en América”.[1] La misiva, redactada en tierra dominicana, en Santiago de los Caballeros, y encabezada con el membrete de la “Delegación del Partido Revolucionario Cubano”, fue divulgada ampliamente junto a la respuesta que dirigiera el insigne dominicano aceptando tan alto destino, al cual se comprometía con todas las fuerzas de su inteligencia y de su brazo. Quedaba así sellada la incorporación de la generación del 68, de la cual Gómez era ejemplo descollante en la nueva etapa de guerra.

“Martí estaba convencido de que solo la unidad de los revolucionarios podía llevar a buen término su proyecto”. Imagen: Tomada del sitio web del Museo Nacional de Bellas Artes

Pocos días atrás el Apóstol de la independencia cubana había pisado por primera vez la hermana tierra de Quisqueya y ya tenía pruebas palpables de la generosidad del hermano pueblo en cada una de las escalas de su recorrido, al punto de que en una carta a Gómez fechada el 19 de septiembre, comenta estremecido: “Qué le diré, en estos cariños que me rodean, los más tiernos y vehementes, desde mi llegada”.[2]

Habían pasado ocho años desde aquel momento de contradicciones y diferencias que había enajenado el apoyo de Martí al Plan de San Pedro Sula. La gravísima determinación no trajo, sin embargo, resquemores ni reservas entre aquellos grandes hombres cuya afinidad de ideales y de sentimientos se hizo evidente desde el primer instante del reencuentro.

Con la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) el 10 de abril de 1892, se inició una nueva etapa de lucha por alcanzar la definitiva independencia de Cuba. Martí contaba con que esta organización sería el vehículo idóneo para divulgar sus ideas y organizar las expediciones que llevarían la insurrección a la Isla. Estos propósitos no pudieron ocultarse, y tanto Maceo como Gómez estuvieron informados de la febril actividad del Delegado a través de su correspondencia con figuras de la revolución radicadas en los Estados Unidos, en especial el general Serafín Sánchez y el periodista Enrique Trujillo.

Martí se había apresurado en crear el Partido urgido por su capacidad de prever los peligros enfrentados a la independencia de Cuba y de la que llamó “nuestra América”. En primer lugar, enfrentaba la amenaza que ya representaba para nuestros pueblos el naciente imperialismo estadounidense, así como las corrientes autonomista y anexionista. En segundo lugar, el temor de que los hombres del 68 que se encontraban en la Isla tomaran la iniciativa sin la preparación debida, y aunque sus fines no fueran otros que los de la independencia de Cuba, o sea, los mismos fines del Partido, un alzamiento prematuro podía conducir a que el poder español, todavía más fuerte, apresara a sus jefes, descabezara a la revolución, le restara prestigio y desanimara la fe del pueblo en su revolución verdadera.[3] También no puede obviarse que algunos quisieran precipitarse con otras miras que no eran las de la independencia. Al referirse a este último peligro, en carta a Serafín Bello del 24 de marzo de 1892, le confesó preocupado: “Se desmigaja la guerra. Se la cogen los malos. Están allá, y nos llevan la ventaja. Pero el espíritu está con nosotros, y nos llevamos todavía el país, los de la guerra de veras, si llegamos a tiempo. Si no, los del 68 se la llevan, y tenemos de nuevo lo de las primeras repúblicas americanas”.[4]

No obstante, Martí estaba convencido de que solo la unidad de los revolucionarios podía llevar a buen término su proyecto, y desde muy temprano trabajó para incorporar a los jefes que se encontraban dentro y fuera de la Isla. Un sector importante de estos oficiales mostró su conformidad con las Bases del Partido Revolucionario Cubano y así se lo dio a conocer en julio de 1892.[5]

Sin embargo, aún faltaba incorporar un numeroso grupo de oficiales, entre ellos Gómez y Maceo. El Delegado confiaba en que ambos no vacilarían en dar su contribución, pero antes se imponía un paso trascendental e inédito. El 29 de junio de ese año, Martí escribió a los presidentes de los clubes con el fin de que estos reunieran a “todos los militares graduados en la guerra de Cuba” para tomarles sus votos sobre cuál debía ser el jefe superior a quien la Delegación encomendaría la “ordenación militar del Partido”.[6]

Una vez sometido al voto de las emigraciones quién debía ser la figura que debía ocupar el cargo de General en Jefe, cargo que recayó en Gómez, a fines del año 1892, Martí partió en un viaje que, entre otros lugares, incluyó a Santo Domingo. Gómez, conocedor del viaje de Martí, escribió a Serafín Sánchez:

Espero a Martí, y con el hecho solo de venir a verme a mi patria, le recibiré con los brazos abiertos. No encontrará en mí más que un soldado sin ambiciones vulgares, y esclavo del cumplimiento de mi palabra. Porque Martí y yo somos dos átomos ante la grande idea de la redención de un pueblo y por la cual ambos nos encontramos fuertemente interesados. Cuando los hombres somos afines en sentimientos, el engranaje es un hecho: los pequeños estorbos de forma o de carácter, esos se allanan y desaparecen con el roce.[7]  

“Cuando los hombres somos afines en sentimientos, el engranaje es un hecho”. Imagen: Tomada de Granma

Cuando ya sabía que el Delegado estaba en camino, el Generalísimo escribe a Serafín Sánchez: “A ese muchacho hay que meterle el hombro, quién sabe si a él se le da el juego ya que otros hemos sido tan fatales, lo que queremos es ver a Cuba libre”.[8] A otro de sus amigos más íntimos, Fernando Figueredo, le revela:

¿Quién es Martí para atreverse a tanto?, pensarán algunos, y yo les digo: Un cubano a prueba de grillete por ser cubano cuando apenas tenía bigotes. He ahí una buena credencial. ¿Qué no se ha batido en los campos gloriosos de la patria? Pero puede batirse ¿Y acaso solamente los que tiran tiros pueden y deben ser los depositarios de la confianza pública? ¡Pobre entonces y dignas de compasión las naciones donde los hombres raciocinan de semejante modo![9]

Del memorable encuentro que transcurrió del 11 al 15 de septiembre en la finca La Reforma, en Santiago de los Caballeros, existe una detallada crónica publicada por Martí en Patria el 20 de agosto de 1893 bajo el título de “El general Gómez”, en la que resalta la intención de presentar ante las emigraciones y el pueblo de Cuba las condiciones ético-morales del jefe militar, electo mediante consulta de hondo significado político entre “todos los militares graduados en la guerra de Cuba”, y de la familia que este había formado y que tan importante era para el sostenimiento de su ideal patriótico.

Por aquellos años el gobierno de Estados Unidos no ocultaba sus aviesas intenciones de apropiarse del continente, a tal punto que en uno de sus periódicos —el Belford Magazine del Oeste— exponía abiertamente: “Queremos el continente, y la política de nuestros estadistas debe ser la de procurar la extensión de nuestra área por todos los medios legales, hasta que nuestra bandera ondee desde el Polo Norte hasta el Istmo”.[10]

De este modo, Martí pudo corroborar que si bien los intereses monopolistas estadounidenses intentaban desplazar a las potencias europeas de los mercados latinoamericanos, no estaban en condiciones aún de hacerlo, en tanto sus competidores europeos propendían a unirse, como en el conflicto por el predominio de las islas Samoa, cuando en junio de 1889 se firmó el acta de Berlín estableciendo un protectorado compartido entre Alemania y los Estados Unidos, con la supervisión de Gran Bretaña.[11]

Las ideas martianas contra el anexionismo y las pretensiones imperiales trascienden el marco nacional, e incluso continental, para alcanzar una dimensión universal. Esta certidumbre del peligro que corre Cuba y el resto de los países de lo que llamó “nuestra América” se expresan claramente en sus crónicas acerca de la Conferencia Internacional Americana y en sus cartas a Gonzalo de Quesada y Aróstegui de finales de 1889, un año en que estará implicado en decisivas batallas, como la emprendida contra un vejaminoso artículo publicado en The Manufacturer,de Filadelfia, cuyo contenido había sido comentado en The Evening Post de Nueva York. El artículo de marras trataba sobre las ventajas y desventajas de la compra de Cuba por los Estados Unidos, lo que de por sí constituía un insulto a la dignidad del pueblo cubano. La profundidad del análisis martiano tiene como base no solo la amenaza de anexión, subvalorada entonces por muchos, sino también la perspectiva histórica que le permitió valorar los intereses que habían polarizado las dos Américas, distintas por su origen, cultura y composición social.

“Las ideas martianas contra el anexionismo y las pretensiones imperiales trascienden el marco nacional, e incluso continental, para alcanzar una dimensión universal”.

A un observador tan sagaz como Martí no pasó inadvertido que en el mundo de su época se estaban produciendo cambios económicos, políticos y sociales importantes a nivel global, tales como la repartición de las colonias entre las grandes potencias europeas, y los movimientos de liberación nacional en diversos puntos del planeta, como en Vietnam, Creta y algunos territorios árabes y africanos, de lo cual hay referencias muy explícitas en sus escritos.

Desde otra perspectiva, las Antillas tenían en la concepción unitaria del Apóstol una importancia medular, por ser esta región la primera fuente de financiamiento de las burguesías europeas y una zona de especial relevancia económica y comercial para el naciente capitalismo mundial. Justamente por esta razón, las vanguardias nacionalistas antillanas consideraban el Caribe un área de extraordinaria trascendencia estratégica para los destinos del subcontinente.

De este modo, la unidad antillana fue una constante en el pensamiento y en la acción de los más relevantes revolucionarios antillanos del siglo XIX, entre los cuales José Martí fue una figura señera. Para Martí era evidente que solo la unidad de las islas hermanas serviría de valladar a los apetitos imperiales, previendo también que tras las Antillas peligraba la independencia de toda América Latina. En este sentido, al comentar en Patria, el 14 de mayo de 1892, bajo el lema de “Las Antillas y Baldorioty Castro”, el homenaje que los puertorriqueños tributaron a su ilustre compatriota, Martí advierte:

No parece que la seguridad de Las Antillas, ojeadas de cerca por la codicia pujante, dependa tanto de la alianza ostentosa y, en lo material insuficiente, que provocase reparos y justificara la agresión como de la unión sutil, y manifiesta en todo, sin el asidero de la provocación confesa, de las islas que han de sostenerse juntas, o juntas han de desaparecer, en el recuento de los pueblos libres.[12]

Si el objetivo inmediato de Martí era liberar a Cuba y Puerto Rico de la tutela de España, su “magna obra”, como se sabe, era preservar la independencia de la América Latina ante el expansionismo yanqui. Pero Martí sabía que la sola independencia política de las Antillas no bastaba para contener al imperio del Norte, ya que los Estados Unidos no habían vacilado en conquistar territorios de un estado soberano como México en la primera mitad del siglo XIX. Para evitar que se cumpliera el “destino manifiesto” proclamado por los políticos yanquis eran necesarias dos condiciones: la toma de conciencia de los pueblos de Cuba y Puerto Rico y el resto de Latinoamérica, y la unión de dichos pueblos para hacer frente a la amenaza intervencionista.

Es por ello que en este, su primer viaje a República Dominicana, no solo se propuso trazar conjuntamente con Gómez los lineamientos estratégicos de la guerra para la independencia de Cuba, sino que consideró oportuno el momento o circunstancia histórica para sostener intercambios de ideas con figuras políticas e intelectuales de la hermana nación, con el objetivo de atraer solidaridad a la causa de la independencia cubana y convencer acerca de la importancia estratégica de su culminación para el decoro y equilibrio de la América y el mundo. Si el viaje se hubiera limitado al encuentro con Gómez para solicitar que ocupara su puesto en la revolución como encargado supremo del ramo de la guerra, pudo ceñirse a esta específica misión; y sin embargo, el Delegado se detuvo a conversar con hombres de pensamiento de la hermana nación y a pronunciar discursos que dejaron honda huella.

“El 18 de septiembre, bajo un cielo encapotado por densos nubarrones, arriba a la ciudad de Santo Domingo”.

De este modo, al separarse de su entrañable amigo, Martí continuó viaje por tierra para cumplir el anhelo de conocer la región del Cibao, visitar sitios históricos como el Santo Cerro, en La Vega, desde cuyo mirador contempla el maravilloso valle de la Vega Real, y contactar a cubanos y dominicanos ilustres con el objeto de recabar apoyo para la campaña revolucionaria.

El 18 de septiembre, bajo un cielo encapotado por densos nubarrones, arriba a la ciudad de Santo Domingo, donde lo espera el destacado periodista y maestro Federico Henríquez y Carvajal, en cuyo hogar recibe enternecedoras muestras de cariño. Su llegada, aunque inesperada, no había tenido un carácter reservado, en tanto el amigo puso en manos de un redactor del Listín Diario la noticia de su arribo con una calurosa nota de bienvenida. Fernando Abel, hijo de Federico, quien entonces contaba con 11 años de edad, le sirve de “edecán” en las primeras horas, y luego, junto a Federico y Francisco Henríquez y Carvajal, recorre la redacción del Eco de la Opinión, donde conoce a Francisco Gregorio Bellini, primo del general Gómez y expresidente de la república, así como a José Joaquín Pérez, escritor que lo da a conocer a los lectores dominicanos a través de la Revista Científica, Literaria y de conocimientos útiles con varios trabajos, uno de los cuales, el artículo “Maestros ambulantes”, devino proyecto educativo de altos valores revolucionarios asumido por el presidente Bellini durante su mandato. En la librería de García Hermanos saluda al historiador Gabriel García; en su paseo por las calles de la ciudad advierte y examina la estatua de Colón, el único monumento escultórico existente entonces en la nación; en la Biblioteca de la Sociedad de Amigos del País intercambia con jóvenes intelectuales; más tarde, recorre la Catedral Primada de América y hacia el mediodía, arriba al Instituto de Señoritas que había fundado la insigne educadora y poetisa Salomé Ureña de Henríquez, quien por prescripción médica, se encontraba en Puerto Plata, en viaje de reposo.

Al día siguiente se entrevista con Ignacio María González, ministro de Relaciones Exteriores de República Dominicana, quien lo atiende con especial agrado y le entrega cartas que facilitarán algunas gestiones durante su viaje por territorio dominicano. En un pequeño coche, en compañía de Federico y de José Joaquín, Martí visita lugares de interés de la capital dominicana y una vez obtenido el permiso oficial, arriba a la Catedral Primada, donde le son mostrados los restos del Almirante Cristóbal Colón.[13] En el libro de visitantes del importante recinto, Martí escribió: “El lenguaje pomposo no sería digno de una ocasión que levanta el espíritu a la elocuencia superior de los grandes hechos. Y entre los hechos grandes, acaso lo sea tanto como el tesón que descubrió un mundo nuevo, la piedad con que Santo Domingo guarda las glorias y las tradiciones de su patria”.

En la noche de ese mismo día, la Sociedad de Amigos del País le abre sus puertas, y en acto público, Martí pronuncia un discurso que reseña el Listín Diario en su edición del 22 de septiembre. Según cronistas de la época, las personas que lo escucharon quedaron impactadas por su vibrante oratoria, y terminado el acto que él mismo rememoraría en histórica carta-testamento como “la noche inolvidable y viril de la Sociedad de Amigos”, parte hacia Barahona, ciudad a la que arriba al caer la tarde del 20 de septiembre.

“Las personas que lo escucharon quedaron impactadas por su vibrante oratoria”.

Después de entrevistarse con su gobernador, José Dolores Matos, y con el médico cubano Francisco González Colarte, se dirige a las cinco de la tarde del 21 de septiembre en compañía de dos guías hacia la capital haitiana. El viaje emprendido fue calificado por algunos como “locura heroica” por los peligros que hubo de enfrentar al embarcarse en un frágil esquife de velas y remos en medio de una intensa lluvia. Antes de marchar ha puesto en manos de los amigos que lo acompañan varios ejemplares de Versos Sencillos, entre los cuales están los dedicados a Salomé y a Federico. También a este último, al noble amigo que reúne en sí “la virtud ejemplar, la devoción americana”, escribe “al pie del estribo” una carta, en la cual expresa:

Voy lleno de la más tierna gratitud y del afán de pelear con quien me diga que no están en esta tierra todas las semillas del porvenir, y la cordialidad, que hace fuerte y amable la vida ¿Dónde más pensamiento, ni más elocuencia, ni más virtud? Démele la capacidad de amar y ya está un pueblo salvo. Y en Ud. que de la riqueza de su mérito puede dar mucho sin quedarse corto, veo y admiro el carácter seductor de un pueblo en quien vi siempre el alma dadivosa del mío propio, y quiero ahora con cariño de las entrañas. Otros ven la corteza y son siervos de ella; yo miro al corazón.[14]

En el quehacer del Delegado a su paso por la isla hermana, se ponen en evidencia sus consideraciones estratégicas relacionadas con el destino de las Antillas y de “nuestra América”, así como las gestiones inherentes a su cargo, pero por encima de todo, su ansia de conocimiento del escenario histórico en que se desenvolvía la patria de Luperón, Duarte y Mella y de sus hombres de pensamiento, con quienes hubo de intercambiar ideas y sellar una obra de unión perdurable. En el contexto de estas apreciaciones, es elocuente el testimonio del dominicano Jaime R. Vidal, quien relató al Mayor General Máximo Gómez, por encargo del propio Martí, todo cuanto aconteció en esa, su primera visita, después de la histórica entrevista en La Reforma. La carta de Vidal, localizada en el Fondo Máximo Gómez del Archivo Nacional de Cuba, tiene el valor de la inmediatez del suceso referido y de la exposición, sencilla y fidedigna, del impacto que causaron en la sociedad dominicana, particularmente en su juventud, los discursos, diálogos y entrevistas del patriota cubano a su paso por la isla hermana. Jaime Vidal, colaborador activo de la causa cubana, fue promotor de la entrevista secreta que tanto él como Federico Henríquez y Carvajal y el general José María Mayía Rodríguez, sostuvieron con el presidente dominicano Ulises Heureaux en procura de asistencias para la expedición Gómez-Martí, cuyos resultados fueron extremadamente eficaces en su consecución. La carta, contentiva de muchos detalles de aquella visita relámpago que Martí hizo a la capital, registraba el impacto recibido después de su apasionada oratoria en la Biblioteca Popular donde se habían reunido jóvenes y algunos veteranos de la Sociedad de Amigos del País:

Nada puedo decirle de lo que allí pasó —contaba Vidal—, otro más autorizado que yo no se atrevería a describirlo; cuántos aplausos merecidos y de verdadero entusiasmo arrancó a aquel auditorio! (…) ¡Nadie quería hablar después que él habló! (…) Al día siguiente, mi oficina (…) estuvo el día llena de acongojados huérfanos que dejó: (…) todos venían con la esperanza de encontrarlo, no se habló en todo el día más que de Martí; los que lo conocieron lamentando su ida y los que no tuvieron tiempo lamentando también no haberlo conocido.[15]

“Otros ven la corteza y son siervos de ella; yo miro al corazón”. Imagen: Internet

Por su parte, Federico Henríquez y Carvajal, en página que publicó bajo el título de “El peregrino”, en la edición del 30 de septiembre de su revista literaria Letras y Ciencias, impresionado por el pensamiento y la calidad humana del Apóstol, afirmaba acerca de aquella primera visita: “José Martí reinaba por su elocuente verbo y su alma virtuosa en todas las almas. Se le había acogido como huésped amigo, e iba a despedírsele como hermano. Cordiales abrazos y manos fieles estrecharon los vínculos de las americanas ideas y de los sentimientos antillanos. Cuarenta horas, no más, habían bastado al peregrino para hacerse de su segunda patria”.

“José Martí reinaba por su elocuente verbo y su alma virtuosa en todas las almas”. Imagen: Tomada del periódico Ahora

De la lectura entre líneas de la documentación que generó este primer viaje de Martí a la República Dominicana se infiere el apoyo moral y material que recibió en tierras dominicanas, y cómo este terminó por colmar su entusiasmo político y aceleró su convicción —ya madura— de reiniciar la contienda para liberar a Cuba del colonialismo español. Martí parte con la convicción política y la determinación de las ideas independentistas del pueblo dominicano, que habían sido probadas ya frente al mismo adversario. Y en este sentido, hasta hoy, no se ha encontrado una circunstancia de mayor profundidad en la aproximación cultural entre ambos pueblos, como aquella que tuvo por motivación fundamental la lucha por la soberanía y la independencia.

En algunos fragmentos del borrador del discurso en “Elogio de Santo Domingo” que, por la coincidencia de algunas ideas reseñadas en el Listín Diario de 22 de septiembre de 1892, es muy probable sea el pronunciado en la velada de la Sociedad de Amigos del País, organizada en ocasión de la primera visita del Apóstol a República Dominicana, este había expresado:

Tierra pequeña es la República Dominicana, pero tierra grande. (…) Yo no sé qué simpático atractivo, y no sé qué fraternales impulsos me llevan a mirar como mías propias las bravuras, padecimientos y esperanzas de la tierra dominicana. Hija favorecida me parece de América, que no escribe poemas, pero los hace; que recogió de sus dominadores unas cuantas ruinas, y aposentados en ellas como búhos los odios de raza, está amasando con ellas a toda prisa un pueblo; que ha advertido que la condición de la felicidad es el trabajo, la libertad del individuo, la condición de la libertad de la República, y el dominio íntegro de su territorio, ni participado, ni hipotecado, la condición de su ventura actual y su grandeza futura.[16]


Notas:

[1] José Martí: Carta a Gómez, Santiago de los Caballeros, Santo Domingo, 13 de septiembre de 1892. En: Correspondencia José Martí-Máximo Gómez. Compilación y notas de Rafael Ramírez García y Nadia García Estrada. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2005, p.49.

[2] José Martí: Carta a Gómez, 19 de septiembre de 1892. En: Correspondencia José Martí-Máximo Gómez, ob. cit., p.52.

[3] Fina García Marruz: El amor como energía revolucionaria en José Martí. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2003.

[4] Carta de José Martí a Serafín Bello, Nueva York, 24 de marzo de 1892. José Martí. Epistolario. Compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, tomo III, p.63.

[5] Carta del general Carlos Roloff y otros oficiales a José Martí, Key West, 14 de julio de 1892. En: Destinatario José Martí. Compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual. Casa Editora Abril, La Habana, 1999, pp. 230-232. Los oficiales que firmaron la carta de adhesión fueron: Carlos Roloff, Rafael Rodríguez y Agüero, Serafín Sánchez, Pastor Burgos, Francisco Lufriu, Rogelio del Castillo y Zúñiga, José de Lamar, Francisco J. Urquiza, Evaristo Rodríguez Domingo Muñoz y Manuel Noda.

[6] Carta de José Martí al Presidente del Cuerpo de Consejo de Jamaica, Nueva York, 29 de junio de 1892. En: José Martí. Epistolario, ob. cit, p. 142.

[7] Carta de Máximo Gómez a Serafín Sánchez, Montecristi, 8 de septiembre de 1892. Patria, Nueva York, 15 de octubre de 1892.

[8] Carta a Serafín Sánchez, 8 de septiembre de 1892. En: Máximo Gómez: 100 Años. Selección de Ana Cairo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p.87

[9] Máximo Gómez. Carta a Fernando Figueredo, ob. cit.

[10] José Martí: “Desde el Hudson”, Obras Completas, ob. cit, tomo 13, p. 393.

[11] José Martí: “La República Argentina en los Estados Unidos. Un artículo del Harper’s Monthly”, Nueva York, 22 de octubre de 1887.

[12] José Martí, ob. cit., tomo 4, p. 405.

[13] En fecha tan temprana como el 9 de enero de 1889, escribía Martí al director de La Nación de Buenos Aires: “De Santo Domingo ha vuelto depuesto el cónsul norteamericano, que osó recomendar al gobierno de la fiera Quisqueya la petición donde un saltimbanqui ofrecía al gobierno cierta suma, en pago del privilegio de exhibir en los Estados Unidos los huesos de Cristóbal Colón; Santo Domingo contestó con fuego, y de Washington han llamado al atrevido”.

[14] José Martí: Carta a Federico Henríquez y Carvajal, Barahona, 21 de septiembre de 1892, en: José Martí. Epistolario, ob. cit, p. 212.

[15] Jaime R. Vidal: Carta al general Gómez, Santo Domingo, 22 de septiembre de 1892. En: Archivo Máximo Gómez, legajo 10, número 5.

[16] José Martí, ob. cit, tomo 7, p.309.